Capítulo 16: Lexa.

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Jacksonville, Oregon.

1.

Nos bajamos del avión y lo primero que veo es un aeropuerto con muchísima menos gente, además que no se ve tan moderno cómo en el cual tomamos el viaje.

— Creo que es por allá — dice inseguro Caden.

Lo sigo aunque sé que él tampoco sabe dónde ir. Luego de unos minutos al fin damos con nuestro equipaje. Buscamos la salida y al final dimos con ella luego que yo pregunté, no entiendo la negativa de los hombres a hacerlo ellos.

Tomamos un taxi y le da la dirección, noto que es un pueblo pequeño. Las casas son bajas y no veo los edificios modernos y molestos de la ciudad. Ambos vemos por la ventana.

— ¿Cómo se llama? — le pregunto mirando a Caden.

— Jacksonville — dice mirando su celular.

Me lo muestra, sabía que estábamos en Oregón pero no sabía que había pueblos así. Caden se ve tranquilo y me gusta verlo así.

Le envío un mensaje a Christian para avisarle que llegamos al primer destino. También a mi padre que estaba preocupado ya que no conoce a Caden.

— ¿Es Christian?.

— Nop, mi padre.

— Ah... ¿Cree que te voy a secuestrar? — bromea con una ceja alzada.

Al fin veo al chico joven que es, una sonrisa amplia con ojos muy azules brillantes.

— Algo así — sonrio mirándolo.

Además mi padre se extrañó porque por primera vez le pedía dinero, no tenía para venir y hacer un viaje tan costoso, pero no quería que Caden pagara todo. Así que hice lo que más odio, pedirle dinero a mi padre, él me lo dio sin decirme nada pero note que estaba impresionado por eso.

— Llegamos — nos dice el chófer luego de varios minutos.

Caden paga el taxi y nos bajamos. Una casa pequeña de color blanco y con ventanas con el marco azul, es antigua pero no se ve descuidada. Es linda.

— Voy a llamar — me avisa.

Lo miro y sonrio un poco. Está con buzo gris y poleron ancho negro, su cabello todo revuelto y lo más importante su rostro se ve sano, eso es jodidamente bueno. Sus ojeras parecen haber desaparecido, sus labios partidos se ven hidratados y su piel no parece seca. En general, se ve bien, sano.

— Dice que ya sale.

Asiento. El pelinegro toma mi maleta junto con la suya para acercarla a la casa, vemos que la puerta se abre y sale una señora rubia, de estatura mediana y no tan delgada, se ve de unos 40 años. Sonríe al vernos.

— Hola, soy Lucy — mira al chico al lado mío — y tú debes ser Caden — y a mí — y tú Lexa.

Asentimos.

— Sí, conmigo hablo por teléfono — dice el pelinegro.

— Vale, vamos adentro.

Nos dice que hay tres cuartos, dos baños, cocina y comedor juntos. Nos indica dónde está la lavadora y nos da las llaves.

— Vendré por ellas el lunes.

Estaremos una semana aquí y luego iremos a otro lugar. Nos despedimos y ella se va.

— ¿Quieres dormir o vamos a comer? — pregunto para romper el hielo.

Estamos cómo idiotas parados en la sala.

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