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Estaba mal. Inexplicablemente mal.

Cada gota resbalaba por sus prendas, logrando humedecerlas. No le importaba en lo más mínimo estar bajo la lluvia, solo, sin intenciones de regresar al mismo tormento habitual.

No quería volver. No.

Nunca había anhelado tanto algo hasta ahora. Porque sí, sus pensamientos estaban inundados de frases que cargaban una tristeza compleja. “No mereces estar vivo”. No, para nada lo merecía, y él estaba consciente de ello.

Solo, a mitad de la calle, bajo la lluvia, con una colosal ilusión de que algún auto pasara y lo arrollase, para así acabar con ese inútil sentimiento de pecado que, claramente, sabía que muy pronto expiraría.

No servía de nada sentirse acusado. Él estaba realmente consiente que previamente no le adolecería ese suceso que lo mortificaba en esos instantes.

Recordaba el momento exacto donde salía de su casa, mientras escuchaba con lejanía los comentarios hirientes de su madre: “tú eres el culpable de todo”.

Su vida era una completa mierda.

14 de Diciembre del 2016...

Las campanas emitían aquel irritable ruido, que, a más de uno lograba inquietar, el badajo chocaba contra el borde de la campana sin detenerse, ¡era jodidamente estresante!, él estaba en lo cierto, sabía que en cualquier segundo iría tras ese incompetente y lo animaría a arrojarse del segundo nivel de ese vanidoso templo por haber aturdido su audición. Pero qué decir, solo era un menesteroso sujeto que cumplía con su labor de hacer resonar las campanas como cada domingo a las diez en punto de la mañana. No tenía culpa, aunque, para ser sinceros, no le interesaba, él acabaría con cualquiera que se atreviera a fastidiarlo.

— Entra — Esa voz grave lo sobresalto, su mente divagaba tanto en encontrar posibles soluciones para acabar con el sujeto de las campanas, que no cayó en cuenta que su padre permanecía detrás de él, incitándolo a entrar al templo

— ¿Qué?

— ¿Eres un inútil acaso?, dije que entres — La mano ajena se situó en su hombro, sintió un apretón en aquella zona y, sin preparación, su cuerpo chocó con el marco del umbral — Solo haces perder mi tiempo

Su cuerpo se tensó y, al instante, sintió un ligero temblor recorrerlo. Su mirada se enfocó en su padre, dentro del templo, con aquella actitud tan hipócrita y con esa sonrisa tan fingida, que lograba engañar a más de uno.

— Tranquilo — La suave, pero inquietante voz de su madre inundó sus oídos, esa voz que lo tranquilizaba, o eso era antes

— ¿Por cuánto tiempo más tendré que soportarlo?

— Es tu padre

— No sabía que un padre dañaba tanto

— Debes de entenderlo

— ¿Entender qué?, no hay que entender nada, solo es un desdichado que cree tener el control de todo

— No te expreses de esa manera, él es-

— Cállate, odio esa actitud tan sumisa que tienes con él, odio que lo engrandezcas en abundancia

— ¡No me hables así! — De pronto sintió su mejilla arder, por primera vez en lo que recuerda, había recibido una bofetada por parte de su madre

— Ojalá tomarás esa actitud con él, pero claro, eres una subordinada

— No quise levantarte la mano, pero tú no ayudas en nada

VesaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora