Para cambiar el enfoque, Will regresó su atención a la cocina, sirviendo unos huevos estrellados en platos separados, acompañados de tocino fresco y pan tostado. Con los platos en mano, llevó todo al comedor sin decir nada. Hannibal lo siguió, trayendo los utensilios necesarios y sirviendo dos tazas de café antes de sentarse a la mesa.

Una vez sentados, Hannibal desvió su mirada hacía el desayuno, dejando que una pequeña sonrisa curvara sus labios 

—Ya sé que es horrible, no te tienes que burlar —gruñó Will, como si anticipara una crítica.

—No es eso. Creo que es la primera vez en mucho tiempo que alguien me prepara el desayuno —admitió antes de agregar en voz baja—: la última persona que lo hizo fue mi madre.

Las palabras de Hannibal parecieron tocar una fibra sensible en Will, quien dejó sus cubiertos sobre el plato y miró el desayuno con una expresión melancólica.

—Oh… —fue la única respuesta que pudo encontrar Will, ya que no había mucho más que decir. 

—Lo agradezco, Will. Es agradable que alguien cocine para ti.

Will respondió con un sonido evasivo, como si quisiera restarle importancia al comentario, mientras apuñalaba con cierta fuerza un pedazo de tocino.

El desayuno era grasoso, lo que llevó a Hannibal a pensar que Will tal vez había exagerado con el aceite de cocina o no había dejado escurrir la comida. A pesar de ello, Hannibal disfrutó cada bocado.

—Estuvo delicioso, gracias, Will —dijo Hannibal, terminando de beber su taza de café negro.

En lugar de responder de manera verbal, Will empujó un vaso en dirección a Hannibal, invitándolo a beber su contenido. Confundido, Hannibal llevó el vaso a sus labios y bebió un sorbo. El líquido era extraño, de textura grumosa, con un rastro de aceite, y sabor a pastel de vainilla rancio. Apartó el vaso de sus labios de inmediato, con una expresión de asco.

—Mi padre solía decir que el remedio para curar la resaca era un desayuno grasoso. Comer grasa, beber grasa —comentó Will con una sonrisa.

Entonces, la conversación finalmente giró hacia los acontecimientos de la noche anterior.

—Aunque no pareces tener resaca. ¿Recuerdas algo de anoche? —inquirió Will, apuntando directo al asunto que ambos habían estado evadiendo.

—No recuerdo mucho después de que te fuiste —admitió Hannibal—. Pero puedo recordar todo a partir del momento en que regresaste.

Will asintió y, tomando un trago de su café, ocultó su expresión tras la taza, como si buscara un momento para procesar la respuesta.

—Ya veo.

—Viste una parte de mí bastante desagradable. El alcohol y los medicamentos no se mezclan bien por estas razones. Te pido que olvides mi comportamiento de ayer.

Había llorado frente a Will, una muestra de vulnerabilidad que no se sentía cómodo admitiendo. 

—¿Nunca te habías emborrachado? —preguntó escéptico. 

—Nunca vi la necesidad. Tampoco tenía curiosidad —respondió Hannibal, su tono firme pero calmado.

—Eres un borracho bastante... táctil —se burló Will, su tono ligero a pesar de todo—. No querías dejar de tocarme.

—Siento discrepar, querido Will. Estaría pegado a tu lado todo el día si me lo permitieras, sin importar mi estado. Pero sí, el alcohol parece haber amplificado mi sensibilidad.

Las palabras se agolparon en la punta de la lengua de Hannibal. Necesitaba preguntarle algo pero no quería arriesgarse a poner nervioso a Will. Estaban en un frágil equilibrio y temía asustarlo o alejarlo. Además, sentía dudas. No deseaba saber si las acciones de Will eran un gesto de lástima; si resultaban serlo, sería doloroso aceptarlo.

Un nuevo comienzo Where stories live. Discover now