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LA PUBLICISTA

Marinette

—Aquí es donde tendrá la libertad de traer a su personal para sus reuniones cuando sea necesario. —Félix Agreste me mostró una sala de juntas gigantesca, que era al menos tres veces más grande que todas nuestras oficinas juntas—. Si me sigues al otro lado del pasillo, te enseñaré el spa y el gimnasio de primera clase, que también podrás usar cuando estés aquí.

Sonreí, esforzándome para que pareciera que le estaba prestando toda mi atención, pero en lo único que podía pensar era en Adrien, en el momento en el que había entrado por primera vez en su oficina y había tenido que reprimir por completo el impulso de decirle que me pusiera encima del escritorio y me volviera a follar.

En cómo se me habían mojado las bragas cuando había visto aparecer sus hoyuelos con una sonrisa.

«En cómo ha apretado la mandíbula cuando se ha dado cuenta de que iba a rechazar su oferta…».

A pesar de que él era prácticamente sexo en movimiento, su contrato era una bandera roja desde la primera página.

Había sabido desde el momento en que lo había leído que no había forma de que pudiera aceptarlo. Estuvieran en juego tres millones de dólares o no.

—¿Alguna pregunta, señorita Dupain? —dijo Félix mientras me llevaba al ascensor.

—En este momento no —repuse—. Muchas gracias, agradezco de verdad el recorrido.

—Me alegro de escucharlo. —Se quitó las gafas de cerca y emitió un suspiro—. Tengo que ser sincero con usted, señorita Dupain. No tenía mucha fe en que una pequeña empresa pudiera manejar bien a Adrien, y pensaba que se rendirían ustedes unos minutos después de conocerlo. Pero antes de entrar en su despacho, he llamado para obtener referencias sobre usted de sus clientes actuales. Todos me han dicho solo cosas buenas, y un par de los que ya no forman parte de su cartera incluso han
admitido que lamentaban haberla dejado. —Hizo una pausa—. Una vez dicho esto, ¿puedo suponer que quiere hacer crecer su empresa y ofrecer unos servicios más completos en el futuro?

—Sí, sin duda.

—Vale. —Me llevó fuera del ascensor, al reluciente vestíbulo. Luego miró su móvil—. Le digo una cosa, señorita Dupain. Voy a ver qué es exactamente lo que Adrien y yo necesitaremos durante los noventa próximos días, y le enviaré un contrato temporal esta misma noche. Puede enviarme un correo electrónico y llamarme con sus inquietudes en cualquier momento, pero necesitaré una respuesta sobre su decisión en menos de una semana. ¿Le parece bien?

—Casi —dije con sinceridad—. Si va a insistir en que tengamos un contrato temporal, necesitamos renegociar los términos financieros por temas fiscales. El señor Agreste ya nos ha pagado el año entero, algo que con mucho gusto le reembolsaré. No quiero conservar más de lo que está dispuesto a pagar por un tiempo más corto.

—¿Cuánto le ha pagado?

—Tres millones.

—¿Eso es todo? —Parecía ofendido—. Hemos gastado más que eso intentando neutralizar lasnoticias negativas en prensa. Duplicaré esa cifra por los noventa días.

—¿Qué? —Estaba segura de haberlo entendido mal.

—Que doblaré la cantidad. —Sonrió—. Me aseguraré de enviarle el primer borrador del contrato esta noche. Mis disculpas por no poder seguir hablando con usted. Tengo que ir a ocuparme de otro asunto.

UN CLIENTE DESCARADO (Adaptación)Where stories live. Discover now