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LA PUBLICISTA

Marinette

Iba a matar a Daniel si no llegaba pronto al club. Después de llevarme por la tarde a comprar un vestido azul de tela muy fina con la espalda al aire y a ver a su hermana, que matizó mi maquillaje durante más de tres horas, me prometió que no me dejaría colgada la primera noche que intentaba ligar.

«¿Dónde coño está?».

Me senté y esperé dos canciones más antes de sacar el móvil y llamarlo.

—¡Hola! —respondió—. ¿Dónde coño estás?

—¿Yo? ¿Dónde coño estás tú? Llevo esperándote dos horas.

—¿Dos horas? —Intentaba gritar por encima del sonido de la música—. ¿Dónde te has sentado?

—En el sofá del reservado vip. —Me puse de pie para que él pudiera verme—. Una de las
camareras me ha dejado sentarme aquí cuando le he dicho que los zapatos me estaban matando. Una suerte, ¿verdad?

—Muchísima, ya que el Agua no tiene una sección vip… En serio, Mar, ¿dónde estás?

—¿El Agua? —Negué con la cabeza—. Daniel, me dijiste «Club H2O». Está en todos los mensajes que me has enviado, y durante todo el día has hablado del «Club H2O».

—Ohhh, maldición… —Se rio histéricamente—. Lo siento…

—Pues no lo parece.

—Pues lo siento de verdad. —Se rio de nuevo—. ¿Voy para allá o quieres venir tú aquí? Los domingos son bastante impredecibles en el H2O.

—Me voy a ir a casa dentro de un par de canciones —dije—. Te prometo que volveré a intentarlo el próximo fin de semana, pero ya es la una y tengo los pies casi gangrenados. Por favor, no me odies.

—Como si pudiera… —Suspiró—. Sin embargo, te haré cumplir esa promesa el próximo fin de semana. Envíame un mensaje cuando llegues a casa.

—Lo haré. —Puse fin a la llamada y pedí otra copa de vino.

Si Daniel tenía razón acerca de que este lugar era «impredecible», esta noche definitivamente se llevaba la palma. A pesar de que se habían acercado a mí unos cuantos hombres en la pista de baile, todos y cada uno de ellos apestaba a desesperación. O emitían las vibraciones de un potencial asesino en serie.

—Bonito reservado que tiene aquí en la zona vip, señorita. —Un hombre de cabello gris que parecía lo suficientemente mayor como para ser mi padre se sentó a mi lado—. ¿Le importa si me tomo un respiro con usted?

—En absoluto. —Sonreí.

—¿Está aquí sola? —preguntó.

—Lo estoy —repuse, pensando que simplemente estaba esperando a su pareja—. ¿Dónde está su cita?

—No tengo pareja. —Se humedeció los labios—. Al menos hasta ahora. Esta noche debe de ser el destino lo que nos ha unido a los dos. Qué suerte tenemos, ¿eh?

—Perdone, ¿qué?

—El destino. —Sonrió—. No quiero estar solo esta noche, y tampoco parece que usted quiera estar sola.

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