Prólogo

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Los primeros días de septiembre en Málaga tiñen la ciudad de un color distinto.

Aunque el calor tardará aún mucho en abandonar los rincones de la capital, las tardes comienzan a ser un poco menos agobiantes. Esto, unido a que la mayor parte de los turistas que días antes la invadían ya se encuentran en el camino de retorno a sus lugares de origen, a sus vidas de origen, hacen de la calle un lugar agradable en el que compartir las últimas horas del día. 

El sol aplica un filtro anaranjado sobre todas las cosas, y dibuja un mosaico de sombras sobre las personas que charlan animosamente mientras pasean por la calle Francisco Padilla, bordeando el Parque del Oeste, en dirección a la playa. A la derecha, el instituto Emilio Prados, que en tan sólo unos días volverá a rebosar vida, aparece y desaparece parcialmente de la vista a medida que los paseantes caminan, ocultándose tras los barrotes de la valla que rodea las pistas de deporte.

Una pareja joven camina con paso relajado. Ella sonríe por algo que él le ha dicho. Sobre sus hombros, el chico lleva a un niño de no más de tres años de edad. El pequeño ha estado protestando por el cansancio hasta que ha conseguido que su padre lo aúpe.

—Creo que sería un buen momento para un refrescante helado, ¿no crees? —suelta ella guiñándole un ojo a su pareja. Sabe que la pregunta va a reactivar al pequeño, haciendo que cambie el gesto de cansancio por una interminable cháchara acerca del sabor del cucurucho que más le apetece.

Sin embargo, no sucede nada.

—¿Se ha quedado dormido? —pregunta el muchacho extrañado. De repente siente a su hijo desmadejado sobre sus hombros, como un muñeco de trapo. Una sensación desagradable se adueña de su pecho.

—¡Hijo! —grita ella con una voz que no es la suya, que brota directamente de su miedo más profundo, a la vez que lo recoge de los hombros de su marido. 

El niño está lacio, con los ojos cerrados, y su respiración apenas es perceptible.

En el grupo de chavales que caminaba tan sólo unos metros por delante de la pareja, la chica que cantaba a voz en grito —con más que dudosos resultados— el último éxito de Rosalía, cae a plomo contra la acera, partiéndose la nariz con un crujido seco.

A lo largo de toda la calle, al mismo tiempo y sin motivo aparente, varias personas caen al suelo en el mismo estado que el pequeño y la chica.

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NOTA DEL AUTOR:

Tanto la calle como el entorno en el que suceden los hechos del prólogo son lugares reales de Málaga. El instituto Emilio Prados existe, pero me he tomado la licencia de cambiar el muro sólido que rodea las pistas de deporte por una valla que deja ver el interior. Espero que no les moleste :) 

Si os pica la curiosidad, podéis localizar la zona fácilmente en Google Maps.

Por supuesto, agradeceré enormemente cualquier comentario. Aún llevamos muy pocos pasos, pero espero que decidáis acompañarme en esta aventura. En el próximo capítulo, conoceremos a CJ. Estoy (casi) seguro de que os va a caer muy bien. 

Detective Bogart. El caso de las personas desconectadasOù les histoires vivent. Découvrez maintenant