Capitulo 18

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Rebeca:

En los últimos cinco años tuve tres razones por las que no tomé.

Uno: por mi hija.

Dos: por mi baja tolerancia al alcohol.

Tres: lo que sufria el día después.

Ah, y hay una cuarta:

Que todo lo que pasó la noche anterior se me viene a la memoria al mismo tiempo que el dolor de cabeza.

Me quedo acostada, mirando el techo de la habitación de la casa de Izan.

Recuerdo haber tomado no sé qué cosa, haber ido con las chicas a bailar, el chico que se me acercó, Izan poniendo su mano en mi hombro, el estar celosa de las chicas que lo veían, que casi bailamos, sus palabras, la conversación que quedó pendiente y por último nuestro beso.

Madre mía.

Siento el instinto de pegarme en la frente con la mano, pero por suerte me detengo.

También recuerdo que le dije que no quería ir a mi casa, y agradezco que no me haya llevado allá, recuerdo el haberme sorprendido por que supiera cambiar sábanas, cuando me trajo una sudadera y cuando le di un último beso.

Los dos besos los comenzé yo.

No es que me arrepienta, pero...

No le encuentro un pero.

Por ahora, solo por ahora bajaré, y fingiré no recordar nada, en algún momento de hoy sacaré el tema y veremos que sucede.

Y es lo que hago, bajo las escaleras sin zapatillas, por cierto, y voy hasta la cocina, de donde viene el olor a comida.

Izan está ahí.

Parece que nota mi presencia porque se voltea y deja las tazas de café que estaba preparando en la isleta.

—Hola.

—Hola —tomo el café que me entregó, y le doy un sorbo.

Está bien, de hecho, muy bien.

—¿Desde cuándo cocinas y sabes hacer café? —pregunto sentándome en el taburete.

—Cuando vendí la cadena de hoteles mi madre venía a mi departamento todos los días y me obligó a aprender —se encoge de hombros—, ¿tú sigues siendo de las personas que no desayunan?

—Desde que nació Ada he empezado a desayunar, no podía decirle que desayunara cuando yo no lo hacía.

—Bien, porque ya había hecho comida.

Deja algunos platos frente a mí, panecillos, huevo con tocino, frutas picadas y panqueques de chocolate.

—¿Crees que nos acabaremos esto los dos?

—Si no lo dejamos guardado para el resto de la mañana.

—¿Hay anécdotas graciosas de los días que aprendiste a cocinar? —necesito sacar un tema de conversación.

—Muchas —y empieza a contarme todos los desastres que él ocasionó aprendiendo a cocinar.

Hemos acabado la mayoría de comida y después de dos tazas de café mi dolor de cabeza disminuyó hasta casi desaparecer.

—¿Crees que Ada ya esté despierta? —Izan termina de lavar los platos solo, (por qué no me dejo ayudarle) y me hace la pregunta que yo también estaba pensando.

—Seguramente, iré por mi teléfono ya vuelvo, ¿puedes hacerle una video llamada, mientras voy?

—Está bien —toma si teléfono y yo subo por el mío.

Seremos felices ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora