• Entrega 2 •

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•III•
Las últimas semanas de octubre de 2023 habían sido de un gris opresivo. La niebla se acumulaba y dejaba paso a estornudos y resfriados que eran imposibles de sanar por la escasez de tés funcionales. Los habitantes de la ciudad estaban al corriente de la nueva investigación que se estaba llevando y que prometía a la comunidad resultados efectivos, a partir del uso de productos exclusivos ideados para combatir la epidemia de resfriados que estaba contaminando a Medellín.

Un hombre de apellido González fue sido el responsable de esta promesa, ya que había descubierto hace poco una bella y extraña flor en la no tan lejana, Reserva ecológica San Sebastián de la Castellana, en El Retiro; donde este aclamado científico, en una noche fría y desolada en la que hacía investigaciones sobre la vida de la fauna y flora nocturna, vio a lo lejos un suave destello de un blanco inmaculado, que dejaba a la vista aquellas hojas secas y ásperas que adornaban el paisaje, y que formaban un camino indiscreto hacia el origen de la asfixiante luz.

El hombre, siguió las indicaciones que la madre naturaleza le daba, llegando hacia un pequeño descampado que era iluminado por la gracia de la luna y que dejaba en evidencia la extrañeza que reinaba en el inexplorado lugar. Caminó, y procuró no pisar ninguno de los delicados pétalos que yacían en el suelo, al lado de esas resplandecientes flores que observaba con admiración en cada paso que daba. Tomó uno de esos finos especímenes y lo miró detenidamente, mientras decidió investigar en su pequeña bitácora, donde buscando y buscando vio que parecía ser de la familia Asteraceae, similar a las manzanillas o margaritas; pero sorpresivamente no era una flor registrada. Acababa de descubrir un nuevo espécimen, una flor que llamaría Nocira.

El codicioso científico fue corriendo emocionado por contarle a sus compañeros sobre su nuevo descubrimiento, uno que sin saberlo, cambiaría el mundo justo como lo conocía y lo convertiría a él, Alexis González, en un ser amado y odiado por muchos, ya que inventaría una empresa que se sería la más poderosa del país, y que después de unos años, se convertiría en la prisión de los nuevos y extraños, mutantes florecientes.

•IV•
Tomás, mi bello hermanito. El de tiernos ojos esmeralda y sonrisa embriagadora, voz resplandeciente y un corazón ciego que deja paso a esa alma tuya, que para nada invidente, siempre ve lo bello de esas personas que te rechazan la mano que con tanto amor les ofreces.
Te adoro tanto, eres lo único que queda en mi desolado mundo y siempre, mientras trato de caer dormido en la oscuridad escandalosa, recuerdo la estruendosa tarde que viniste al mundo.

En un anochecer frío, mamá llamó frenéticamente a mi puerta con sus gritos desesperados. Yo tan solo tenía diecisiete años, y con un temor que crecía a flor de piel, fui tras ella y tomamos camino hacia el Hospital General, mientras ella se tomaba un té que le habían regalado y que le habían dicho que era para calmar los nervios.
Llegamos, la atendieron rápidamente y me dejaron acompañarla, ya que claramente, papá no estaba con nosotros. Tenía los ojos aguados, feliz en la espera por verte, y cuando miraba a mamá, la veía temblorosa pero con una emoción que mostraba su deseo de tenerte en sus ásperos brazos, esos que contaban todo el daño que había sufrido y que supuestamente sería curado por tu esperada presencia.
Todo iba según lo planeado. Yo tenía su mano entrelazada con la mía, ayudándola a mantenerse en calma, hasta que de un momento a otro sentí un agudo dolor en mi mano, y vi un hilo escarlata bajando por esta. Mamá había enterrado sus uñas en mi palma, y yo, en mi súbita sorpresa, me quedé estático y escuché un grito agonizante por parte de mi bella progenitora, que inesperadamente, exclamó con tormento "¡Haga que pare! Por favor, ¡Se lo ruego!" Mientras caía rendida y su mano dejaba de pesarme.
Escuché un silencio abrumante. Solo pude ver a enfermeras y doctoras tratando de ayudarla a ella mientras intentaban traerte con vida, y que no pasaras el mismo extraño destino que acababa de arrebatarme a mi única compañera y familia, mi madre.
Después de unos minutos, lograron sacarte. Te sostuvieron en sus sucios brazos, y tú, inocentemente y sin control de tu pequeñito cuerpo, tocaste con tu suave mano el brazo del que te sostenía contento.

Un alarido rompió el silencio que permanecía en mi mente y volteé sin habla a ver qué pasaba. Vi al doctor amagando con tirarte por el dolor de la herida que repentinamente había aparecido en su piel, justo en el lugar donde anteriormente lo habías tocado.
Fui a atraparte, y por última vez, pude mirar hacia atrás para ver la carne roja y escamosa que encabezaban los gritos de dolor puro que reinaban en la sala.
Salí y corrí como si no hubiera un mañana. No pensé en recoger mis cosas, solo pude tomarte en mis brazos y un deseo por ponerte a salvo me invadió, aunque me hubieras arrebatado a mi única compañera de vida.
No tenía rumbo, solo me metí por el viaducto del metro mientras caía en cuenta de que ni siquiera sabía qué hacer, solo acababas de nacer y ya habías matado en agonía a nuestra madre y herido a un doctor, ¿a dónde se supone que iría? No podía ir a casa porque nos buscarían y no podía llamar a nadie porque estaba solo en el mundo, y únicamente contaba contigo, un fenómeno que ni siquiera hablaba o entendía qué hacía.
Te odié. Te desprecié mucho y quise dejarte en las calles sucias y lluviosas, pero mientras me sumía en mente, me senté y te cobijé con la bata que llevaba puesta. Miré tus pestañas largas y nariz pequeña, y por un solo instante me concentré en tu inocencia, esa que repentinamente hizo hueco en la que ahora era tu cobija, y dejaba paso a tus pequeñas manos que mostraban ser las responsables de lo sucedido.
Rozaste mi mejilla y de inmediato sentí un calor correr por mis venas. Pegué un alarido y la toqué. Sentí un ardor que dejaba paso a costras y ampollas, que generaban ese dolor que ahora tanto le comprendía a tus anteriores víctimas.
Miré tus pequeños ojos con odio y mis lágrimas de tormento amagaron con salir, mientras te alzaba y pensaba si tirarte y huir, para así poder dejar ese mal que me trajiste.
Me observaste por unos pocos segundos y lloraste, tanto como si entendieras lo que pasaba, lo que yo sentía hacia ti.
Sentí mi corazón arrugarse y mi tristeza resbalarse por mis mejillas mojadas. Temblaba y el llanto me ahogaba. Seguí pensando en huir sin ti, pero la razón entró en mi y dije "No puedo dejarte..." mientras te observaba y una calidez me inundó.
Solo atiné a abrazarte mientras seguía en llanto e ignoré esas quemaduras que aparecían en mi ahora desnuda espalda, que era abarcada por tu suave tacto. Acaricié tu mejilla y únicamente pude decirte con melancolía: "Ay Tomás, ¿por qué me haces esto?"

Mutantes Florecientes Where stories live. Discover now