Capítulo 1

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Estaba inmersa leyendo los correos que tenía de su trabajo. No había nada que requiera su inmediata atención, aparte de revisar esos mismos correos, claro. Era un día bonito, soleado, pero no tanto, y estaba contenta, tranquila. Sí, ese era el sentimiento, aunque sonara un poco pequeño, pero para ella sentirse tranquila era algo tan apreciado que cuando se sentía de esa manera, estaba feliz. De hecho, para ella la felicidad era estar tranquila. Equilibrada, estable.

Ese día ya había cumplido su jornada en su trabajo. Solo iba la mitad del día porque aún estaba terminando su carrera, pero ella ya se sentía como una abogada. Una que le gustaban las cosas color rosa o morado pastel. Era lo que en su jerga y en la de sus amigos se denominaba una adulta pequeña, pero a ella le encantaba. Trabajaba, estudiaba, se ganaba su medio salario y con él pagaba algunas cuentas, ahorraba y se compraba libros y salía a comer con sus amigos. Era feliz, pero le había costado mucho llegar a ese momento y por eso agradecía todos los días de su vida.

Quería ser escritora y era de las pocas cosas que aún no le había salido, pero seguía intentándolo y tenía el presentimiento de que pronto le saldría algo de lo que estuviera orgullosa. Ese mismo sentimiento le inspiraba su vida amorosa: el de que se acercaba alguien que valiera la pena. Lo decía por sí misma, porque se sabía muy cambiada. La vida adulta le había dado algunas enseñanzas, si se quiere. La más importante de todas: tener confianza en sí misma, porque nadie más la iba a tener si ella no se la tenía. Pero por el momento estaba dedicada a disfrutar de ese nuevo sentimiento de plenitud, de sus libros, de sus películas y de sus amigos que quería y la quería tanto a ella. Ya no se sentía sola en el mundo.

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El taller de escritura tenía nuevos integrantes. Aun así, ella seguía siendo la única veinteañera en el grupo. Le gustaba interactuar con gente de más edad y de otra clase social porque siempre veían las cosas desde una perspectiva muy diferente a la suya y le gustaba que el profesor - que no le gustaba que le dijeran profesor- se dirigía a ella como "Juventud". Le gustaba ese espacio, había aprendido mucho, no solo sobre escribir sino sobre socializar y estando allí fue una de las primeras veces que se dio cuenta que realmente era una persona muy sociable y que tenía muchas cosas sobre las que conversar con todo el mundo. Le encantaba esa parte de su personalidad y le encantaba ese lugar.

No obstante, ese día había personas más cercanas a su edad. Dos chicas y un chico. Al parecer las chicas eran pareja. Les sonrió a todas las personas nuevas cuando se presentaron y en su mente pensó que ojalá pudieran consolidar un grupo de amigos y salir y tener un grupo de WhatsApp. Esa era una de las pocas cosas que la preocupaban esos días: su incapacidad de tener amigos en grupo. Tenía amigos sí, pero siempre las salidas e interacciones eran uno a uno y quería tener un grupo de amigos de varias personas que fueran muy unidos y con los que pudiera salir de fiesta.

La clase pasó normalmente y puesto que se sentía cansada estaba pensando en pedir un carro para llegar a su casa. Sin embargo, vivía en la otra punta de la ciudad y le iba a salir caro. Se sentó en una de las mesas al aire libre que había en la cafetería de la biblioteca y se pidió un café para ver si ganaba ánimos para caminar hasta la estación de metro más cercana. Ensimismada no se dio cuenta que una de las chicas nuevas del taller le hablaba.

-- Disculpa, no te escuché. ¿Me repites?

-- Te dije algo de tu vestido, pero en realidad quería decirte que me gustó mucho el texto que leíste hoy y conversando con la señora que habla bastante me ha dicho que todos tus textos son muy buenos. Muy imaginativos. -- La chica dijo esto con una sonrisa que por momentos se convertía en risita.

-- Ah, bueno, a ella es que le gusta mucho conversar, realmente solo he leído tres cosas y la primera fue algo que no sé de dónde me saqué, jajaj.

-- ¡Sí, algo con unos piratas! Me contó. Pero me pareció ingeniosísimo.

-- Muchas gracias. Espero escuchar algo tuyo pronto, ¿vas a seguir viniendo?

-- Sí, creo que sí, aunque la vida, tú sabes. Pero sí, haré el esfuerzo. Mira, siéntate conmigo y con Sofía, vamos a pedir un café y un postre.

Sofía, la otra chica, presuntamente su pareja, había salido del baño y después de un saludo amable y enérgico, las tres se sentaron en una mesa y ordenaron café y cada una un pedazo de la torta del día. El sol ya se estaba escondiendo, pero seguía habiendo un poco de luz y Vanessa se sentía contenta de que, por fin, alguien hubiera iniciado una interacción social con ella y no al revés.

Cómo escribirte una historia de amor propiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora