El comienzo de la guerra

Start from the beginning
                                    

Para su suerte, su despacho estaba frente al suyo, con una linda vista y una zona de trabajo que, según el criterio de Lily, estaba bastante bien.

Tenía flores en la esquina, organizadores, una silla cómoda y muchos lápices de colores.

Lily sonrió.

—Computadora, las claves, accesos al correo de asistente, teléfono, agenda personal, agenda de trabajo, agenda de teléfonos, mi anexo... —Señaló Rossi a toda prisa y, tras creer que había terminado de explicarle lo más importante, le dijo—: A ver por cuánto soporta los flagelos de la moda, señorita. —Acentuó bien la palabra "señorita", incomodando a Lily.

Él le guiñó un ojo y tras ofrecerle una seductora sonrisa, caminó para refugiarse en su oficina otra vez.

Lily lo siguió con la mirada y, aunque en un principio le había gustado la idea de que solo cristales los separaran, en ese momento, se le hizo terriblemente incómodo.

Frente a ella, tenía todo el tiempo a Christopher Rossi, mirándola con esos ojos claros y profundos que la amilanaban.

Decidida a demostrarle de lo que era capaz, encendió a toda prisa la computadora e ingresó las claves que allí se indicaban, mientras hojeó las agendas del hombre. Cuando pudo acceder al correo electrónico de la revista, se espantó al ver que habían más de quinientos correos en espera.

Decidió que los revisaría uno a uno, del más antiguo, pero, cada vez que abría uno, el contador no disminuía, muy por el contrario, solo crecía y crecía.

506, 508, 512, 525.

En un pestañeo ya tenía 550 correos pendientes.

Lily sintió que se ahogaba y eso que recién empezaba. Cuando los teléfonos empezaron a timbrar, la cabeza se le hizo un lio y estuvo a punto de tener un colapso mental.

Christopher apareció por la puerta para empeorarlo todo.

—López, consígueme un café con leche de soya y un sándwich de cebolla, tomate y serrano —ordenó y regresó a encerrarse, sin pedir "por favor" ni añadir un simple "gracias".

Lily asintió obediente, pero la vedad era que, no recordaba nada de lo que el hombre le había dicho. De fondo, los teléfonos seguían timbrando, el número en la bandeja de entrada de correo seguía creciendo y, sus nuevos compañeros la miraban desde la distancia con muecas burlescas.

Cogió su cartera, sin saber qué era lo que iba a comprar y se puso el teléfono en la oreja para recibir una última llamada antes de partir.

—Oficina del señor Christopher Rossi, en que puedo ayudarle —dijo jadeante.

—Señorita López, soy Connor Rossi —le saludó el padre del demonio y la jovencita suspiró aliviada—. Veo que ya está cumpliendo sus funciones.

—Eso intento —le dijo ella, toda agobiada—, pero es muy difícil.

—Es organización —la alentó al hombre—. Y, como le dije, mi hijo se lo hará más difícil que nunca.

—Tengo que salir, señor Rossi. Su hijo me envió a comprarle algo que no recuerdo —susurró ella, al borde de un colapso.

Connor Rossi se carcajeó al oírla tan complicada y supo que tendría que ayudarla un poco para que no sufriera tanto en las garras de su hijo.

—Apunte, por favor —le dijo el señor Rossi. Ella abrió grandes ojos y cogió una pequeña libreta para apuntar lo que el hombre le iba a decir—. Café con leche de soya, le gusta el vaso bien lleno y un emparedado de pan de cebolla, no con cebolla, rodajas de tomate sin cáscara y solo aliño de oliva, nada de sal o limón y con largas lonchas de jamón serrano.

Suya por contratoWhere stories live. Discover now