A la mañana siguiente, y con una entrevista en dos horas. Me había dejado el USB en el edificio, que para mi desgracia, compartía con Pedri.Me hizo prometer que no se lo podía decir a nadie o si no me echaba del piso. Me tenía agarrada por las pelotas.
Pedaleé los más rápido que pude, porque tenía un tren que no podía perder si quería llegar a tiempo a la entrevista.
Al llegar al edificio tiré de mala manera la bici para subir a toda prisa. Supuse que Pedri estaba en casa porque no tuve que dar dos vueltas a la llave para entrar.
Busqué a toda mecha por el salón mi lápiz de memoria, sin éxito. Sigilosamente, para que nadie se enterase que estaba allí, busque por mi habitación y tuve la misma mierda de suerte.
Caí en la cuenta que debería estar en la sala que tenía ordenador.
Problema.
La puerta estaba cerrada y era la parte de la casa de Pedro. No me quedaba otra que picar.
Le eché dos huevos y pa' alante. Al fin y al cabo era también mi casa.
—Pedro. Soy yo. — le grite desde el otro lado. — Necesito un favor.
—Pedri, creo que te llaman.—dijo una voz desde dentro. Sentí el chirrido de la cama y segundos más tarde, abrió la puerta mi compañero de piso.
—Joder, Gara.
—Es un minuto, necesito el USB que estará en el ordenador. Por favor. — volvió a entrar en la habitación y me dio el USB, pero miré la hora y ya era imposible llegar al tren.
Casi me pongo a llorar ahí mismo. Con las manos en la cabeza. Pedri salió completamente de la habitación, y cerró la puerta tras de sí. Dejándonos a los dos en el pasillo.
—Ey, ¿Qué pasó?
—Nada.
—Venga, Gara. ¿Qué pasó?
—Tengo una entrevista.
—Eso es bueno. ¿Por qué lloras?
—Acabo de perder el tren. Y no puedo ir en bici. Y si se lo digo a mi hermano no creo que le haga mucha gracia que me ofrezcan trabajo sin contar con él.
—¿A donde tienes que ir?
—Al polígono del sur.
—Déjame calzarme y te llevo.
—¿QUE? No, Pedro, no hace falta.
—Da igual.
—Tienes visita. No la puedes dejar plantada.
—Gara, es más importante tu entrevista. Créeme.
—Créeme tú a mi. No pasa nada.
—Oye, cállate necia.
—Qué tengas coche no te da derecho a mandarme callar.— él se rio y entro en la habitación, cerrando la puerta.
Me senté en el sofá del salón cuando una rubia salió del piso y me miró a matar. Luego vino Pedri y me guió a su coche.
—Tienes otra oportunidad de echarte atrás.
—No seas boba y sube antes que cambie de opinión.
—Me das miedo al volante no se si subir...
—Que subas, joder.
No me iba a quejar. Se había ofrecido él.
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BINABASA MO ANG
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