Seguía caminando cuando solté un largo suspiro y me senté en la esquina de acera, moría de hambre, por la inercia o por destino, gire mi cabeza a la izquierda y del otro lado de la calle, en un callejón estaba el cuerpo de un hombre mayor tirado boca abajo, me levante de la acera, y mire para ambos lados, cruce la calle hasta el callejón, llegue ahí, me acerque a este silenciosamente. Judío tenía que ser, tenía el emblema en el brazo.

— Señor...— Susurre pateando su pierna leve, esperando a que despertará —Señor, despierte...

Me puse en cuclillas y lleve mis dedos a su cuello que aún estaba tibio. Estaba muerto, me apresure a tomarlo de la espalda y con toda mi fuerza lo gire boca arriba, tenía los ojos abiertos y alrededor de la boca tenia sangre, en el pecho en su camisa blanca cuatro orificios de bala y sangre fresca la adornaban, mire hacia atrás para asegurar que nadie me viera el acto tan asqueroso que estaba por hacer, me hinque de lado de él y comencé a revisar los bolsillos de su saco, en el una billetera que me apresure a abrir, gracias a Yahvé, o al destino había suficiente plata, la tome y los guarde en el vestido. — Lo siento señor, tengo hambre y tengo frío. — Le hable al muerto. Me levante le di la espalda al cuerpo y di unos pasos, cuando me detuve, gire a míralo y me acerque de nuevo, me hinque y con dificultad le quite el saco, me lo puse, era cálido, cómodo y me quedaba bastante grande, en su mano izquierda un reloj dorado, se lo quite con toda la culpa de mi vida.
— Perdóneme señor, discúlpeme — suplique como si sus ojos abiertos me miraran. — Usted sabe que no hago esto por maldad. — Dije llorando. — No sabe cuánto lo envidio.

Le dije refiriéndome a su muerte pues el sufrimiento de ese pobre hombre ya había terminado.

— Gracias señor, descanse en paz. — Le dije y por último lleve mi palma a sus ojos que cerré. Lo mire con compasión y salí del callejón, percatando que nadie me mirara.

A eso es a lo que llegue, a robarle a un muerto y despojarlo de sus ropas con solo el pretexto del hambre. Caminaba aun con lágrimas en los ojos, lamentándome por el acto tan bajo que había hecho, dándome asco, una parte de mi quería volver con él y regresar todo lo que le había asaltado, pero mi hambre era más fuerte que mi lado bueno, camine a lado de una panadería, uno de los pocos locales que aún despachaban, me gaste todo aquel dinero que traía en pan. Caminaba a casa mientras me comía un pedazo de pan con desesperación, quería comerme toda aquella bolsa entera, me detuve en pensar en los demás y me aguante las ganas fieras que tenía por comer.

Ya estaba por llegar, tenía los ojos hinchados y caminaba con la mirada hacia abajo cuando una silueta se paró sobre mí. Era aquel alemán con su traje de gala, era el que me había salvado de morir a tiros aquella madruga, el hombre de grandes ojos verdes, lo recordé bien, yo lo mire con temor y pase saliva, pensé en esquivarlo pero el miedo me paralizó. El me miraba serio.

Tome aire y valor. — Señor... — dije con voz fuerte y segura de mí. Sacando fuerzas de lo más dentro de mí.

— ¿Me recuerdas, judía? — pregunto con severidad caminando al rededor mío. De pronto sonrió con malicia al pararse frente mío.

—Si. — Conteste.

— ¿Que traes ahí? — pregunto.

— Pan.

— ¿Con que dinero lo has comprado? — pregunto serio y yo me calle. — Te hice una pregunta. ¿Lo robaste?

Trague saliva — No. ¡Yo no soy una ladrona! — Brame rotunda.

— ¡Cállate! — Me grito al mismo tiempo que levantaba la mano para abofetearme, apreté los ojos y baje la cabeza por reacción a lo que sucedería, pero su golpe nunca llego. Levante la cara y abrí los ojos lentamente, el bajo la mano despacio. — Cuida tu tono. — Dijo entre dientes y con la mandíbula apretada. Volví a tragarme la saliva.

— Le estoy diciendo que no lo robe, lo compre. ¿Puede dejarme ir por favor? — Conteste dócil — ¿De quién es el saco? — Pregunto. Mi enojo que se había hecho presente en mi rostro, fue desapareciendo y yo seguía sin contestarle.

— ¿De quién es el saco? — Insistió.
— ¡Se lo quite a un muerto! — dije de nuevo en voz alta, casi gritándole. El solo frunció el ceño con desdén y después sonrió al instante que arqueaba una ceja.

— ¿Y dices que no eres una ladrona, ah? — dijo soltando una carcajada falsa. Lo mire de pronto y dije; — Tenía hambre.

— ¿Que más le quitaste? — pregunto.

Yo seguí mirándolo a los ojos desafiante, sin contestar, de pronto el me arrebato la bolsa de pan y esculco los bolsillos del saco, cuando saco el reloj. Lo levanto frente a mí. Yo mire el reloj, y apreté los ojos.

— ¿Estás loca, judía? — pregunto. — Si no hubiera sido yo quien te ve con esto, ya estarías muerta. — Susurre.
— Hay momentos en los que no deseo otra cosa

El me miro sin ningún gesto y guardo el reloj en su bolsillo.
— Ya puedes irte.
— ¿Y mi reloj? — Reclame en voz alta.
— ¡No es tu reloj! — Me grito mientras yo me enfurecía más.
— ¡Tampoco de usted! — conteste. El frunció el ceño y con el rostro serio me dijo; — Si alguien más ve que tienes esto, van a castigarse a ti y a toda tu familia. — Dijo con las voz baja. — ¿Quieres eso? — Pregunto mientras su aliento a menta golpeaba mi rostro. Negué con la cabeza.

— Responderme —ordenó
— No — Respondí con la voz temblorosa.

— Vete ya antes de que te mate, judía insolente. ¡Y no vuelvas a tomar joyería de los muertos! — Sentencio yo asentí, me entrego la bolsa de pan y me dejo el camino libre, para seguir caminando.


La Sombra Del Holocausto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora