— ¿Y qué tal la terapia Bianca? Aún no te había preguntado —Su extraña sonrisa me incomoda.

— Ya —Miro a mi alrededor. No sé qué hacemos en un lugar como este—. La terapia bien. Estamos trabajando el tema de los sueños repetitivos. Y el control de mi angustia frente a ellos. Voy durmiendo mejor, pero aún tengo miedo.

— ¿A qué tienes miedo? — Me mira con sus intensos ojos, tan claros como el hielo, tan fríos como la noche en Moscú.

— A que me encuentre —le digo.

— ¿Te refieres a tu esposo?

Asiento y trago saliva. Me coge con sus fríos dedos por la barbilla y me hace mirarla a los ojos directamente.

— Jamás volverás a tener miedo Bianca. Ese será mi regalo de cumpleaños.

— ¿Cómo? ¿Vas a... —¿Va a matarme?

— Ya lo verás —me corta.

Gabriel, llega con nosotras en ese momento y pierdo el contacto con ella. Él saca un manojo de llaves que no he visto nunca antes. No me había fijado que frente a nosotros hay una puerta de acero bastante oxidada. Las llaves entran y se abre la puerta con un fuerte estruendo. Y, en realidad, estoy muerta de miedo.

— Pasa — Sila me deja entrar primero. Enciende las luces y me encuentro en una sala cuadrada con un sofá de piel viejo. Las paredes llenas de humedad y un olor nauseabundo. En el centro de la sala hay una especie de cuadrado interior tapado con una especie de tela negra y un lazo gigante rojo.

Miro a mi alrededor. No hay nada más. Veo que Sila se acerca a una de las paredes y abre una especie de armario que parece estar empotrado en la pared. Dentro hay armas. Muchas y muy diversas.

— ¿Es una sala de torturas? —La pregunta sale de mis labios sin pensar. Miro dentro con curiosidad. He visto una sala como esta. Klaüs las usaba para torturar a sus enemigos.

— Sí. ¿Te gusta?

— No —niego con la cabeza.

¿Por qué me iba a gustar? Van a torturarme como Klaüs lo hacía conmigo. He llegado a pensar que ella me había salvado por algún motivo, no se me había pasado por la cabeza que era para acabar conmigo con sus propias manos.

— Las odio con todo mi ser —titubeo.

— Bueno esta no está tan mal. Ya lo verás. Escoge un arma, la que quieras.

— ¿Yo?

— Sí —me sonríe y esta vez no me da miedo. Es una sonrisa cálida. Como una madre le sonríe a su hijo.

Cada vez me sorprende más la capacidad que tiene de cambiar el gesto y la energía de un segundo a otro.

Miro las armas. Todas y cada una de ellas. Me llama la atención una especie de machete no demasiado grande. Lo cojo.

— ¿Para qué es? —la curiosidad me puede.

— ¡Gabriel! —Su tono es frío y autoritario.

Él ha debido entenderla, porque, se dirige a una especie de mesilla al lado del sillón. Hay unos botones y presiona uno de ellos. De repente la tela del centro se mueve y se cae al suelo en suaves ondas. Miro y veo a...

— Klaüs —me tapo la boca con las dos manos tras susurrarlo.

Mi marido, ese hijo de puta, está atado en el centro de una especie de Jaula. Pero no hay barrotes. Solo una especie de tarima. Está desnudo y lleno de golpes. La sangre ensucia su viejo, gureso y asqueroso cuerpo.

Blood White I (La historia de Bianca) #PGP2023Where stories live. Discover now