18 - El Legado de Nuestro Pequeño Secreto

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Era otro día en la superficie de los Metkayina, pero la alegría que solía impregnar el aire se había desvanecido. Las heridas físicas habían sanado, pero el dolor emocional que ambos llevaban dentro era abrumador. La vida continuaba a su alrededor como si nada hubiera cambiado, pero para Ao'nung y Neteyam, todo era diferente ahora. Se sentían perdidos, como si hubieran perdido su camino en este mundo que una vez les había dado tanto.

Ambos estaban separados, cada uno luchando con sus propios pensamientos y emociones. Cada paso que daban, cada respiración que tomaban, solo los acercaba más a la verdad que se resistían a aceptar: no podían ser felices si no estaban juntos.

Neteyam caminaba por las orillas del mar, mirando el horizonte sin realmente verlo. Sus pensamientos se habían convertido en un torbellino de dudas y preguntas sin respuesta. Sabía que su familia se estaba preparando para partir del lugar que habían llamado hogar durante tanto tiempo, pero ya no sentía culpa ni remordimiento por no poder detenerlos. Ya no sentía ira por las decisiones que habían llevado a esta situación. Solo sentía una profunda tristeza y un vacío en su corazón.

Mientras tanto, Ao'nung se encontraba en lo profundo del bosque, rodeado por la exuberante vegetación que alguna vez había admirado junto a Neteyam. El cantar de los pájaros y el murmullo del viento en las hojas parecían burlarse de su tristeza. Cerró los ojos y trató de encontrar la paz en la naturaleza que lo rodeaba, pero todo lo que encontró fue el eco de la risa de Neteyam y el calor de su abrazo.

Ambos sabían que debían encontrar una manera de seguir adelante, de encontrar un nuevo propósito en la vida. Pero en ese momento, todo lo que querían era volver a estar juntos, para encontrar la felicidad que habían perdido. La vida en la superficie de los Metkayina ya no tenía sentido sin el otro, y el mundo que una vez conocieron parecía haberse desvanecido en la distancia.

La decisión de intercambiar mundos podría haber sido la peor que tomaron, pero en ese momento ya no importaba. Neteyam se sentía bendecido por haber compartido tantos momentos hermosos con Ao'nung. Su risa peculiar y esos ojos cristalinos eran todo lo que quería ver y escuchar. Con un suspiro, Neteyam se acercó al mar, como si estuviera despidiéndose de su ser amado. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos mientras se arrodillaba y contemplaba el vasto océano.

En medio de su meditación, comenzó a escuchar los sonidos de la naturaleza que lo rodeaba. El susurro del mar, el murmullo de los árboles, el canto de las aves y el nadar de los peces, todo parecía estar en sintonía con él. Se vio a sí mismo caminando por el bosque, con cada paso iluminando las plantas a su alrededor. Entonces, una voz suave y melodiosa lo alcanzó: "Mi querido Neteyam, veo que has crecido mucho. Eres un joven valiente y apasionado. No dejes que nadie apague la luz en tus ojos. Eres amado, mi querido hijo. Dale una segunda oportunidad a tu corazón y permite que te guíe".

La voz resonó en su mente y su corazón, llenándolo de una renovada sensación de esperanza y determinación. Se sintió inspirado y lleno de energía, listo para enfrentar la realidad y seguir adelante.

Sin embargo, su tranquilo momento fue interrumpido por una voz familiar. Ao'nung apareció y se sentó a su lado en la arena.

—Hey, chico del bosque, ¿qué haces tan solo por aquí? —preguntó Ao'nung, con una sonrisa en el rostro.

Neteyam se sorprendió al verlo, pero su emoción no pudo ser contenida. Lo abrazó con fuerza, tirándolo sobre la arena.

—¡Ao'nung, te amo! —dijo Neteyam, con alegría en sus ojos, como si nada más importara en el mundo.

Ao'nung respondió con una sonrisa burlona: —Está claro que no más que yo. Eres tan tonto.

Neteyam rió ante el comentario de Ao'nung. No había necesidad de palabras elaboradas. Habían encontrado su camino de regreso el uno al otro, y eso era todo lo que importaba.

Nuestro Pequeño SecretoWhere stories live. Discover now