La casa de su madre biológica. Su corazón latía con tal violencia que tuvo que disimular mientras bajaba del coche. Le habría gustado verla a la luz del día, pero...

—Es preciosa —murmuró.

—Como te dije, ha sido una buena inversión. Cuando me apetezca venderla valdrá más del doble.

—¿Vas a venderla? —exclamó ella, asustada.

—Cuando me ofrezcan el precio que quiero —contestó Lauren.

Camila se secó las manos sudorosas en la falda del sencillo vestido negro mientras subía los escalones del porche. ¿Cuántas veces habría hecho lo mismo su madre?, se preguntó.Una vez en el interior, Lauren pulsó un código de seguridad convenientemente escondido detrás de un espejo y le hizo un gesto para que la siguiera. Pero Camila no podía moverse. Una extraña parálisis se había apoderado de ella. Estaba tan cerca de descubrir la verdad... tan cerca del diario, de las respuestas... Si estaban allí.

Pero, ¿y si no le gustaba lo que había escrito en esos diarios? ¿Y si su madre no había sido una buena persona? ¿Y si había muerto de una terrible enfermedad genética? ¿Y si ella había heredado alguna falta, algún defecto de carácter que la hiciera indeseable?Pero su padre y Susan la habían querido, ¿no? Quizá. Sus padres habían mentido sobre tantas cosas que Camila ya no sabía qué era verdad y qué no.

—¿Camila?

—¿Eh? Ah, perdona. Es que esta casa es tan lujosa... No se parece nada al edificio militar en el que crecí.

—Eso no parecía molestarte en casa de los Ainsley.

—Imagino que estaba demasiado nerviosa saludando a tanta gente. Es que... no salgo mucho últimamente.

Estaban en una entrada de forma circular y techos altísimos que terminaba en una escalera de mármol. ¿Habría subido su madre esa escalera intentando no hacer ruido por la noche? ¿La vena salvaje que la había metido a ella en tantos líos cuando era adolescente habría sido una herencia de Sinuhe? Desde luego, no la había heredado de su padre, un militar estricto, ni aprendido de su madre adoptiva, una santa que jamás levantaba la voz por muy insoportable que se pusiera.

—¿Quieres que te haga el tour de diez dólares? —sonrió Lauren—. Si no tienes dinero en efectivo, acepto todo tipo de pago.

Ella se aclaró la garganta.

—Muy graciosa. Pero sí, me gustaría ver la casa.

Pero lo mejor sería entrar allí sin Lauren. Tal vez pudiera convencerla para que le diese una llave...

—¿Cuántos dormitorios tiene?

—Seis dormitorios y siete baños y medio, más la zona de los empleados sobre el garaje.

¡Seis dormitorios! Tardaría horas en explorarlos todos y buscar tablas sueltas en el suelo de los vestidores... eso si los vestidores no estaban llenos de muebles o algo así.

—Es una casa estupenda para formar una familia.

Su madre había crecido allí, hija única según lo que había descubierto. Y había vuelto a casa después de un solo semestre en Vassar, la famosa y exclusiva universidad para señoritas. ¿Se habría llevado los diarios? ¿Los habría vuelto a guardar en el vestidor?

—Ven, sígueme.

—¿Has hecho algún cambio desde que la compraste?

—Además de las cañerías y la instalación eléctrica, no. Los antiguos propietarios sabían cómo conservar bien una propiedad. Incluso compré algunos de los muebles en la subasta.

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