Capítulo Cinco. Una vasija y una ida de pinza

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Entró en la tienda y después de pensar un par de segundos fui detrás de él. ¿Era el vestido mi ilusión o realmente era alguien con el mismo color de ojos?

Era el último día en el barco, la noche de la despedida. La jornada en la que el capitán cenaba con sus viajeros, el momento de estrenar un vestido.

En el ambiente, se notaba la tristeza de algunos pasajeros que ya imaginaban su vuelta a casa, su vuelta a la rutina y a los problemas y miedos diarios. También el nerviosismo de la tripulación que corría de un lado otro para preparar la gran velada. Otras personas miraban al mar, guardando para siempre aquellas impresionantes vistas en sus retinas y otras como yo, se miraban en el espejo tratando de no caer en la melancolía. Hacía tiempo que no veía a aquel hombre y, aunque sabía que tenía que dejar de pensar en él, mi mente se negaba a hacerlo.

-¿Lista para la última excursión?-Lucas me preguntó-

-Así es-respondí saliendo de mi mundo-

-Te veo mejor, Lucía.

-¿Mejor?

-Parece que la vida ha vuelto a tu rostro.

Me sorprendí ante aquel comentario. Estaban siendo unos días muy especiales junto a Lucas. Era bastante cierto. Siempre pendiente de mi bienestar, de sacarme una sonrisa o comentarme cualquier historia entretenida. Las visitas a las islas habían resultado de los más interesantes y ni un pero tenía que poner a aquellas vacaciones. ¿Me estaban sentando bien? Creí que sí. Aunque mis pensamientos me llevasen algunas veces a terrenos pantanosos.

-Me alimento bien-contesté- Nada mejor que dieta mediterránea para conservar tu cuerpo en excelentes condiciones. ¿No crees?

-Por supuesto. Espero que yo también haya colaborado en algo. Me refiero a que espero que te lo estés pasando bien.

-Claro que sí, Lucas. Me gustas más de amigo que de jefe mandón.

Sonrió y después de abrirme la puerta, salimos del cuarto.

-¿Destino?-pregunté-

-¿Aún no te has aprendido el itinerario, Lucía?

-Prefiero preguntarte a ti-contesté-

Era verdad. Le había cogido tirria a memorizar cosas desde que había terminado mis estudios. Pasarse tantas horas memorizando, había conseguido que en mi vida todo funcionase a base de notas. Nada de aprenderse de memoria la lista de la compra. Lucas lo sabía.

-¿Cuántas cosas se te olvidan cada vez que vas al supermercado?

-Ninguna-bufé- Siempre tengo todo lo que necesito.

Era mentira.

Media hora después, estábamos en el lugar más idílico en el que jamás había estado. Chania. Encantadoras playas cristalinas, un puerto veneciano digno de postal y callejuelas estrechas donde se podía pasear, comprar o simplemente sentarse en la terraza de alguna taberna para escuchar a los lugareños hablar en griego melodiosamente. Era un idioma curioso desde luego. Qué dio lugar a una jornada aún más curiosa.

Nunca me habían llamado la atención los objetos decorativos y mucho menos las vasijas pero en aquel momento, una captó mi atención. Era de estilo minoico, con unos extraños grabados marinos sobre ella. Pero fueron las letras lo que más me intrigó. El alfabeto heleno era bonito, elegante, enrevesado y antiguo pero la caligrafía de quien quiera que fuese había decorado aquella vasija, era extremadamente atractiva. ¿La conocía? Y,¿Qué diablos traía escrito? Entré en la tienda. Un hombre de unos sesenta años con el rostro curtido y moreno era el dueño de aquel establecimiento que estaba repleto de objetos cerámicos que reposaban sobre estanterías de madera. Un lugar añejo con escasa iluminación pero que emanaba historia.

¿Quién eres tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora