9: Un matiz para la guerra

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Nadie había querido decirme la afinidad de Slifera, así que solo sabía que la de Sebastian era tierra, lo cual no me decía mucho. Inicialmente había pensado que podría relacionar la magia a la personalidad, pero al pensar en el mago, la tierra no era mi primera opción.

Volví a gruñir. Era simplemente imposible.

—¿No podrían darme más tiempo si me ayudas a perfeccionar al menos una fórmula o poción? —intenté de nuevo.

Sebastian me dio una mirada cansada que me pedía no insistir.

—Al menos la roja, la de fuerza, dijiste que era la más fácil...

—Nethy, la última vez que te dejé intentarlo, incendiaste una mesa. No puedes tomar los frutos de la hierba del fuego a la ligera —recordó, tratando en la medida de lo posible de no lucir harto de mí. Eso solo lo hizo más notorio y comencé a sentirme un poco mal por todo lo que lo había molestado en días pasados.

—No lo haré. Aprendí mi lección —rogué, abandonando mi lugar junto a la esfera de los elementos y yendo a su mesa de trabajo, dedicándole mi mejor mirada de súplica.

—Lo siento, Nethy. No puedo. Los chicos han tenido muchas misiones y hay más programadas para hoy, debo resurtir las reservas y no hay cabida para errores.

—No los cometeré. Ya memoricé las fórmulas. Empecé mi propio recetario como recomendaste, te prometo... no, te juro que lo haré bien —aseguré, mostrándole la libreta de pasta roja que él me había dado, misma que ya casi se quedaba sin hojas debido a todas las instrucciones, anotaciones y dibujos de las plantas que había hecho.

Él dejó salir un suspiro, cosa que me dio algo de esperanza, sin embargo, en un movimiento que no preví, mi insistencia pareció llevarnos una vez más a ese punto de no retorno que tanto quería evitar, pues el mago se puso de pie, me tomó de los hombros y comenzó a dirigirme con suavidad a la puerta.

—No, Seb, lección aprendida, me quedo con la esfera, puedo hacerlo, no necesito otro descanso —balbuceé, tratando de resistirme, pero a comparación de todos los soldados, mi resistencia era nula y por mucho que traté de frenarlo, ambos terminamos en la puerta de la Torre.

—No lo tomes a mal, Nethy. De verdad quiero ayudarte, pero necesito al menos unas horas para tener esto listo. Ninguno de los dos ha dormido en las últimas noches y si divido mi atención, cometeré un error y no me puedo permitir otro regaño de Slifera. Solo unas horas, ve a comer algo, a tomar un baño o a dormir con Meg o Abby —pidió, sus cansados ojos grises dándome una disculpa silenciosa, antes de pasarse las manos por el rostro y el cabello en un intento de despejarse, gesto que hizo que el pendiente en su oreja se moviera, atrapando algunos destellos del sol de la tarde que se colaba por los ventanales.

Ese detalle me hizo darme cuenta de que debían pasar de las cuatro y ninguno había ido siquiera a desayunar. Tenía que reconocerlo, Sebastian tenía razón: seguir ahí ese día era una batalla perdida.

—Bien. Solo unas horas —acepté, rindiéndome.

Él me agradeció con un gesto.

—Pero solo iré a traerte algo fresco de comer y a acusarte con Inanna —aclaré—. También necesitas descansar. Seguiré repasando el recetario y cuando vuelva me enseñarás a hacer bien una fórmula de fuerza. No creas que no sé que son las que más utilizan.

—Trato hecho. Tal vez si de verdad conseguimos una fórmula, podamos convencer a Slifera de ayudarnos o al menos, de abogar con Alexander por un mes más —negoció—. Aunque solo si ambos dormimos hoy.

No pude contener una mirada indignada. Comenzábamos a conocernos lo suficiente como para que nuestros tratos terminaran siendo bastante justos para ambos. Por un lado, me parecía bueno, pues significaba que, de algún modo, estaba ayudando a Seb, pero por el otro, significaba que yo también tenía que ceder en algunas cosas que no deseaba hacer.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreWhere stories live. Discover now