Capítulo 1

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—Todo lo que una mujer necesita saber sobre los hombres es que son criaturas que dependen de su hombría. Apelad a calenturienta cola y tendréis un control absoluto sobre ellos, porque, cuando su miembro masculino está al mando, no lo está su cerebro.

Ariel estaba sentada en el lecho junto a su hermana Adella, intentando no ofender a Sebastián revelando la diversión que le producía su proclamación. Se apretó el puño contra los labios para contener su regocijo.

Fue en ese momento cuando cometió el desafortunado error de mirar a Adella, y entonces ambas estallaron en carcajadas.

¿Quién no se reiría? Especialmente al imaginarse la enorme protuberancia en la cola del prometido de Adella.

Oh Señor, Niles desfilaba por doquier como el dios Príapo en un festival de vírgenes.

Sebastián, en cambio, no parecía muy complacido con el alborozo. Aclarándose la garganta, Ariel apretó los labios e hizo todo cuanto pudo por recuperar la compostura.

El cangrejo puso las pinzas en jarras y les hizo una mueca. No conseguía intimidar a nadie. Aún así, habían sido ellas quienes le habían preguntado sobre aquel tema. Lo menos que podían hacer era escucharlo sin reírse.

—¿Cómo pude creer que las niñas se tomarían esto en serio? —preguntó.

—Perdónanos —dijo Ariel aclarándose la garganta de nuevo y colocando las manos primorosamente sobre su regazo—. Nos comportaremos como es debido.

De hecho, no tenían más remedio, ya que estaban conspirando para que ella pudiese escapar del castillo para sus exploraciones después de distraer a la mano derecha de su padre con la escusa de que Adella estaba nerviosa con su próxima boda y, puesto que ninguna de las dos tenía la más mínima idea de cómo llevar a un hombre al matrimonio, se habían propuesto a escuchar al que era su segundo padre, con el cual tendrían consejos y conversaciones que ni en un millón de años tendrían con nadie más. Cualquier otro pez habría ido directamente a su padre con el cuento.

Sebastián se encogió de hombros.

—Bien, como la princesa Adella puede atestiguar, la parte de la seducción es bastante fácil. Es la parte de la conservación lo que es difícil.

El rostro de la susodicha se coloreó de un profundo tono rojo, haciendo que resaltasen sus ojos verdes.

—Yo no hice otra cosa más que entrar en la habitación. Fue Niles quien me sedujo. -Sebastián levantó una pinza hacia arriba en un gesto de triunfo.

—Como dije, la seducción...

—¿Pero qué ocurresi él no quiere ser seducido? —preguntó Ariel, interrumpiéndolo.

Sebastián volvió a apoyar la pinza sobre su caparazón.

—Princesa —dijo, su rostro reflejaba una resignada paciencia—puedo asegurarle que no ha nacido un hombre que no sea libidinoso. La única razón por la que no habéis tenido que luchar con ellos para quitároslos de encima es poderoso tridente del Rey.

Ariel no podía discutir eso. Su padre mantenía una estrecha vigilancia sobre ellas, como si fuesen sus más galardonados delfines, y desafiaba a cualquier hombre a mirarlas.

Y si uno de ellos osara tocarlas... Bueno...

Le resultaba harto sorprendente que les haya permitido a Aquata, Andrina y Adella casarse. De pronto, otra idea se le vino a la cabeza.

El licencioso Canto de las SirenasWhere stories live. Discover now