—Sí, por favor, por favor, acepta mis disculpas, acep-

Él me interrumpe con un beso corto y casto que sabe un poco a sangre. Lo miro con ojos inundados en lágrimas y su rostro, todavía dolido, parece ahora un poco más tranquilo. Me sonríe como me sonrío en la tienda, entre una amabilidad sincera y un oscuro deseo. Trago saliva.

—Entonces vas a callarte de una puta vez con disculpas inútiles, vas a venir al dormitorio conmigo y vas a ser jodidamente bueno ¿No es así?

Asiento con la cabeza, un gimoteo de emoción y temor escapando de mi garganta. Ángel me deja en el suelo de nuevo y siento que el peso de mi cuerpo es demasiado para mí, pero logro sostenerme en pie incluso si mis piernas flaquean. Él mantiene una mano en mi espalda, reposando muy levemente, y me mira con tono de advertencia.

Cuando echa a andar la mano en mi espalda presiona y empuja, obligándome a ser el primero en cruzar el pasillo. A mitad de trayecto los dedos se desprenden de mi piel y me siento tan inseguro... oigo los pasos de Ángel justo detrás de los míos, pero quiero voltearme y pedir más de su contacto. No lo hago.

Avanzo con pasos hesitantes y veo emerger de la oscuridad los contornos de la habitación: la cama, la mesita de noche la dichosa puerta del baño, entreabierta. Si tan solo me hubiese duchado y hubiese ido a la cocina, si no hubiese rebuscado en el puto armario...

Pero Ángel no me deja pensar más en eso: la mano firme de mi espalda es agresiva, empujándome con fuerza a la cama. Me caigo de boca contra el colchón y no sé si debería voltearme y recibir a mi propietario con los brazos abiertos o solo yacer así, tranquilo, soportando sus deseos. Un terrible temor me inunda, pero también algo de emoción. Se siente como si revolotease por mi vientre bajo, un anhelo desconocido, ardiente.

Noto el colchón hundirse bajo el peso de Ángel; pone sus piernas entre las mías, las rodillas presionando mis muslos para abrirlos y sus manos cerniéndose alrededor de mis muñecas. Me dejo hacer, cerrando los ojos, respirando suave contra la almohada. Me pregunto si será cuidadoso o si será rudo, si está deseando que me duela, tenerme llorando bajo él. No quiero que sea así.

Noto su aliento en mi nuca, su peso levemente apoyado en el resto de mi cuerpo, poco a poco; el ancho pecho presionando mis hombros hacia abajo, el fuerte abdomen recorriéndome la espalda. Y esa maldita respiración. Pausa. Caliente. Arremolinándose en mi cuello, haciendo que mis pelitos se pongan de punta y mis rizos azabache se aparten del camino.

Deja un pequeño beso en ese lugar y luego otro y otro; su boca es sensible y suave, marcando mi cuello con una sensación agradable. Me cosquillea la piel cuando presiona los labios y la lengua, casi tímida, me roza solo un poco.

—No volverás a intentar escapar —susurra entre beso y beso y me aprieta duro las muñecas —, no lo harás. —repite, su voz demandante, sus dedos aplicando tanta fuerza contra mis muñecas que empiezan a temblar.

Jadeo por el dolor y me remuevo un poco bajo él, incómodo, pero me clava a la cama dejando más de su peso sobre mí. Otro ruido desesperado escapa de mi garganta cuando noto su excitación, tan grande y firme, presionando contra mi ropa interior, como si me estuviese probando. Recuerdo aquella vez en la ducha, cuando entró en mi casa, yo estaba tan aterrorizado... luego recuerdo mi vez en su ducha, cuando gemí su nombre. Temblé, pero no de miedo.

Ahora también tiemblo, pero no sé cuál de las dos cosas es.

—No escaparé de nuevo —murmuro, repitiendo sus palabras como un mantra, aunque mi voz sale desafinada y nerviosa, sin la templanza de la suya.

—Te quedarás conmigo —susurra, otro beso, como queriendo clavar esos mandamientos en mí. Y debo reconocer sus suaves labios lo logran mejor que sus duros golpes —para siempre. —continúa, ahora asomándose un poco para susurrar directo en mi oído.

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