TERCERA PARTE - Culpable

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Kirk

El peso de la culpa cayó sobre mi conciencia.

Yo la había mandado al exterior. Por confiar en ella y en su labor, podría haberla condenado a su final.

Juliet, mi dulce y bella enfermera, helada en esa cueva. Pensé, en un pobre intento de consolarme, que al menos Bones la estaría protegiendo. Mi buen amigo Bones, el mejor cirujano de toda la Flota Estelar. Junto a él había luchado, reído, llorado y superado miles de dificultades. En los últimos meses nos habíamos unido incluso más, todo gracias al deleite de compartir y complacer a Juliet en la cama, de hacerla nuestra juntos. Habíamos pasado momentos increíbles. No teníamos la previsión de que aquello fuese a acabarse justo cuando más lo estábamos disfrutando.

Todos mis tripulantes saben que servir en una nave como la Enterprise conlleva riesgos. Uno de ellos es la muerte.

Ni siquiera tuve fuerzas para castigarme por mi pesimismo. No me quedaba otra que confiar en Ingeniería. Scotty y el resto estaban avisados. Para lo demás, habría que esperar.

Crucé la pierna. Sentado en la butaca donde ostentaba mi cargo, intenté concentrarme en la visión del espacio que me devolvía el enorme cristal del puente. Apenas tenía tiempo para detenerme, parar de verdad y apreciar la belleza de ese paisaje. Por ello admiraba a la gente que vivía en tierra y se maravillaba al subir aquí y contemplar las estrellas. Ojalá yo no hubiese perdido esa capacidad.

Noté que Spock se acercaba mucho antes de que hablase.

—No es algo por lo que deba culparse, capitán. Es muy posible que tenga solución.

Quise pensar que no estaba equivocado. Era raro que mi primer oficial, seguramente uno de los más inteligentes de su raza, errase en algo.

—Tiene razón, Spock. Pero ya sabe. Sentimientos, debilidades humanas —me levanté —. Pasaré por la enfermería a supervisar todo, luego iré a mi camarote. Queda usted al mando.

Él asintió sin pronunciar palabra.

En la enfermería todo iba bien, nada fuera de lo normal. Elogié a Miles y Okura y los mandé a descansar. El personal que quedaba y algunos aprendices de refuerzo estaban haciendo el buen trabajo que esperaba de ellos. Calmaban los síntomas de los supervivientes y los ayudaban a distraerse dándoles conversación u ofreciéndoles algo de lectura. El capitán, que se encontraba ya mucho mejor de lo que Bones me había dicho en nuestra última comunicación, me dio las gracias e insistió en que no quería ser ninguna carga. Yo le dije que no había ningún problema, que él habría obrado igual de haber sido mi tripulación la perjudicada. No olvidé mencionarle que ya habíamos notificado a la Comandancia y que los recibirían en la estación espacial más cercana, a la cual llegaríamos aproximadamente en una hora y cuarenta y dos minutos.

Cumplida esa parte del trabajo, me dirigí a mis aposentos. Nunca el camino hasta allí se me había hecho tan largo.

No dejaba de pensar en ella. En verla, que estuviese allí conmigo. En si se encontraba bien, si Bones la estaba cuidando como debía. Quería desesperadamente abrazarla, darle refugio entre mis brazos y que dejase de pasar miedo. Porque la conocía, sabía cómo era mi Juliet, cuáles eran sus debilidades.

Estaría aterrada. Los imprevistos, incluso los que tenían fácil solución, la desestabilizaban más que cualquier otra cosa. Estábamos trabajando en ello. Desde que empezamos nuestra dinámica, ella lo estaba logrando. Poco a poco desarrollaba su potencial. Le estábamos enseñando a perder el miedo a ciertas situaciones, gracias a relativizar, y así poder afrontar las circunstancias con los medios de los que uno dispone en el momento. Y lo cierto era que había progresado mucho.

¿Qué me has hecho? (Confidencias #2) (+18)Where stories live. Discover now