13.-Todas las de perder:

Începe de la început
                                    

—Cuando Evelyn me presentó con ustedes— dijo Lousen mientras se frotaba los cansados ojos—. Pensé que por fin había llegado al sitio correcto, que ahora las cosas se pondrían en orden. Tiempo después, algunos trataron de ofrecerme la mejor tecnología para salvar a Velika, y otros amenazaron con dejar que el virus la consumiera si no sucumbía ante sus órdenes. Mi mente en esos momentos dijo que mi hija era lo más importante, y como siempre, hice caso de ella. Ahora, dejando ese sentimentalismo de lado, descubrí que, efectivamente, había llegado al sitio correcto ¡Por Dios! ¡Estaba en la resistencia del norte! Claro que era el lugar correcto, pero las personas a cargo no eran las adecuadas. Ahora les ofrezco la opción de irse, dejar su puesto a cambio de sus vidas.

—Ahora nos amenazas de muerte— bufó Shania—. Debes estar desesperado.

—No es él quien amenaza tu frágil cuello— espetó Magnus, jugando con las chispas en sus manos. La mujer retrocedió un par de pasos.

— ¡Ustedes! No tienen nada que perder ¡Hijos de...!

—Te sugiero, Leonard— dijo Albert con calma. Hablando por primera vez en todo ese altercado—. Que cuides tus palabras, la hija de Raphael está arriesgando su vida para que podamos tener estos momentos de deliciosa charla.

Por primera vez, los líderes miraron a Lousen con una muestra de lástima.

—Esto no se va a quedar así— amenazó Leonard y abandonó la oficina, con Jocelyn y Shania pisando sus talones.

Raphael se dejó caer en su asiento. Magnus se recargó contra el marco de la puerta y le dio una mirada a Albert.

—Te doy un punto— dijo el general a Albert—. Por haber logrado que se largaran sin derramar sangre; pero te lo quito, por haber utilizado a Velika. Fue golpe bajo.

Albert bufó.

—No soy uno de tus estudiantes, Magnus. Así que guarda tus estúpidas lecciones.

Lousen escondió la cara entre las manos. Magnus y Albert seguían discutiendo acerca de los otros líderes de la resistencia, sobre que habría sido mejor no dejarlos ir, pero Raphael ya estaba cansado de todos esos juegos, de toda esa muerte, lo menos que podía hacer era salvar pocas vidas, aunque estas no valieran mucho.

Su parte en esta guerra se estaba terminando, era demasiado viejo para pelear, estaba muy cansado y harto. Pero sobre todo... su habilidad se debilitaba con los años. Simplemente quedaban residuos en él, al igual que en Magnus. Raphael se preguntó cuánto de ello quedaría aun en Charlotte.

—En algo tienes razón, Magnus— dijo Lousen al levantar la cabeza—. Tengo a mi hija. Y está peleando en alguna parte allá afuera...

—Mi hijo también está ahí, Raphael— gruñó el general.

—No. Ya no queda nada de Jordán, así como no quedaba nada de Jeremy cuando murió. Y tampoco queda nada de ella, pues cuando Eva...

— ¡Suficiente!

Albert silbó por lo bajo y giró su silla de ruedas hacia la salida.

—Yo no sé tú, Magnus, pero a mí me encantaría que el final de mi vida no me encontrara sobrio.

Raphael no supo si Lanhart pudo o no interpretar las palabras de Albert, pero después de intercambiar una mirada molesta con él, empujó la silla de ruedas de su viejo amigo, a la salida. Lousen esperó unos segundos, por si el general deseaba regresar a reclamar algo, pero no lo hizo, así que cerró la puerta.

Miró la pantalla sobre su escritorio durante unos segundos ¿Qué pasaba si Velika estaba ocupada? ¿Qué clase de pregunta era esa? ¡Claro que ella estaba ocupada! ¡Estaba peleando en una guerra! Pero Raphael no perdía nada por intentar hablar con su hija, así que con un rápido movimiento, presionó el comando.

Mente Maestra la sagaUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum