• Entrega 1 •

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• I •
En Medellín nada volvió a ser lo mismo cuando llegaron.
Los problemas y brechas existentes se transformaron y se volvieron perceptibles para todos en la antigua ciudad de la eterna primavera.

El terreno se veía diferente después de tantos años y ahora en el 2050, las vías flotantes y enormes edificios, son un paisaje concurrente entre aquellos que viven por encima del caos, en la ahora llamada San Polo, esa zona donde están los adinerados y los pro mutantes de las rarezas que ahora gobiernan a Medellín, mientras que los detractores de lo nuevo viven bajo sus suelos en la desastrosa parte de Villacruz, laberintos subterráneos donde reina la delincuencia, la oscuridad y el deseo de sobrevivir, incluso si tienen que asesinar para asegurar un día más de vida y de anonimato por sus crímenes de odio frente a la nueva ciudad que se va desarrollando.

Y por más bello que es ver las diferencias que reinan en la ahora reconocida Medellín, ha de saberse que esto no fue siempre así, ya que tiempo atrás, estos nuevos especímenes llenos de deformidades y habilidades sobrenaturales, eran perseguidos y privados de la libertad en instalaciones subterráneas que, públicamente, aseguraban investigar sus rarezas, pero en realidad los usaban para propósitos crueles e inhumanos.

Volviendo en esta época, prácticamente ilegal ser mutante, por lo que no se podían ver más de estos seres por fuera de esas cárceles excepto, quizá, en lo profundo de los bosques en algún refugio que tratara de resguardar en paz la vida de aquellos que solo deseaban tranquilidad y poder desmentir rumores sobre sus supuestas enfermedades contagiosas, que por mucho tiempo la empresa que comenzó todo, difundió a raíz de esa simple pero reluciente flor que encontraron por pura casualidad en una fría noche de 2023.

• II •
En la profundidad del absorbente y oscuro pasillo, adornado con cuadros de la Virgen de la Candelaria, se percibía un aroma metálico, espeso, que hacía elevar los vellos de aquellos que lo traspasaban, con esa pesadumbre que traía unos desgarradores y guturales gritos, provenientes del final muerto que enseñaba la enorme estatua de nuestra salvadora, esa que miraba con ojos estáticos y brazos abiertos hacia aquella borrosa escena... unas pupilas relucientes y escurridizas...unas manos temblorosas que imploraban por ayuda... y ese denso líquido derramado  sin reparos que amenazaba con conquistar las huellas de aquella horrorizada religiosa que sostenía con trémulo la débil luz que iluminaba al final de todo, una socarrona sonrisa...

Aquellas últimas semanas de octubre habían pasado con rapidez. El cielo relucía y las aves se acomodaban en las ventanas abarrotadas que rodeaban el Hogar para niños de la Virgen de la Candelaria, dejando ver cómo dentro del largo pasillo principal, acompañado por imágenes de la sagrada virgen, se veía a una anciana monja que arrastraba desesperada a una joven chica que imploraba para que parara.

-¡Hermana Clara! Se lo pido por favor... No me obliguen a disculparme, ¡Ni siquiera fue culpa mía! -Dijo la jovencita de azulados ojos.
-¡Silencio Marie! Irás a pedirle perdón a Sophia, para que de una vez por todas podamos ir a la parroquia, ¿No te das cuenta que el Padre Mariano lleva esperándonos por 20 minutos? Dios mío... la vergüenza que me da.
-Pero... ¡Es enserio que Sophia empezó todo! Ella me molestó y trató de jalarme el cabello, y pues... ¡yo solo me defendí! Ya no es cosa mía que se cayera por las escalas...
-¡Marie! ¡Te dije que silencio! Ay, virgencita mía... por qué me mandas a tanto malcriado, ¿Acaso algo te estoy pagando? - Dijo la religiosa mientras se daba una bendición y cerraba sus ojos exasperada.

Mientras seguían su camino hacia la habitación de la chica herida, Marie, de ojos cristalinos y largos cabellos marrones, miraba por las ventanas que veía a su paso la figura de la imponente Parroquia del Señor de las Misericordias, lugar donde a primera hora de cada día iban a rezarle por un largo tiempo a ese Dios que se supone que tanto les resguardaba, pero que en realidad, la pequeña Marie de 12 años, sentía que cada vez más la abandonaba en ese orfanato que tanto repulsión le daba, ya que no se sentía amada por esas monjas que estaban a su cargo y claramente era un blanco de molestias para sus otros compañeros, haciendo que cada vez perdiera más la esperanza en ese ser omnipotente que su descarado hogar le predicaba.

Esa noche celebraron como siempre sus oraciones antes de ir a la cama. Cada uno se dirigió a su habitación y se metió entre las sábanas. Había sido un largo día, y Marie sentía una gran pesadumbre, se había ganado más regaños e insultos en el día debido a su "imprudencia" frente a la iglesia.

No podía dormir y solo sentía cómo sus pálidas mejillas se mojaban por las lágrimas que intentó borrar rápidamente al sentir que la puerta de su habitación se abría. Intentó disimular su tristeza, pero al ver que la que entraba era la hermana Lily, su única esperanza por el amor que le brindaba, supo que podría entregarle sus verdaderos sentimientos y no tenía porqué temer el mostrar su pena.

-Buenas noches Marie... ¿Todo bien? Te traje un tecito de esos nuevos, dicen que son deliciosos y son de una flor disque descubrieron hace poquito... Bueno yo no sé la verdad, pero sabe rico y te calma bastante, así que ven, tómatelo.
-Hola, hermana Lily...Eh, gracias por el té, ahí vemos si me ayuda a dormir.
-¡Ay, claro que sí! Tenle fé a ese señorito González, que hizo esta cosa tan rica para somnolientos como tú. - Dijo riendo suavemente mientras miraba ese pequeño reloj en la pared.
-Pero bueno...me voy para dejarte dormir, esperemos que funcione, así que descansa Marie, nos vemos en la mañana... - Dijo la joven religiosa mientras tocaba el cabello de la chica que seguía con ojos enrojecidos y le daba una tierna despedida.

Ya eran las 12 y la ojerosa chica seguía sin conciliar bien el sueño, solo podía ver pasar las horas frente a sus ojos, mientras su mente iba y venía por momentos, haciéndola tener lapsos de inconsciencia donde no entendía qué pasaba.

Despertó repentinamente. Solo pudo ver entre la oscuridad un gran y espeso charco entre sus manos. No estaba en su habitación, estaba rodeada de cuadros que la juzgaban por sus actos y por una estatua que le abría los brazos.

Sintió miedo, estaba totalmente paralizada y solo lograba ver a lo lejos a la hermana Lily, que la miraba horrorizada mientras sus brazos temblaban y le señalaba eso que estaba bajo su presencia. Agachó su mirada, y sus antiguos ojos azules, ahora escarlatas como las grandes manchas, se dilataron con rapidez al ver a esas chicas que tanto la molestaban y a la hermana más anciana, inertes en el suelo, y todas mordisqueadas.

No lo comprendía, pero ahogada en su miedo, atinó a limpiar con su muñeca la comisura de su boca que goteaba por esa sangre que no era suya, poniéndola más pálida de lo que estaba.

¿Y por qué no lo estaría? Después de todo acababa de comerse a más de una persona.

Mutantes Florecientes Where stories live. Discover now