* Recuerdo Olvidado *

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 –¡Ehud! –grito sin dejar de correr entre los árboles.
El sudor ha comenzado a pegar el vestido azul a mi cuerpo y con
cada zancada que doy siento que se pega más y más.
Los árboles están muy lejos de mi hogar, pero si en ese momento
echase la vista atrás podría ver nuestros hogares en miniatura.
Continúo corriendo sorteando ramas y piedras por el camino, pero
Ehud de repente cruza por el mismo árbol que yo y caemos las dos de
espaldas sobre la hierba.
–Eres muy lenta –dice sin maldad.
–Eso no es verdad –contesto a la vez que me voy incorporando–, lo
que pasa es que te has escondido.
Ehud se levanta con mi ayuda y me pasa el brazo por el hombro
mientras avanzamos entre risas hacia el final de los árboles.
Cuando llegamos al último árbol nos quedamos quietas, con su
brazo todavía sobre mis hombros, y observamos la hierba limpia y
perfecta que se extiende hacia donde nos alcanza la vista. No hay
hogares, ni trabajos. Solo hierba verde y rosada a causa del reflejo del
cielo.
–Cuando llegue mi momento trabajaré para cuidar todo esto –
susurra sin apartarse–. Y cuando acabe iré a verte para venir aquí, sin
dormir ni comer.
–Podremos traernos la comida aquí –sugiero.
–¿Prometido? –dice mientras me mira a los ojos.
Y por un instante nos quedamos mirándonos. Tan diferentes pero a
la vez teniendo cosas en común.
Ella es más alta que yo por muy poco, tiene el pelo más largo y
oscuro, no como el mío, y sus ojos son oscuros. Su cuerpo es también
más delgado que el mío y no tiene ni una sola imperfección. En eso no
nos parecemos. Pero jamás me ha hablado de mi aspecto y eso es lo
que me gustó de estar con ella.
–Prometido.
Ehud asiente y yo sonrío. Ella me mira los labios cuando lo hago,
pero no me pregunta por qué hago eso. Creo que sabe que es algo que
me sale sin querer.
Me siento bien con ella. No me juzga, no se ríe de mí, no me
pregunta, no me hace sentir incómoda. No me hace llorar.
–Deberíamos volver, empiezo a estar cansada –dice mientras se
gira.
–Entonces corramos –grito cuando paso por su lado riéndome y
corriendo de nuevo entre los árboles.
Corro sin parar, sintiendo pinchazos en el pecho por el cansancio y
el vestido volando sobre mi cuerpo. Nuestros hogares cada vez se ven
más cerca cuando pasamos la arboleda y corremos por el campo
abierto que lleva hasta el gran árbol donde siempre quedamos Ehud y
yo.
Cuando llegamos a él estamos casi sin aire y sudorosas, así que nos
dejamos caer a los pies del árbol y nos tumbamos con nuestros
vestidos puestos de cualquier forma y manchados.
Tengo la cabeza de Ehud pegada a la mía y nuestros hombros
desnudos se rozan mientras lo único que se escucha son nuestras
respiraciones.
–¿Alguna vez piensas en lo que pasará con tu vida? –suelta de
repente.
–¿A qué te refieres? –contesto a la vez que giro la cara para
mirarla, pero ella sigue mirando el cielo.
–Cuando tengas que elegir un trabajo y una pareja de vida.
–La verdad es que sólo he pensado en el trabajo. Me encantaría
trabajar en el Centro de Investigación como mi familia y descubrir
cosas nuevas.
Ehud gira su cara sin decir nada mientras hablo y me mira
fijamente a los ojos. Sin más, levanta la mano y me aparta el mechón
de pelo que acababa de caer sobre mis ojos.
Ese simple gesto hace que me comience a latir con fuerza el
corazón y me tiemblen las manos.
–Sería guay vivir juntas, ¿no?
La miro extrañada y me coloco sentada contra el árbol antes de
responder.
–Eso sería genial.
Y lo digo de verdad. No quiero alejarme de mi familia ni de ella
nunca. Solo pensar en que se vaya lejos me hace sentir mal.
–¿Quieres que se lo digamos a nuestras familias? –pregunta,
sentándose a mi lado.
–¡Sí! –contesto emocionada.
Ambas nos levantamos a la vez y corremos por la hierba hacia los
hogares, pasando primero por el suyo porque es el más cercano.
Entramos en su hogar y me siento emocionada por lo que vamos a
hacer. Estaremos juntas para siempre.
Avanzamos por el pasillo con nuestras respiraciones todavía
agitadas hasta que escuchamos las voces de sus familiares en el salón
y vamos hasta allí.
Irma y Azalel nos miran de inmediato al escucharnos entrar. Irma,
con su pelo suelto pero bien peinado, ni siquiera se levanta del sofá.
Azalel, sin embargo, se aparta de la ventana que da a la parte trasera
del hogar y nos mira con el gesto serio.
–¿Qué hacéis aquí las dos? –pregunta Azalel, rascándose mientras
la cabeza con apenas unos cuantos pelos por encima.
Ehud se mantiene de pie a mi lado, junto a la puerta, mientras que
yo intento mantenerme seria y no mostrar los nervios que me recorren
el cuerpo.
–Hemos pensado que cuando llegue el momento formaremos una
familia juntas –les dice, convencida.
Irma, que había devuelto la mirada a su libro, de repente nos mira
fijamente.
–¿Y cuál de las dos ha pensado eso?
