Ya dije antes que yo no creo en el destino... o quizá no lo hice, como sea. Lo que pasó ese día fue sin duda algo que me deja pensando en si existe o no el destino.

Cuando mi punta de flecha impactó con la cerradura y la hizo volar, escuché el claro sonido del fuego control; luego se hizo de noche.

Pocas veces uno escucha gritos como los que yo escuché, es común oír a niños pequeños bramar aterrados, pero guardias de prisión maestros fuego adultos y entrenados, es muy, muy raro.

Salí al pasillo, en mi ala de la prisión solo había 2 celdas, la otra estaba vacía. Avancé lo más sigiloso que pude, pero a los 2 metros, me di cuenta de que no fue necesario.

Los muros estaban calcinados en un patrón circunferente, como si una llamarada hubiese atravesado todos los pasillos. En el suelo había guardias inconscientes, con sus lanzas y espadas completamente calcinadas.

Un comandante una vez cuando era niño, soltó una plática aburridísima sobre como los mejores maestros fuego son capaces de calcinar una cosa y dejar intacta otra, como yo no poseo tal poder, nunca me interesó saber más, pero ese día... ¿o noche? Vi de viva voz los resultados de esa habilidad.

Seguí de largo hasta llegar a la puerta, estaba totalmente destruida, como si la hubieran golpeado con un enorme mazo y justo en el pasillo exterior pude ver volar algo que no creo es lo que vi, pero puedo jurar ante el mismo avatar (ya sé que está vivo... explicaré eso luego) que era un dragón blanco... eso o un tipo de fuego que jamás en mi vida había visto, era como ver nieve a través del agua, era un fuego muy hermoso, pero su calor, su calor era tanto, que incluso en donde yo me encontraba se sentía demasiado caliente.

Seguí y seguí olvidando por completo mi propia seguridad, necesitaba ver al creador de ese fuego, me asomé a la barandilla y en el suelo, alejándose a toda velocidad, estaba él, o creo que era él... el mismo viejo que acompañaba a ese Zuko, el príncipe de la nación del fuego, no los reconocí aquella vez, pero no podía ser otro más que el general Iroh. A su lado lo acompañaban dos figuras con túnicas azules y blancas, uno de ellos llevaba una espada y el otro solo resaltaba por su abundante y crispado cabello blanco.

Cuando superé la impresión y bajé a la libertad, le di un vistazo a la prisión, tenía marcas de fuego y destrucción por todos los muros, demasiado grandes para haber sido creadas por un maestro... pero lo mismo era ese fuego blanco y aun así... aun así al único maestro que vi, fue al general.

Mientras admiraba la prisión, de pronto el sol volvió a brillar en lo alto del cielo, la noche y el día pasaron tan rápido que sentí terror de que de pronto empezaran a llegar cientos de guardias y soldados. Así que corrí, corrí y corrí por días, por noches enteras, no me detuve no miré atrás seguí y seguí hasta llegar al océano... seguía en la nación del fuego y aunque mi cabello había crecido, mi aspecto seguía siendo el de un prisionero fugado. Necesitaba un plan, necesitaba aliados, necesitaba información... y necesitaba mi arco. Tristemente, solo sabía (o recodaba) el paradero de lo último, el palacio del rey tierra, en el corazón de Ba Sing Se, ofrecido a la princesa Azula como ofrenda por su victoria sobre Long Feng.

Con solo ese conocimiento, tuve que regresar a los pueblos, mendigar, disfrazarme y esperar... esperar un milagro, esperar una señal, ¡esperar a Ming!

Fue como una aparición, como un espejismo en el desierto provocado por la sed, pero era ella. No usaba su uniforme de la Nación del Fuego, de hecho, no usaba ni siquiera el chongo popular de los militares más honrosos y parecía...cansada.

La seguí por todo el mercado hasta que la alcancé en una taberna.

No era un bar normal, en el interior había un montón de viejos jugando Pai Sho y en el mostrador no dejaban monedas, solo piezas de ese juego. Ella dejó un dragón de jazmín y un hombre le entregó un paquete. Antes de que pudiera abrirlo me acerqué a ella y usando una rama para presionarla contra su costilla le susurré.

El diario de LongshotWhere stories live. Discover now