Capítulo XXXIV ━ Responsabilidad

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—Entonces convence a Ron para que no se comporte como un idiota con él —dijo sincera—. ¿Por qué debemos encargarnos nosotros de él cuando tiene un hermano?

—Ron es... complicado. Necesita un poco de tiempo para procesar la muerte de su padre —explicó despacio.

Y justo cuando lo nombraron, lo vieron junto a Enid, tal vez confiando todo su dolor en ella. Cuando ambos vieron que se abrazaron, decidieron continuar el paseo.

—Yo no lo ví muy ocupado —comentó de mala gana. Al parecer las palabras de Marion eran más filosas que las propias navajas en sus botines.






Cuando regresaron del paseo, Carl fue a acostar a Judith y Marion miraba a Carol cómo hacía la comida. Sabía que si no la molestaba, a ella no le molestaría su presencia. Le gustaba compartir momentos con ella, pero extrañaba mucho que le enseñara sobre las defensas, como solían hacerlo en la prisión.

—¿Cuándo nos enseñarás a defendernos de nuevo, Carol? —se le escapó preguntar.

—No podemos ahora, Marion —decía mientras ponía el tiempo determinado en el reloj para sacar la bandeja—. Ya estamos demasiado perseguidos por lo que hizo Rick como para ahora planear hacer eso a escondidas.

Marion siempre llevaba su mochila consigo, como Beth solía decirle sobre Jess cuando la conoció. La verdad era que nunca podría saber cuándo podría necesitar su cuchillo para salvar la vida de alguien o la de ella misma, así que siempre la cargaba en sus hombros.

Tenía escondida el arma en uno de los bolsillos secretos de la mochila (uno que había encontrado cuando estaban en el granero minutos antes de que conocieran a Aaron), y se alegró mucho de poder ocultarlo cuando comenzaron a sacar las armas en su llegada a Alexandría.

El grito de una de las amigas de Carol la trajo de vuelta a este mundo, percibiendo que alguien había atravesado su cabeza con un machete. Carol se llevó a la niña para que se escondiera, pero Marion insistía en querer pelear.

—¡Marion, no! Estás a mi cargo, y eso implica mantenerte con vida —explicó—. Quédate aquí. No te muevas.

La había dejado a cargo de Carl, quien con arma en mano, inspeccionaba el perímetro para que nadie pudiera entrar. Cuando vio que Enid entraba por la puerta y que Carl le indicó que lo ayudara a cuidar la casa, Marion se enojó.

—¿Por qué está ella aquí? —susurró con tono enojado.

—Es mi amiga. Ahora mismo necesitamos estar todos juntos —le dijo tranquilo—. Además, tenemos las llaves. Ellos nunca podrán entrar a ningún lado.

Y de pronto, a Marion se le ocurrió una idea.

—Yo las cuidaré —las tomó—. Estarás muy ocupado con esa arma. Iré arriba a cuidar a Judith.

Subió las escaleras, pero en lugar de dirigirse a la habitación en donde Jud dormía, se desvió hacia su habitación en busca de alguna manta oscura que cubriera su mochila y su cabello. En cuanto todo esto pasara, juró cortárselo porque ya no le gustaba largo.

En cuanto se la puso encima, abrió la ventana y bajó cautelosamente, tratando de que la caída no fuera tan sonora como para alertar a esas personas. Vio la sangre, el fuego, los asesinatos, pero ya nada de ello la asustaba; ahora ella tenía las llaves y podía dirigirse a la armería a sacar un arma de allí.

En su camino, encontró algunos cadáveres de los hombres que atacaron Alexandria, y podía notar que lo único que tenían en común era una "W" en sus frentes dibujada con sangre. Estaba obligada a disfrazarse como uno de ellos para pasar desapercibida, por lo que tomó un poco de sangre y dibujó eso mismo en su frente reflejándose en un charco de sangre.

BLOODY DANGER¹ | Daryl DixonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora