Grietas.

14 1 0
                                    

Juliana caminaba conmigo y saltaba siempre que veía una grieta.

Aún teniendo treinta hacía lo mismo conociéndola íbamos a su casa por un sentido contrario sosteniendo su maleta

En su casa siempre me llamo atención un cuadro heredado que parecía echo de tachuela, madera y herramienta.

Más cada vez que preguntaba mi antigua compañera me decía que era un tío nacido por lado de la meseta.

Mi querida amiga paranoica me decía que estaba siendo perseguida al día siguiente que volvía por la misma ruta.

Estaba atónita diciendo que había evitado esto por años pero que nunca había podido llegar a la costa.

Diciéndole tranquila fuimos derecho a su casa la fotografía echa en tachuela se sentía muy basta.

Deje a mi amiga dormida, y salía por la puerta me sentía observada, con frío y no había traído chaqueta.

Al salir veía que estaba lloviendo, me abrigue rápidamente con lo poco que tenía, se sentía quebrada mi garganta.

Llegando a casa, esperaba ir a dormir pero el sentirme observada, me hacía discernir, hasta que sonó la última gota.

Levanté somnolienta, iba a ver a Juliana, al llegar había mucha gente y un ataúd aterraba a las masas, por la impresión rompí una maceta.

Sabía quién era porque ahí solo vivía mi confidente de hace años, no podía creer que ahora paso de una casa a una cajita.

No olvidaba que en su cara tan tranquila y ligera, bien vestida en el velatorio, su mejilla dibujaba una grieta.

Pasando los días, Juliana me había dejado sus fotografías y cacharros ya que su familia no contaba donde dejarlos, así que me fue entregado en una canasta.

La fotografía de tachuelas estaba ahí, por respeto la colgué, se veía bien en mi caseta.

Pasaron los días y como era costumbre de Juliana, empecé a evitar también las grietas, me gustaba sentir que caminaba con ellas, y que si me detenía alguien saldría de ellas en forma de silueta.

Pasando los días mis paredes se fueron agrietando como las de Juliana, la fotografía de aquel hombre sentía que me miraba, aveces me sentaba y empezaba a contar grietas me parecía rara mi conducta.

Cada día me encontraba grietas en algún lado, platos, cubiertos, mis piernas, mis gatos, me sentía cubierta.

Mi casa se sentía estrecha, todo se sentía apretado, de forma rasgada, mis pensamientos se volvían hondos, en el momento que callo el cuadro por la reciente tormenta.

Me harté de tantas grietas, estaba cansada de no salir de la costumbre, empecé a taparlas con pegante y cinta.

Al salir de mi casa estaba más aterrada evitaba las grietas tenía miedo que me atraparan, sentía estar siendo perseguida, y por cada grieta me sentía mirada con dolor en la frente.

Aquel hombre de la foto venía constantemente a mi mente, y sin poder evitarlo, en una grieta se me aparecía ese señor con atuendo y cara de aquel bautista.

Al llegar a mi casa comencé a pegar todas las grietas de nuevo, cada que había llovizna se abrían, en una de ellas empezó a salir aquel ruido que desde ayer escuchaba, sonaba como una trompeta hueca, desafinada y sin cubierta.

Cuando tapé todos las grietas, empecé a darme cuenta aquella trompeta también la escuchaba en mi cabeza, en mi ombligo empecé a poner pegante, y aún sonaba aquella trompeta desgarrante en incógnita.

La trompeta no se callaba y cada grieta de mi casa estaba cerrada, la escuchaba en mi cabeza, llene de pegante mis oídos, sangrando y sin equilibrio me movía como un gusano por el piso con textura Vanguardista.

Seguía escuchando la trompeta y el sonido no se cesaba, en un intento desesperado llene mi boca de fría porcelana, que al tacto ya no estaba tan fría se tornaba roja, cual rosa de un artista.

Mi estómago de porcelana estaba llenado, esa trompeta que salía de mis grietas no paraba, mis ojos quedaban para ser cerrados con una vela caliente, su cera los derretía mientras lloraba, y mis pupilas antes azules se derretía con un ardor profundo, se escuchaba como caia mi cara al piso de forma creando una orquesta.

Ya no sentía nada, sin oídos no había equilibrio para levantarme, se detuvo la trompeta por fin, a lo lejos de mi casa escuchaba pasos, no tenía sentido pues mis oídos y tímpanos los había cerrado y destrozado, incluso sonaba mi garganta.

Alguien se sento al lado mío y tomo el cuadro, empezó a repararlo, la sordera, volvió a sonar en forma de trompeta aumentaba más cada vez que colocaba un vidrio de forma perfeccionista mientras la ensordecedora trompeta en mi cuerpo no se detenía, aún no pudiendo moverme, mi cuerpo se sentía aprisionado, a la vez, no podía gritar, ver o moverme, solo escuchaba la maldita trompeta que por cada gota de sangre y por cada vidrio hacía una sonata.

Lo Mundano De La Antología.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora