Lily contuvo una carcajada.

—Fui la editora del periódico escolar. Mis reporteras se inventaban los mejores chismes —se rio Lily y Christopher suspiró encantado al ver su hoyuelo una vez más—. Pero al final del día, un chisme no define lo que eres. Además, toda publicidad es buena y en su caso, usted la necesita.

A Christopher le hubiera encantado responderle, pero en cuanto las puertas dobles del elevador se abrieron en el piso de Craze, se encontraron de frente con Marlene Wintour.

Aunque el editor en jefe temió llevarse la peor parte, fue su asistente la que atrajo toda la atención de la elegante mujer.

Dieu lui pardonne —suspiró Marlene con su bonito francés, mirándole los feos pantalones grises que había elegido para ese día—. ¿No es en la primaria que enseñan los colores? —le preguntó a su asistente.

—En la primaria —confirmó su asistente, mirando la desabrida tonalidad que Lily vestía.

Lily apretó el ceño. Marlene suspiró repulsiva y cansada de la porquería que se metía en su revista.

—¿Aprendiste o no de colores? —insistió la mujer y Lily negó confundida—. Olvídalo, hablar contigo es perder el tiempo.

—¿Disculpe? —preguntó Lily, ofendida.

Ella ni siquiera sabía de qué estaban hablando o cuál era el bendito problema con los colores. Ella los conocía: azul, blanco, rojo, negro... ¿rosa?

—Te disculparía, pero vas vestida como burro —se rio y, tras esa horrible carcajada, se dirigió a Christopher—: Cariño, tu padre te está esperando en tu oficina. —Le sonrió ilusoria—. Buena suerte, la necesitarás.

Le arregló el saco y luego le pasó el dedo por la comisura de los labios, donde un feo golpe se marcaba sobre su piel pálida.

Lily y su jefe se miraron con espanto y no vacilaron en dejar esa extraña situación para unirse a Connor Rossi.

Lily quiso preguntarle a Christopher qué cuál era el problema con vestirse como burro, pero no supo cómo formular esa pregunta sin oírse tan mal.

Prefirió guardar su pregunta para otro momento.

En cuanto atravesaron los cristales, Christopher clavó sus ojos en su hermana menor. No pudo creer que su padre tuviera el atrevimiento de llevarla. Sabía que lo hacía para presionarlo, para torturarlo.

La muchachita apenas graduada caminaba campante por toda su oficina, riéndose junto a su padre y dejando entrever esa relación cariñosa que siempre habían mantenido.

La que no tenía con él, por supuesto.

Cada pisada que dio fue más lenta que la anterior y cuando las inseguridades lo invadieron, se detuvo del todo.

Se olvidó que su asistente iba detrás de él y cuando se dio la media vuelta para salir corriendo, se la encontró de frente.

Ni siquiera la vio, porque era tan pequeñita e invisible que pasó por encima de ella como un camión y la tumbó en el piso con toda su hombría.

Solo cuando la vio en el piso, quejándose por el golpe, supo que la había cagado. De fondo, sus empleados se reían de su asistente y su gran torpeza.

Su padre escuchó el escándalo y salió a recibirlos.

Connor Rossi miró su reloj de muñequera y con un desprecio fijó sus ojos en su hijo.

Tarde, como siempre.

—Mierda —hiperventiló el hombre y entró en pánico.

Le tenía tanto miedo al fracaso que en lo único en lo que pensaba era en evadir esa charla.

Suya por contratoWhere stories live. Discover now