Ehud se señala a sí misma y sus familiares se miran rápidamente,
como si pudiesen hablarse mentalmente. Eso me pone todavía más
nerviosa, pero escondo mis manos tras la espalda y las retuerzo sin
que me vean.
–Muy bien –dice Azalel con calma–, creo que lo mejor será que
Irma te acompañe a casa a descansar y yo hablaré con Ehud. Todo
estará bien.
Pero pese a esas últimas palabras me da la sensación de que nada
está bien.
Irma se levanta, dejando el libro a un lado, y me acompaña hasta la
puerta de la salida y de ahí a mi hogar. El camino es corto pero es tan
silencioso que me asusta.
Cuando llegamos a casa llevo a Irma hasta Micah, que es el único
que está despierto en la cocina, y la dejo pasar primero.
–¿Todo bien? –pregunta él, dejando a un lado el vaso del que
estaba a punto de beber.
Irma se adelanta poniéndose por delante de mí y me pide que me
vaya, pero no le hago caso.
–Han llegado Ehud y ella a nuestro hogar diciendo que cuando
llegue el momento formarán una familia –le comenta con tranquilidad.
–Ella se llama Valeria –dice Micah mientras se levanta de la silla–.
¿Y vienes a pedirme permiso o solo a comunicármelo?
–Vengo a pedirte que hables con Valeria para hacerla entender que
eso no podrá ser.
–¿Por qué? –pregunto sin poder evitar alterarme.
Micah me mira y hace un gesto para que me calle antes de seguir
hablando con Irma.
–Pero es lo que ellas quieren, ¿no?
–Eso da igual. No queremos eso para Ehud.
–Ehud tendrá que decidir por sí misma cuando llegue su momento,
¿no crees, Irma? Eso hicimos todos.
Irma se cruza de brazos y parece incómoda cuando se aleja un
poco de mí para acercarse a Micah y hablar en voz más baja.
–No queremos que Ehud forme familia con una chica tan extraña
como ella –suelta, haciendo que se me claven sus palabras justo en el
corazón. Casi puedo notarlo como un dolor realmente físico.
–Ella es como todos los demás.
–Sabemos que es alguno de vuestros experimentos, así que hay dos
opciones. O la dejáis claro que esto jamás pasará o lo denuncio al
Centro de Inspección.
Micah mantiene la mirada sobre Irma hasta que ella no aguanta
más y vuelve a alejarse de él, todavía seria y recta.
–Nosotros nos encargamos –dice entonces Micah.
Irma asiente y sale de nuestro hogar en silencio.
–Micah... –comienzo a decir, notando el quemazón de las lágrimas
en los ojos.
–No es bueno para ti formar una familia con Ehud, Valeria. Ya
habrá otra persona para ti.
–¡Pero eso no es justo! –grito a la vez que choco contra la pared
que tengo a mi espalda–. Además, ¿por qué me llama experimento?
Micah se acerca a mí y me acaricia la cara sin abrir la boca. Me
mira a los ojos y me parece ver algo de pena dentro de él, pero eso es
imposible.
–Acompáñame –dice mientras suspira.
Le sigo en silencio por el camino que lleva al Centro de
Investigación y freno en seco al llegar a la puerta. Nunca me han
dejado entrar, así que no sé qué pretende ahora.
Veo como pulsa unos cuantos botones que hay junto a la puerta y
éstas se abren de golpe. Miro a Micah sin saber qué hacer hasta que
me hace un gesto para que le acompañe.
Le sigo por dentro del Centro, observando cada detalle, cada
pantalla, cada luz y cada rincón. El olor tan característico que hay ahí
dentro. Todo parece nuevo pero a la vez me resulta familiar.
Avanzamos hasta una habitación que parece del Centro Médico y
me siento en la camilla que me señala Micah.
–¿Te sientes mal? –me pregunta mientras saca un bote rosado del
armario del fondo y una jeringa alargada.
Camina hacia mí y deja las cosas en una mesita que hay a mi lado
mientras él se acomoda en una sillita cerca de mí.
–Sí. Me duele el pecho y lo veo injusto. Ella no puede elegir sobre
la vida de Ehud ni sobre la mía. Además, me ha hecho daño con sus
palabras.
–Ha sido muy dura –dice, acercándome el bote para que lo coja–,
pero podemos solucionarlo. Bébete esto de un trago y te prometo que
te encontrarás mejor y seguramente todo esto quede olvidado.
Miro el bote entre mis manos, con recelo. Tiene pinta de saber
fatal y yo solo quiero irme a mi habitación a llorar y dormir. Quiero
volver a ver a Ehud cuando despierte y que me diga que todo está
arreglado.
–No te muevas –dice mientras me clava una aguja sin darme
tiempo a actuar.
El pinchazo hace que me ponga más nerviosa, así que rápidamente
me bebo el líquido con la otra mano mientras Micah me saca sangre
del otro brazo.
Hago una mueca de asco y le miro mientras le paso el bote vacío.
–Perfecto, túmbate. No quiero que te caigas.
–Estoy un poco mareada –le susurro mientras me tumbo–, creo que
ha sido por el pinchazo.
–Aham.
Escucho como se mueve con la silla hacia una pantalla grande y
comienza a tocar botones y anotar cosas de su trabajo con mi mirada
sobre su espalda.
–Doce años. Bajos niveles de serotonina. Vuelve a tener
taquicardias causantes por terceras personas y reacciona igual a la
inyección –le escucho decir.
–¿Has dicho algo? –le pregunto, pero justo cuando se gira en la
silla caigo en un profundo y oscuro sueño.  

LIMERENCEWhere stories live. Discover now