²² Sueños nublados

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No es idiota, sabe cómo jugar con mis sentimientos.

―Caminen ―mascullo cerrando el mapa, seco.

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Llegamos a nuestra ubicación.

Ya estamos debajo de las minas.

Entramos sigilosos por la parte trasera.

Y por si se lo preguntan, Mushu y Pipa han optado por entrar por la entrada principal, y detrás de mí, vienen: Blair sosteniendo a Gafitas de la mano como si fuera un niño pequeño y Grillo, alumbrando el camino con sus linternas. Sí, el refugiado vino. No me pregunten cómo accedí, solo lo hice y ya. Con cara de culo, pero lo hice.

Cuando ingresamos, nos encontramos rodeados de una atmósfera densa y opresiva, permeada por un aroma a tierra húmeda y rocas antiguas. La iluminación escasa aumenta la sensación de intriga y desconcierto, haciendo que uno de nuestros pasos sean cautelosos y temblorosos.

A medida que nos adentramos en las profundidades de estas minas, nos enfrentamos a una serie de pasadizos laberínticos y galerías estrechas, que nos hacen sentir como si estuviéramos siendo observados por fuerzas desconocidas. Los ecos inquietantes de nuestros propios pasos resonando a nuestro alrededor y el sonido distante de gotas de agua que caen crean una atmósfera sobrecogedora y llena de incertidumbre, cosa que hace que—cada dos segundos— me precipite y recargue mi arma ladeando la cabeza, buscando algún refugiado al cual asesinar.

Me sorprende que aún no nos hayamos cruzado con ninguno, pero teniendo en cuenta lo que Henry me explicó antes de llegar, ellos duermen plácidamente a estas horas de la mañana y ni siquiera tienen guardianes en las entradas, pues nadie se atreve a cruzarlas, o al menos no hasta ahora. Cuenta la leyenda que no sales vivo si lo haces.

A través de la tenue luz de nuestras linternas, se pueden vislumbrar sombras y figuras en las paredes de las rocas, alimentando nuestra imaginación y desencadenando preguntas sobre quiénes podrían haber dejado esas marcas allí.

―Oh, por Dios, miren eso ―susurra Blair con rapidez.

Suelta a Gafitas, lo engancha en el brazo de Grillo y alumbra desde lejos lo que parece ser una puerta. Se adelanta de su posición y pasa por delante de mí, emocionada, tanto que no parece que le aterrase nada de lo que estamos viviendo.

Correteo un poco para alcanzarla y tiro de su brazo hacia atrás.

―Que parte de "quédate detrás de mi espalda" no has oído ―gruño cerca de su rostro cuando pretende quejarse de mi agarre.

Achina sus ojos.

―No eres mi padre ―dice y de un movimiento sorprendente se suelta de agarre―. Permiso.

―No, claro que no lo soy, soy tu capitá...

Me callo al verla. Acaba de patear la jodida puerta y tirarla al suelo dejando en descubierto una habitación totalmente blanca. Las partículas de polvo salen hacia todos los lados, causándome picazón en la nariz. ¿Es idiota? ¿Cuándo se me cruzó por la puta cabeza que la idea de traer a una mujer a la expedición más importante del año era una buena idea?

Respira hondo, apoya su pierna en el suelo y me hace una reverencia, vacilona.

―Despejado ―aclara y sonríe―. Patada ultimátum, para los novatos ―me lanza una mirada de arriba abajo como si yo fuera ese novato que menciona.

¿Qué cojones...?

―Capitán, ¿da la orden para que ingresemos? ―inquiere Grillo con respeto.

El refugiado niega con la cabeza muchas veces seguidas. Como siga así le va a agarrar un problema en la cervical, no me cabe ninguna duda. Blair me contempla ansiosa, esperando mi sí, y al encontrarse con mi rostro lleno de perplejidad, decide ir a la defensa de su propio plan, moviéndome de mis casillas, como desde que llegó:

Besos en Guerra ©Where stories live. Discover now