𝐆𝐫𝐨𝐯𝐞𝐫 𝐠𝐞𝐭𝐬 𝐚 𝐋𝐚𝐦𝐛𝐨𝐫𝐠𝐡𝐢𝐧𝐢

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GROVER SE AGENCIA UN LAMBORGHINI

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Sia POV's

ESTÁBAMOS CRUZANDO EL RÍO POTOMAC CUANDO DIVISAMOS UN HELICÓPTERO. Un modelo militar negro y reluciente como el que habíamos visto en Westover Hall. Venía directo hacia nosotros.

— Han identificado la furgoneta —advirtió Percy detrás mío, aplastado entre las mochilas.

— Tenemos que despistarlos... Hay que cambiar de vehículo.

Zoë viró bruscamente y se metió en el carril de la izquierda. El helicóptero nos ganaba terreno.

— Quizá los militares lo derriben —dijo Grover, esperanzado.

— Los militares deben de creer que es uno de los suyos —continué sacando la cabeza por la ventanilla—. Podría lanzar una flecha...

— ¿Cómo se las arregla el General para utilizar mortales?— interrumpió mi amigo jalandome al interior.

— Son mercenarios —repuso Zoë con amargura—. Es repulsivo, pero muchos mortales son capaces de luchar por cualquier causa con tal de que les paguen.

— Pero ¿es que no comprenden para quién están trabajando? —preguntó—. ¿No ven a los monstruos que los rodean?

Zoë meneó la cabeza.

— No sé hasta qué punto ven a través de la Niebla. Pero dudo que les importase mucho si supieran la verdad. A veces los mortales pueden ser más horribles que los monstruos.

— No lo pongo en duda...

El helicóptero seguía aproximándose. A aquel paso acabarían batiendo una marca mundial, mientras que nosotros, con el tráfico de Washington, lo teníamos más difícil.

Thalia cerró los ojos y se puso a rezar.

— Eh, papá. Un rayo nos iría de perlas ahora mismo. Por favor.

Pero el cielo permaneció gris y cubierto de nubes cargadas de aguanieve. Ni un solo indicio de una buena tormenta.

— ¡Allí! —señaló Bianca—. ¡En ese aparcamiento!

— Quedaremos acorralados —dijo Zoë.

— Confía en mí —respondió Bianca.

Zoë cruzó dos carriles y se metió en el aparcamiento de un centro comercial en la orilla sur del río. Salí de la furgoneta corriendo yendo a abrir la cajuela y tomar mi mochila, dejando a Percy con la mano extendida.

— Gracias por la ayuda, Sia.

Le aventé su mochila al pecho y bajamos unas escaleras, siguiendo a Bianca.

— Es una boca del metro —informó—. Vayamos al sur. A Alexandria.

— Cualquier dirección es buena —asintió Thalia.

Compramos los billetes y cruzamos los torniquetes, mirando hacia atrás por si nos seguían. Unos minutos más tarde, estábamos a bordo de un tren que se dirigía al sur, lejos de la capital. Cuando salió al exterior, vimos al helicóptero volando en círculo sobre el aparcamiento. No nos seguían.

ANATEMA ⋆ PJOWhere stories live. Discover now