11: Parte irracional

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Acompañarme en la empresa durante la tarde y luego podemos ir a comer —explicó con simpleza el monegasco —. Supongo que tienes clases en la mañana, ¿Verdad?

—No entiendo, ¿Quieres que pase el día en tu oficina? —inquirió el rubio, mirando hacia la pantalla del televisor que tenía en frente, la cual tenía una imagen pausada de la serie que veía.

Así es.

—Pero yo no cuadro ahí, Charlie —el rubio se encogió de hombros, a pesar de que el contrario no podía verlo —. Ese no es mi mundo...me sentiría como un infiltrado.

Nadie va a cuestionar tu presencia —respondió rápidamente el monegasco —. Porque pasarás conmigo, soy el jefe, ¿Quién me cuestionaría? Además, estos últimos días han sido muy aburridos y lentos, me haría bien tu compañía. Si quieres puedo mandar a alguien que te recoja y te lleve al edificio, es lo de menos.

El neerlandés no le dijo absolutamente nada, dejando la línea en completo silencio. No podía imaginarse en un mundo como el de Charles, donde todos visten de traje y trabajan en cargos importantes, en cosas más importantes que las que él alguna vez haría por su vida. A veces no entendía al monegasco y su espontaneidad, ¿Quién en su sano juicio le diría a alguien que pase un día haciéndole compañía en su importante trabajo? A veces el hecho de que Charles rompa ciertos esquemas, le da un poco de miedo. Es un poco raro.

Luego iremos a comer —habló el contrario —. Tómalo como una cita.

¿Una cita?

— ¿Crees que bromeaba cuando te dije que quería recuperarte? —intervino el monegasco en una tonalidad seria, que le caló hasta los huesos —. Lo dije en serio, estoy intentándolo, Max Emilian. Por ti.

Ya nada es como en los viejos tiempos.

Exacto, por eso mismo es que lo intento otra vez —respondió Charles —. Porque, como bien tú lo dijiste, he cambiado y debido a eso ya no quiero cometer los mismos errores del pasado. Y quiero tenerte de vuelta, a mi lado...Claro, si es que tú lo permites.

Se quedó en silencio, procesando las palabras del contrario que tenían la pinta de ser una especie de confesión. Max sabe que Charles siempre fue así de directo, pero extrañamente aquello aún sigue sorprendiéndolo un poco.

¡Contigo decir que no es imposible!exclamó un poco frustrado y riéndose. Por un segundo, Verstappen sintió que los latidos de su corazón se aceleraron a más no poder y que una extraña sensación apareció en su estómago, ¿Eran esas famosas mariposas de las que todo el mundo habla? Max sabía que sí y hasta cierto punto le aterraba seguir sintiéndolas por la misma persona —. ¿A qué hora quieres que vaya?

Enviaré a alguien a recogerte —puntualizó Charles —. Estás un poco lejos y un taxi saldría excesivamente caro. Te avisaré bien mañana, descansa y guarda mi número, mon cœur.

Charles colgó la llamada apenas terminó de hablar, dejando a Max desubicado porque 1) le había hablado en francés, 2) básicamente lo había convencido para decirle que sí y 3) porque mañana iría a la empresa de Charles a no hacer, literalmente, nada.

Su vida se había tornado un poco fantasiosa, como si estuviese en alguna especie de libro. De alguna manera, la monotonía se había quedado a un lado y ahora debía enfrentarse a situaciones que nunca imaginó durante los últimos años.

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