Capítulo 1

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Bárbara vio a su madre acercarse mientras revisaba, en el computador portátil, los párrafos que formaban el artículo que entregaría en el periódico. Nunca desatendía sus trabajos. Decía que no dar el cien por ciento en cada uno podía parecer una falta de respeto y se aplicaba el consejo. De todas formas, distraerse no era algo que le ocurriese con frecuencia. Por lo general, solía ser aplicada y responsable en todo lo que hacía, rasgo de su personalidad que le encantaba. La hacía sentir más profesional.

Echó un vistazo hacia los íconos de las aplicaciones en la barra de herramientas de la pantalla de su computador, específicamente, hacia la de su correo electrónico. Tenía uno sin abrir y lo desestimó por su remitente.

Cerró el portátil sin dudarlo ni un instante.

Bárbara Ross, parecía ser la mujer más positiva y simpática del barrio. También la más llamativa. Difícilmente podía pasar desapercibida. Con su rubia cabellera, las facciones casi perfectas en su rostro de ojos celestes clarísimos, y su metro setenta y seis era una llamada de atención a cada paso que daba. Sin mencionar su curvilíneo cuerpo delgado y armonioso. Aunque ella criticaba sus pechos. Decía que se veían un poco grandes para su pequeña cintura y, por ese motivo, solo en contadas ocasiones se la veía con escotes pronunciados.

Barbs, como le gustaba que la llamasen, había heredado los mejores genes de cada progenitor. Su madre era una mujer bella, aunque de baja estatura, cabello y ojos marrones, y una inherente seriedad que le quitaba mucho encanto. También le faltaba actitud, esa que sobresalía en Bárbara. De su padre, había adquirido el resto de bondades: la altura, el color de ojos y cabellos, además de la personalidad afable y las ganas eternas de sonreír por cualquier motivo. Quien los conocía, sabía que ni ante el apocalipsis, ese par, perdería el buen humor.

―Hija, ¿quieres un café? ―le preguntó su madre, cuando llegó a su lado.

―Me vendría genial. Gracias. Carlota todavía está en el probador y tengo para un rato más ―murmuró en respuesta.

―Enseguida te lo traigo. Si tienes que preparar el artículo de hoy, puedo decirle a tu padre...

―Lo tengo listo. No te preocupes. Deja a papá descansar un poco más, que ha tenido una mañana de locos.

―Querida, ya puedes entrar ―dijo Carlota desde el probador, una de sus clientas preferidas.

La mujer asomó la cabeza a través de la cortina estampada de uno de los cubículos de su reducido espacio de trabajo. Uno de ellos, para el que ella y todos quienes la conocieran dirían que había nacido. El mismo que realizaba en una coqueta oficina, adjunta a la sastrería de su padre, pintada de rosa oscuro y decorada con objetos de ese color en todas sus gamas, además de blancos y dorados. Allí tenía dos probadores y un perchero grande, donde colgaba las prendas de sus clientes del día; un precioso escritorio y un mueblecito con sus artículos de costura.

Todos rosados o dorados, como era de esperar.

―Este vestido ha sido diseñado para ti. No cabe duda ―expresó sonriendo con cada gesto de su hermoso rostro.

―Halagas como nadie, niña. Y mi ego te lo agradece ―afirmó la mujer.

―No miento, Carlota.

―Lo sé. Lo sé. Ahora, haz tu magia y desaparece esta barriga enorme con tus arreglos ―rogó sonriendo.

Lo cierto era que la señora Carlota, una mujer de más de sesenta años (nadie sabía cuánto más, aunque algunos arriesgados aseguraban que una decena) sobresalía por su... era más bien... tenía...

―Te veo más delgada ―murmuró Barbs, sin darle importancia a la pequeña mentirilla piadosa que salía de sus labios.

―No es cierto ―afirmó la mujer.

Los enredos de Bárbara Ross (solo unos capítulos)Where stories live. Discover now