Predicción maldita

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—¡No podemos esperar por los espíritus! El bebé morirá sino sale ahora —Gianna vociferaba con fuerza a la anciana, que lucía terca como una mula en su lugar. No movería ni un solo pie.

—No le pasará nada Gi. Confía en la palabra de los espíritus. Ellos saben lo que dicen —dijo confiada sin desviar su mirada del cielo.

Gianna no comprendía la decisión de la vieja curandera, pero no se quedaría a esperar que su madre muriera junto su futuro hermano en pleno parto. Recogió la tanda de insultos que tenía en la boca para la anciana senil y se dirigió nuevamente corriendo hacia el lago.

Rápidamente visualizó las claras aguas, que permanecían calmadas ingnorando los constantes gritos que se estaban escuchando de la mujer que estaba dando a luz. Su madre se oía desesperada. No se imaginaba el dolor que debía sentir una mujer cuando se desgarraba para traer una vida al mundo.

Encontró a Mara, pasándole trapos a su madre por el rostro transpirado y rojo del esfuerzo. Esta yacía con las piernas abiertas metidas en agua, el vestido lo llevaba arremangado por las caderas, tapando su feminidad con una manta blanca. Gracias a los espíritus que no había sangre visible en ella. Sus hermanos menores se encontraban a unos metros, mirando al ser que les dio la vida sufriendo para traer otra. Se notaban inquietos, sin saber cómo actuar ante tales gritos de ayuda que emitía su madre.

¿Y así esperaba la anciana que el bebé saliera a medianoche? Eran cerca de las nueve y las contracciones debían estar matándola.

—¿No ha dilatado aún? —preguntó Gianna, acercándose rápidamente a donde estaban para ver si podía ayudarles en algo.

Su madre apretaba fuertemente la mano de Mara, mientras respiraba profundamente con evidente esfuerzo, intentado disipar un poco el dolor.

—No, Gianna. No ha dilatado. Pero los dolores son muy fuertes. Por ahora hay que esperar —aclaró la mujer de manera apresurada, sin quitarle los ojos de encima a la embarazada.

Tal vez la anciana si tuviera algo de razón.

—Pensé que nacería ya.

—Si, yo también. Pero al parecer solo son contracciones del preparto.

Gianna no se decidía si sentirse aliviada o aterrada, la voz de su madre no dejaba concentrarse a absolutamente nadie. Solo podía desear que aquello fuera lo más rápido posible. Pero faltaban tres horas para la medianoche.

—¿Cuánto crees que tarde?

—No sabría decirte niña —dijo Mara ofuscada en su labor de calmar a la madre de Gianna—. Pueden durar minutos, horas e incluso días, todo dependerá de que su cuerpo esté listo para el nacimiento.

No creía que durara días, se veía que estaba pasando demasiado dolor. Aunque Gianna no sabía nada de medicina prenatal.

Gianna se acercó a su madre, y le tomó una de sus manos para que está la apretara. La embarazada no demoró en usar toda su fuerza cuando vio la mano de su hija ofrecerle consuelo. Estaba cegada por las contracciones horribles que le estaban dando.

—Juro que no pariré más —exclamó ahogada hacia su hija.

La chica soltó una risa sin poder evitarlo.

—Siempre dices lo mismo mamá. Y hasta ahora has tenido tres más desde mi nacimiento.

—¡No le respondas a tu madre! —gritó mientras apretaba aún más su mano. Casi partiéndola en dos. La chica soltó un gemido de dolor, arrugando el entrecejo con molestia.

—Pero sino te...

—No le vayas a la contraria Gianna. Ahora la tomará con cualquiera, solo síguele la corriente —siseó divertida entre los gritos de la mujer la señora Mara.

WitchbloodWhere stories live. Discover now