Monday

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— No creo que esto sea buena idea — dijo el chico mientras caminaba detrás de su jefe, con pasos torpes, acomodando sus lentes en el puente de la nariz.

— Te equivocas, es una excelente idea. — fue la respuesta de su jefe, quien a paso apresurado caminaba por los pasillos del lugar. — Es más, necesito que mientras yo no esté, vigiles a ese par de cerca. Quien quita y matamos dos pájaros de un solo tiro. — Habló con suficiencia.

— Pero, jefe, no somos una agencia de chismes.

El más bajo hizo una mueca al decir eso. Pues no le gustaba hacia donde iba dirigida la idea de su jefe. Luego de dos años de trabajar de cerca con el, se le hacía fácil descifrar sus ideas incluso si no terminaba de verbalizarlas.

— No lo somos, pero bien que podría vender la información por una buena cantidad.

Claro; el dinero.

Los seres humanos en su simple naturaleza, son movidos por el dinero. Ya sea por necesidad o deseo. Cada uno se mueve y toma acción para lograr algo, y estas acciones son energía que te llevan a ir por ello.

Y hay otros seres humanos, que son movidos por la ambición, por la avaricia de dinero. Como por ejemplo su jefe.

El chico se pregunta si alguna vez a su jefe le ha importado algo más que no sea el dinero. Lo peor es que tiene tanto que incluso una vez llegó a pensar que cagaba dinero.

¡Mierda. Ni siquiera tiene con quien compartirlo! El hijo de puta es tan mezquino que solo se dedica a ganar y ganar dinero para él solo.

Pero, volviendo al tema, nuevamente piensa que la idea de su jefe es de las peores que ha tenido. No le niega que podría ganar buen dinero si llegara a vender una mínima información de sus actuales modelos, pero sigue siendo una pésima idea.

— En serio, jefe, esto podría terminar mal. Esos chicos podrían demandarlo si...

Sus palabras fueron interrumpidas cuando su jefe paró en seco y él chocó con su amplia y dura espalda. Estaba lleno de músculos bien definidos. El hijo de puta estaba bueno. No lo iba a negar.

Ahora sus pensamientos fueron frenados.

— Dime una cosa, pequeñín — Lentamente se dio la vuelta y miró hacia abajo, le llevaba casi 20 centímetros al chico. — ¿quién eres tú?

El chico dudó.

— ¿Choi Dawon?

El más alto soltó una risita graciosa.

— No tu nombre, sino quién eres aquí.

— Su asistente, señor.

— ¡Exacto! — El acercamiento continuaba entre ellos. El más alto mirándolo con suficiencia desde su altura, y el más bajo mirándolo desde su pequeño lugar, con nervios, a través de sus lentes. — Y como eres mi muy eficiente asistente, estás aquí para ayudarme a ganar dinero. A darme ideas para ganar dinero. Y a no cuestionar las mías. — Finalizó dando medio paso hacia atrás, con una sonrisa pequeña en sus carnosos y apetecibles labios, esa que hacía dudar de su pequeña existencia al más bajo.

El chico nuevamente acomodó sus lentes con sus dedos fríos y un poco temblorosos. El choque repentino las había movido de su lugar. Aclaró su garganta y asintió lentamente.

— Entendido, jefe. — confirmó con su voz, sin embargo. Aunque temblorosa.

— Ahora que estamos en la misma línea y reconociste tu lugar, te repito lo anterior; vigila a ese par de cerca y, si pasa algo me lo haces saber. — de nuevo esa sonrisa de suficiencia. Y de medio lado esta vez. — De hecho, aprovecha que las cámaras estarán encima de ellos todo el tiempo para que tú también tengas una cámara encima de ellos. Es mejor tener una prueba visible. — y con esto dio la vuelta, llegando al ascensor y perdiéndose dentro de él.

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