—Sí, no es mi cosa favorita de hacer. Prometo no volver a hacerlo.

—Muy bien...

—¡Señor! —habló una enfermera entrando a la habitación—. Le dije que se fuera de aquí desde hace 20 minutos, no se debe molestar a los pacientes.

—Estaba por irme —dijo levantándose rápidamente de su silla—. Necesitaba estar aquí cuando ella despertara —señaló la cabeza de Laini—. Se pone como demonio cuando se despierta.

—Sí, es cierto y destruyo cosas —dijo Laini divertida—. Y lanzo maldiciones y también...

Martín le cubrió la boca.

—Creo que ya entendió —señaló disimuladamente a la enfermera que parecía asustada.

La mujer recuperó la compostura y se puso firme nuevamente.

—Tiene un minuto y contando para salir de aquí o llamaré a los guardias.

Martín levantó las manos en señal de rendición encaminándose a la puerta.

—Nos vemos más tarde.

Laini asintió y él salió de la habitación. La enfermera tenía el ceño fruncido y cambió hasta que Martín salió de la habitación, negó con la cabeza mientras se acercaba a ella. Le acomodó amablemente la almohada y la sabana.

—¿Cómo te sientes, linda? —le pregunto con calidez y Laini identificó que no le hablaba así sólo porque era un paciente sino porque en realidad quería ser amable con ella.

—Bastante bien, de hecho me gustaría ir a casa lo más pronto posible.

La enfermera le colocó una mano sobre el cabello.

—Me temo que el doctor tendrá que decidir si puedes salir hoy. Llegaste inconsciente aquí es un... milagro que los resultados de tu diagnóstico dijeran que no necesitas cirugía.

—Sí, soy un milagro. Martín me dijo algo parecido —se encogió de hombros—. No sabía que estaba tan mal hasta que empecé a toser sangre.

—¿Le llamas a tu papá por su nombre? —preguntó la enfermera extrañada.

Laini abrió los ojos ante esas palabras.

—Oye, sé que él luce un poco mayor que yo pero no es mi padre, vamos, es que ni se le ven más de 25 años ¿Cómo pudiste deducir que yo era su hija? —explicó rápidamente, sentía que debía dejarlo en claro, Martín siempre era amable con ella y no era justo que lo vieran como su padre. Incluso el semestre pasado cuando fueron a ver presupuestos para los graduados de ese curso los habían confundido con padre e hija, era inaceptable, ella no era tan joven ni él tan mayor.

—Bueno, es que yo vi... —empezó a hablar la enfermera—. Disculpa, debí cometer un error, entonces. Volveré en seguida, para que hables con el doctor.

Laini sólo asintió.

Sé quedó sola contemplando las cuatro aburridas paredes azul cenizo de la habitación, hacía mucho que no había estado en un hospital, la última vez también había estado rodeada de personas amables, Bruno y Sandra, esa vez habían hecho falta dos personas para hacerla llorar, pero ahora sólo Martín tuvo que pronunciar un par de palabras antes de que ella le soltara lo que había pasado, o parte de ello.

Si Martín no hubiera llegado en ese momento ¿Quién se habría dado cuenta de que se encontraba tan mal? Le apenaba recordarlo pero en ese momento había pensado en que si le hubiera dicho a Martín lo que le pasaba desde la mañana que lo vio, él hubiera buscado una forma de ayudarla, sus pensamientos habían sido sobre Martín llegando a salvarla. Que tonta.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora