Capítulo Veinte

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Ella se debatía entre la vida y la muerte, mientras que el cirujano intentaba salvarle la vida. Pues había visto que la bala le había dado entre el estómago y el bazo. Algo que era muy complicado de quitar si no sabias como actuar.'
Al doctor le limpiaron la frente del sudor y continuó con la operación de Eleanor. Donde ella dormía plácidamente.
Mientras tanto, en la sala de espera; los padres de Eleanor y Carlos estaban impacientes por saber de ella. Sin embargo, él se estaba viendo en la misma situación que cuando tuvieron que enterrar al falso cuerpo de Eleanor. Algo que le parecía tan irreal.
Él se levantó impaciente y golpeó la pared. Pues aún seguía sintiendo la misma rabia que cuando disparó a Tristán en la sien en el jardín de la casa de Eleanor. Solo esperaba que este se estuviera pudriendo en el mismo infierno.
―Cálmate hijo ―dijo el padre de Eleanor mientras que intentaba tocarle el hombro―. No le mandarás buenas vibraciones a Eleanor si estas de nervioso.
―No puedo calmarme sabiendo que soy el culpable de esta situación.
―Tú no tienes la culpa de lo que ha pasado. Ya sabíamos que esto podría pasar. Y nos advertiste de ello.
―Pero aun así soy el culpable.
―El culpable ya está metido en una bolsa de plástico. Ya sabes que tú no tienes nada que ver con lo que le ha pasado a Eleanor.
Pero el padre de Eleanor no dijo nada. Por lo que se separó de Carlos y fue junto a su esposa. La cual estaba sentada con un café en la mano y esperando a las noticias de su hija.
Carlos en cambio, mandó un mensaje de texto a Álvaro para saber si todos los hombres de Tristán habían caído en la trampa que le habían puesto. Pero Álvaro no le dio respuesta enseguida. Por lo que, se sentó a la espera de que Eleanor saliese de quirófano.

Ella despertó muy pacíficamente, mientras que sentía una paz tan plena como lo había sentido ya una vez.
De pronto, ella sintió unos labios junto a los suyos. Disfrutando de un beso que le sabia siempre bien.
Ella comenzó a respirar entrecortadamente y se giró para darle ese beso más intenso.
Ambos se dejaron de besar y Eleanor se percató que ante sus ojos estaba nuevamente Alejandro. Quien le sonreía como siempre él hacía.
―¿Estoy muerta? ―preguntó ella.
―Aún no reina. Pero aún no es tu momento.
Entonces, ella miró de lado a lado y buscó a Tristán con la mirada rápidamente.
―Tranquila princesa. Él no está aquí y está en el lugar que le pertenece. Algo que le atormentará durante su descanso eterno por lo que ha hecho.
―¡Ha muerto!
―Sí. Cuando Carlos te vio caer, la rabia se apoderó de él y disparó en la sien a Tristán.
―¡Que se joda! Él te mató a ti y a Alonso.
―Lo sé y no quiero que pienses en Tristán. Si no, en ti. Ahora necesito que luches por tu vida. Te queda ser feliz.
―Y para que luchar, si aquí me siento en paz y feliz conmigo misma. Incluso a tu lado.
―Porque tienes algo por lo que luchar.
―Según tú, ¿qué cosa?
―Lo sabes de sobra. Carlos y tus padres. Tienes que intentar salir hacia adelante después de lo que has vivido.
―¿Crees que después de lo que ha sucedido hoy seré feliz?
―Lo serás. Y estaré ahí para cerciorarme que lo eres. Lo haré en silencio sin que lo sepas.
―Si voy a serlo en la terrenal, déjame que disfrute un poco más en el mundo espiritual.
Entonces, Alejandro besó a Eleanor y ella volvió a disfrutar de ese beso.
Mientras tanto, en el mundo terrenal; ella sonreía. Por lo que, estuvo en paz durante su operación.
El cirujano mientras tanto, se alivió al saber que por fin le había quitado la bala y que podría cerrar la herida.
Media hora después, el cirujano salió del quirófano y fue a donde estaba la familia de Eleanor.
En pocos segundos, él se puso ante la familia y todos se acercaron para saber de ella.
―¿Cómo está doctor? ―le preguntó el padre de Eleanor.
―Todo ha salido bien ―le respondió él―. Nos ha costado sacar la bala. Una que se había instalado entre el estómago y el bazo, pero todo ha salido bien. Ahora hay que esperar setenta y dos horas para saber cómo evoluciona.
―¿Puedo entrar a verla? ―preguntó Carlos.
―Sí. Pero que sea brevemente.
Hicieron una pequeña pausa.
―Venga conmigo y póngase lo que le dé la enfermera. En cuidados intensivos hay que estar prevenidos.
Carlos asintió.
Después, este acompañó al doctor a la zona de cuidados intensivos. Pero él iba a tan inseguro de lo que pudiera pasar, que no quería ni entrar a verla. Pues aún se estaba echando la culpa de lo que le había pasado. Sin embargo, respiró hondo y le echó el valor que tanto necesitaba para verla.
En pocos minutos, entró en la zona y se percató que ella estaba sedada y con oxigeno puesto. Algo que nunca pensó que iba a ver.
Carlos se acercó a ella y le cogió la mano. Donde comenzó a acariciarla.
―Nena, perdóname. Tú tenías razón. No debí escoger nuestro día especial para atrapar a un asesino.
Hizo una pequeña pausa mientras que escuchaba la máquina de las frecuencias cardiacas.
―Cuando te despiertes y te recuperes, pienso compensarte con lo que me digas. Como si me pides la luna y te la bajo.
Carlos besó la mano de Eleanor y respiró profundamente.
De pronto, comenzó a escuchar algo de la máquina de las frecuencias cardiacas. Que las pulsaciones iban más rápidas y que de pronto, comenzó a sonar más seguido.
―¡Ha entrado en parada doctor! ―escuchó.
Los médicos y enfermeras entraron rápidamente, mientras que sacaban a Carlos.
―¡Doctor! ―dijo él―. ¿Qué ocurre?
―Salgase señor Rivera. Déjenos trabajar.
Entonces, terminaron de sacarlo.
Carlos salió de la zona de cuidados intensivos y volvió a la sala de espera. Donde salió un poco exhausto y sus lágrimas comenzaron a salir.
―¿Ocurre algo hijo? ―le preguntó la madre de Eleanor.
―Eleanor ha entrado en un paro cardiaco.
―¡Qué!
―Están estabilizándola señora.
―Voy a verla.
―Tranquila señora. A mí me han echado.
Mientras que la madre de Eleanor comenzaba a dar vueltas de arriba abajo, la hermana de Carlos le abrazó un poco para calmarlo.
Al cabo de cinco minutos, el médico salió de la zona de cuidados intensivos y Carlos junto a los padres de Eleanor se acercaron a él.
―¿Cómo está Eleanor doctor? ―le preguntó Carlos.
El médico respiró profundamente y después soltó el poco aire que le quedaba en sus pulmones.
―¡HABLE DOCTOR! ―rugió Carlos al final.
―Verán...
Entonces, el oído y la vista de Carlos se nubló por unos momentos y no sintió nada de lo que pudiera arrepentirse...

Tú. Mi PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora