Capítulo I

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Las hojas se transformaron en un inmóvil y fatal enemigo. Cada pisada que daba hacia el centro del bosque delataba mi presencia, cuando éstas mismas crujían bajo mi calzado. El cabello castaño que antes formaba una trenza tupida, ahora ondeaba con el viento tapándome la vista, engullendo el paisaje siniestro que iba descubriendo frente a mis ojos. Por momentos podía ver los árboles rozar mis prendas en una danza lenta, aletargada, desgarrando la piel de mis manos mientras las utilizaba para abrirme paso. No obstante, el ruido ensordecedor de mi corazón lo disolvía todo en cada doloroso y pesado latido, que simulaba una constante explosión en mis oídos y me abstraía del resto de los sonidos.

<<No lo voy a lograr>> la vocecita en mi interior se encargaba de atormentarme, aquello que no podía expresar en voz alta por timidez, siempre hacía mella en mi interior. Era común que tuviese pensamientos negativos, porque a pesar de la infinita misericordia que el Creador había mostrado hacia mí desde que nací, sentía que no había sido besada por su gracia divina: una vida sin propósito significativo, una estúpida roca inservible entre la maleza. Eso era lo que más odiaba de mí. Había superado hace años el hecho de no ser atractiva físicamente o de no poseer ningún don especial fuera de la cocina, pero tener una vida tan monótona y carente de sentido era lo que realmente me quitaba el sueño. Tal vez lo había deseado con tanta fuerza, que toda esta desgracia era en parte mi culpa. Una respuesta burlona a mis intentos desesperados por ser alguien... para alguien más.

Derecha, izquierda o izquierda y derecha, no sabía con certeza hacia qué lugar debía dirigirme, ya que nunca había salido de Woth Dreak, una pequeña aldea perdida entre montañas y granjas. Cada vez que proponía acompañar a mi padre en sus recorridos para las entregas, recibía como respuesta un rotundo no. Salir de mi hogar era demasiado riesgoso, debido a que el camino era largo y la vieja carreta quedaba a expensas de un clima inestable, sin embargo, había otros peligros mayores que nos acechaban. Por esto no conocía el norte ni el sur, lo que hacía casi imposible orientarme rumbo a la ciudadela, donde el rey mantenía alejado a todos los demonios de la noche, donde todavía existía la esperanza. Los rumores habían llegado desde lejos hasta nuestra humilde casa y rezaban que todo el ejército se encargaría de erradicar a los Perjuros, uno por uno, hasta que no quedara rastro de su existencia sobre la faz de la tierra. Este era un plan demasiado ambicioso, debido a que los Perjuros se convirtieron en una plaga difícil de erradicar, como cucarachas escurridizas, sembraron el mal a su paso destruyendo todo lo puro que se les atravesaba. Comenzando una guerra que nunca debió existir. Por eso la oscuridad no podía ganar, no mientras hubiese un último destello de luz que estuviera dispuesto a disiparla.

El tiempo transcurría lento ante mis sentidos y mis labios resecos comenzaron a implorar por agua, necesitaba descansar, había perdido la cuenta de las horas que llevaba corriendo y las plantas de los pies pedían a gritos que parase. El calzado estaba raído y las suelas simulaban haber sido víctimas de un conjunto de ratas. Los párpados, a su vez, parecían estar llenos de plomo y se tornaba prácticamente imposible mantenerlos abiertos en toda su extensión. Sin embargo, parar era sinónimo de muerte y aunque la idea de no sufrir nunca más me parecía atractiva con cada tramo que avanzaba, en el fondo sabía que no quería rendirme. Era mi deber honrar el sacrificio de mis padres... viviendo.

Entonces, cuando había sucumbido bajo los movimientos continuos de la naturaleza, distraída con el vaivén de la neblina en el aire, tropecé de lleno con la raíz de un árbol que sobresalía en medio del camino y terminé cayendo sobre el lodo. Un dolor punzante en la rodilla me trajo de vuelta a la realidad. Ardía tanto que estaba segura de que algo se había incrustado en mi piel provocando el sangrado. El pequeño pedazo de vidrio verde, parecía haber formado parte de una botella en el pasado, de la que ahora solo quedaban sus restos. Mientras intentaba sacarlo con suavidad, descubrí que poco a poco las prendas que me cubrían se fueron llenando de un fluido viscoso y obscuro. Primero en las piernas, luego en los brazos y por último en mis mejillas. Observaba las areolas que se iban expandiendo de manera hipnótica, cubriendo nuevas áreas de mi tapado, mientras nuevas gotas bajaban para estrellarse.

Bajaban...

Fue en ese preciso momento en el que entendí que esa no era mi sangre, que había algo goteando encima de mí. Con el cuerpo temblando por la adrenalina, comencé a levantar la vista mientas la sangre no se detenía y me iba cubriendo el rostro reiteradamente. Mis manos se convulsionaron en un frenesí instantáneo y creí haber descendido al mismísimo infierno en un abrir y cerrar de ojos. Por más que lo intenté con todas mis fuerzas, por más que mi mente disparó mensajes de alerta para mantenerme a salvo, un grito lleno de terror se escapó de mi boca al ver todos esos cuerpos colgando en lo alto de las ramas. Cuerpos destrozados que pendían de gruesas cuerdas rojas y bailaban una triste canción de muerte.

Grité nuevamente y esta vez mi voz sonó como un alarido que nacía desde el fondo de mis entrañas, como un dolor profundo pero invisible que no se podía comprender. Cuando mi cuerpo estaba a punto de ceder bajo el espanto, unas manos mugrientas y huesudas se posaron sobre mi boca.

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EL OTRO LADOWhere stories live. Discover now