Capítulo 2

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Bárbara sabía, por cuestión de probabilidades, que algún día le tocaría cruzarse con un id..., estúp..., alguien que la molestase a ella en particular o a todos en general. También supuso que en todas las oficinas habría uno.

Sonaba lógico que así fuese.

Para su lógica.

«Y me tuvo que tocar de vecino de cubículo», pensó, inspirando profundo y dando los últimos pasos hacia su espacio de trabajo.

Lo bueno de la redacción del periódico era que cada escritorio estaba rodeado de tres tabiques grises de un metro cincuenta de alto cada uno, formando una especie de caja para cada empleado. La distribución les otorgaba privacidad y propiciaba la concentración. Aunque Bárbara le veía un punto negativo a dicha distribución del espacio, porque, para socializar (lo que a muchos les gustaba hacer), había que ponerse de pie y desplazarse hacia el interlocutor en cuestión o asomarse por encima de los paneles.

Barbs levantó la vista una vez que encendió su computador y observó el caos que reinaba a su alrededor. Incluido el cuchicheo y el sonido de los teléfonos, que se mantenían constantes las seis horas que ella permanecía allí, dos veces por semana. Dio los buenos días a un par de compañeros y tomó asiento.

―¿No piensas saludar, Barbie? ―la increparon desde arriba del divisor izquierdo.

―¿Podrías, por favor, no volver a llamarme Barbie? Creo que te lo he repetido infinidad de veces ya. Prefiero que me digan Barbs y odio esa otra forma de abreviar mi nombre. Si esto es un inconveniente, no te preocupes en acortarlo, puedes decirlo completo y listo. Bárbara no me molesta. Así me llamo, después de todo.

―A mí me gusta Barbie ―respondió Dan Parker.

El idiota para Malaika. Periodista encargado de la sección de política y actualidad para Bárbara. Y quien la molestaba, le discutía todo, la censuraba y la miraba como si fuese la última mujer que pudieran ver sus ojos.

―¿Qué artículo tonto estás considerando para hoy? ¿Cómo dices que se llama tu columna? ¿Las tonterías de Barbie...? Oye, este le pega ―parloteó el hombre, sin importarle la indiferencia de la rubia.

―Gracias, es buena tu intención, aunque sigo prefiriendo «Las curiosidades de Barbs» ―respondió ella, sin enfatizar ninguna palabra y sonado aburrida.


―Sigues sin contarme de qué van las tonterías de hoy ―insistió, y lo logró: la preciosa Barbie alzó su maravilloso rostro hacia él.

Se le escapó una sonrisilla pendenciera al sentirse triunfador. Siempre buscaba llamar su atención, a veces lo lograba y otras, bueno, otras... prefería no pensar en ello. Seguiría intentándolo.

Bárbara dirigió su mirada hacia él, turbada por la furia interna que le provocaba no saber mandar a la mierda a la gente, y la clavó en el estupendo rostro del hombre de cabellos castaños, ojos celestes y labios finos. Nunca se le ocurriría aconsejarle que se afeitase la barba de varios días; tampoco que fuese a cortarse los rebeldes bucles que enmarcaban su cara, creando la perfecta imagen del «chico problema» o del modelo de cualquier campaña de ropa desenfadada y moderna.

Una vez más, pensó que era guapísimo.

Alargaría la «í» para que se notase su entusiasmo, si tuviese que poner el pensamiento en palabras.

Suspiró sin dejar de observarlo; contó hasta tres, cinco..., diez, para recrearse un ratito más, y bajó los párpados.

―Tengo tres opciones y no acabo de decidirme ―aseguró después, utilizando una pequeña mentirilla para sentir que estaba vacilándolo.

Los enredos de Bárbara Ross (solo unos capítulos)Where stories live. Discover now