albert wesker. ─── demon au!

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La lluvia de repente paró en seco, como por arte de magia. La bombilla de la farola parpadeó y comenzó a soplar una brisa que antes no existía. Mi respiración se aceleró y la ansiedad de mi interior crecía por momentos.

— Buenas noches, Alexandra.

— ¿Cómo sabes mi nombre? —mi voz salió en forma de susurro.

— Lo sé todo de ti. —una sonrisa ladina se dibujó en su rostro. Mi corazón latía demasiado deprisa, pensaba que en cualquier momento caería rendida al suelo por un infarto. ¿Quién era aquel hombre? ¿Por qué sabía quién era? ¿Qué quería? — Me llamo Albert, pero puedes llamarme Wesker. —Su voz era grave y fuerte, se sentía como cuchillas sobre la piel — Y estoy aquí porque tú me has llamado.

— ¿Qué? Y-yo no te he llamado... —Mis nervios consiguieron hacerme tartamudear justo en el momento menos adecuado.

— Me llamas cada noche, cuando te acurrucas entre las mantas de tu cama, sollozando, pidiendo que la miseria de tu vida acabe de una vez, ¿acaso no quieres cumplir tu deseo?

— ¡Basta! ¿Quién coño eres tú? ¿Por qué sabes eso?

En un abrir y cerrar de ojos, el sujeto se encontraba a pocos centímetros de mi rostro. La farola volvió a parpadear con su acción y yo comencé a caminar hacia atrás, hasta que mi espalda chocó con esta. Sus pasos seguían los míos, nos encontrábamos demasiado cerca.

— Soy tu salvación, cariño. Yo puedo hacer que toda tu miseria termine, que tu sufrimiento llegue a tu fin. Puedo concederte todo aquello que deseas, solo tienes que pedírmelo...

— No sé de qué manicomio te has escapado pero yo no... — tomó la patilla de sus gafas con sus dedos, arrastrando estas ligeramente, desvelando sus ojos. Estos eran negros, color azabache, mientras que su iris era del color del vino. — ¿Qué eres? — Él se acercó a mi oreja, acariciando esta con la punta de su nariz y, por consecuencia, enviando escalofríos a mi columna. Pegó sus labios a mi piel y susurró.

— El Diablo personificado, mi amor.

Volvió a moverse a velocidad sobrehumana, esta vez, quedando de pie más alejado de mí. Sus gafas volvían a encontrarse en su sitio, su traje estaba perfectamente arreglado, y la lluvia seguía sin tocar el pavimento.

— ¿Es cierto? Lo que has dicho, ¿es cierto? ¿Puedes acabar con mi sufrimiento?

— Así es. —sonrió con superioridad.

— Bien, pues entonces hazlo. —demandé, dando un par de pasos en su dirección. Él agachó la cabeza, ocultando una sonrisa ladina.

— No tan deprisa, encanto. Debes darme algo a cambio.

Lo sabía, aquello era demasiado bonito como para ser verdad.

— ¿Qué es lo que quieres? —levantó la cabeza para mirarme de nuevo. Caminó hacia mí y cuando estuvo lo suficientemente cerca, tomó mi mentón con una de sus manos. Levantó mi rostro y lo giró primero a un lado, después al otro, observándome con atención.

— Tu alma. Dámela, y todos tus deseos serán cumplidos.

— ¿Eso quiere decir que cuando muera... iré al infierno? —pregunté aterrorizada.

— Efectivamente, preciosa. Pero hay algo más que debes saber. —hizo una pausa para tragar saliva — Por cada deseo que pidas, se te restarán tres años de vida, el número de deseos lo eliges tú. — soltó mi mentón.

Vacilé por un momento, había tantas cosas que quería pedir, tantas cosas que anhelaba... Tres años no era mucho tiempo, sin embargo, si pedía demasiados deseos, mi esperanza de vida se reduciría notablemente, aunque a estas alturas aquello era algo que ya no me importaba demasiado. El mundo se había vuelto un lugar cruel y hostil, nuestro planeta tenía los días contados, la hipocresía y la avaricia se habían hecho con el control del comportamiento humano, y por muy a salvo que estuviera de mi padre, no lo estaba de los demás. No podía volver a casa sola de noche, no podía encender el televisor sin que me bombardearan el cerebro con malas noticias; no era feliz y sabía que nunca lo sería.

— Deseo que mi padre deje de ser el monstruo en el que el alcohol lo convirtió; deseo poder salir de esta asquerosa ciudad; deseo que todas las mujeres del mundo puedan salir solas de sus casas a cualquier hora del día sin correr peligro; y por último, deseo... —pensé bien lo que iba a decir, aquella decisión que estaba a punto de tomar a muchos les hubiera parecido una locura, pero a pesar de la situación, yo nunca me había sentido tan cuerda — deseo aumentar el precio a diez años por deseo. —sentencié.

Él me miró alzando una ceja y abriendo ligeramente la boca en gesto de sorpresa. Se encontraba completamente perplejo, y no era para menos, estaba segura de que nadie le había pedido tal cosa, pero él no era quién para intentar hacerme cambiar de opinión. Sacudió la cabeza ligeramente y chocó las palmas de sus manos.

— Bien, en ese caso, eso hace una suma total de cuarenta años. —dijo y yo asentí, dando a entender que estaba totalmente segura de mi decisión. — Ahora solo falta sellar el pacto.

— ¿Y eso cómo se hace? —fruncí el ceño. Volvió a acercarse a mí, colocando una de sus manos en mi cintura.

— Cierra los ojos. —dijo y yo obedecí.

Lo siguiente que sentí fueron sus labios sellándose con los míos mientras su otra mano se posicionaba en uno de mis glúteos. Mis manos sujetaron su rostro mientras le devolvía el beso, el cual se fue profundizando con el paso del tiempo. Pronto, nuestras lenguas comenzaron a chocar, luchando por la dominancia. La situación envió pulsaciones a mi entrada, haciéndome necesitarlo más y más, por lo que traté de dirigir mis besos a su cuello, pero cuando lo hice, él ya se había apartado y se encontraba delante de mí, a cierta distancia. De nuevo, sus gafas seguían en su sitio, su pelo estaba perfectamente peinado, su traje se encontraba como recién puesto y no había ni un solo rastro de mi labial rojo en su rostro.

— Nos vemos en poco tiempo, Alex. — sonrió mientras alzaba un brazo y chasqueaba los dedos. Cuando lo hizo, la lluvia volvió a seguir su curso, chocando contra el asfalto.

Yo me quedé inmóvil por unos segundos, dudando si lo que acababa de pasar era eral, tenía que haberlo sido.

Al menos, eso era lo que yo quería.

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⏰ Last updated: Jul 10, 2023 ⏰

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