Le ofreció su mano a Lily para ayudarla a salir del piso, pero ella lo ignoró y se levantó sola.

—¿Qué fue eso? —le preguntó ella con los ojos llenos de lágrimas.

El golpe le había dolido, pero también las burlas despectivas de sus compañeros.

Christopher no pudo responderle nada y se armó de valor para enfrentarse a su padre y a su hermana.

—Tarde, como siempre —dijo Connor en cuanto se reunieron—. ¿Cuál es tu excusa hoy? —preguntó sarcástico.

Lily reclamó entre dientes y habló cuando su jefe se quedó enmudecido:

—Fuimos a reunirnos con MissTrex, una influenciadora importante. Posará para Craze. —Pasó saliva.

Eso era mentira.

Todos los ojos se clavaron en ella y la hermana de Christopher apretó el ceño.

Connor los miró con desconfianza y señaló la oficina privada.

Christopher asintió y caminó junto a su padre, respirando profundo para mantener la calma.

Apenas cerró la puerta, se armó de valor para enfrentarse a ese hombre que siempre había menospreciado cada uno de sus logros.

—¿Y qué te trae por aquí? —preguntó Christopher de lo más normal.

Sobre su escritorio reposaba una pila de carpetas sin registrar.

Connor se carcajeó.

—No lo puedo creer —susurró furioso—. Eres la vergüenza de todo el país ¿y tienes el descaro de preguntarme qué me trae por aquí? —le indicó firme. Christopher se mantuvo inmóvil—. Tu hermana regresó de Tokio.

—No me di cuenta —respondió sarcástico.

—Su cartera de clientes es increíble y las recomendaciones de los editores también. La prensa la adora y Marlene está ansiosa por trabajar a su lado. ¿Y tú que tienes? —le preguntó enrabiado—. Una lista de amantes insatisfechas, clientes que solo quieren deshacer sus contratos con Revues por tu culpa y una asistente que se burla de la prensa.

Christopher abrió grandes ojos al escuchar aquello. Podía apostar que no habían pasado ni cinco minutos desde que Lily se había enfrentado con los reporteros en el primer piso de Revues y ya estaba en boca de todos.

—Tengo más que eso —contraatacó Christopher.

Su padre le dedicó una mueca de incredulidad.

Tras eso, caminó por el lugar en silencio, pensando muy bien en su ultimátum. Como no se atrevió a decirlo en voz alta, fue Christopher el que se osó a exigir la verdad:

—Solo dime que estás haciendo aquí. ¿Vienes a amenazarme, como siempre?

—Que bueno que lo sabes. Me he cansado de repetírtelo —le respondió su padre—. Te quedan quince días para lanzar un número digno de Craze o ya conoces la salida.

Christopher pasó saliva y se quedó mirando a Lily.

Mientras él se enfrentaba a su padre, Lily se enfrentaba a la menor de las Rossi.

París Rossi. Un demonio malcriado de ojos azules chispeantes y un cuerpo diseñado por los mejores cirujanos plásticos de España.

—Así que tú eres la asistente de mi hermanito —se rio y la miró con diversión—. Sí es cierto todo lo que dicen de ti.

La rodeó con paso cuidadoso, mirándola de arriba abajo.

Lily se contuvo de responder.

—Y este estilo que llevas, ¿qué es? —preguntó París con lio—. ¿Antimoda o qué? —se rio—. Muy de los noventa.

—Es mi estilo —se defendió Lily.

La cabellera de París era perfecta. Lily no pudo negarlo. Y tenía dientes tan blancos que, se pasó su lengua por sus paletas.

—Cuando Christopher caiga, lo primero que haré en mi gran remodelación será deshacerme de ti —le dijo con desprecio—. La basura se saca por la puerta trasera. —Le guiñó un ojo.

—¡Ni siquiera te atrevas a hablarle así a mi asistente! —gritó Christopher desde la puerta y salió marchando furioso del lugar. París le miró con horror. También Lily, quien no pudo entender a qué se debía todo eso—. Y no vas a remodelar nada, porque no voy a caer.

París se quedó helada cuando su hermano le gritó, pero se rio burlesca para disimular lo mucho que le había sorprendido su enfrentamiento.

—¿Y la defiendes? —preguntó París, haciéndose la ofendida—. ¿No te da vergüenza? —insistió.

Christopher se armó de valor para responderle, pero Lily lo interrumpió.

—Señor Rossi, no. —Negó respetuosa.

—Pero... —Christopher refutó dudoso.

La estaba insultando. A ella no le importó, así que le sonrió y le dijo algo peor:

—No vale la pena.

París abrió grandes ojos al escuchar aquello y le dedicó a su padre un gesto de ofensa.

Christopher se rio y se mantuvo callado, mirando fijamente a su hermana.

Connor notó que algo más estaba pasando entre ellos. Pudo advertir la complicidad, la confianza, el apoyo que había surgido entre ellos.

No lo entendió, por supuesto, porque esos no eran sus planes y se preguntó: ¿cuándo mierda había ocurrido todo eso? 

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