-Lo siento, es que no puedo creerlo. ¿Me está pidiendo de verdad que me case con usted?

-Sí.

-Señora Jauregui... Lauren. Lo siento, pero yo no soy la persona adecuada para ese... puesto.

-Yo creo que sí. Eres inteligente, seria y conservadora. Exactamente lo que yo necesito.

Lauren había pensado que así la convencería pero, en lugar de eso, ella se levantó de la silla.

-Me siento muy halagada por su... proposición, pero me temo que debo declinar.

-Camila...

-La negativa no me costará mi puesto de trabajo, ¿verdad?

-No, claro que no. ¿Pero qué clase de imbécil crees que soy? Pero si te casas conmigo estarás demasiado ocupada haciendo... lo que hagan las señoras de la alta sociedad de South Beach como para trabajar aquí.

Lauren se levantó para acercarse a ella y, por primera vez, notó que olía muy bien. Olía como las parras que crecían en el patio de su vecino. Y algo más... algo picante y atractivo.

-Considéralo unas vacaciones pagadas. Podrías ir de compras, a un balneario...

-Pero a mí me gusta mi trabajo. Lo siento, pero no. Estoy segura de que encontrará a otra mujer que...

-Quiero casarme contigo, Camila.

Ella levantó una mano temblorosa para colocarse las gafas, pero Lauren la interceptó. Al tocarla le pareció como si saltaran chispas y se dio cuenta de que era porque estaba cruzando la línea divisoria entre jefe y empleada por primera vez.

Cuando le quitó las gafas comprobó que tenía unos ojos cafés extraordinarios, más brillantes que las aceitunas, más oscuros que la hierba. El tono exacto de las piedras en el agua en la costa de Miami.

Y su pulso se aceleró.

Por lo que estaba en juego, se dijo a sí mismo.

Lauren no se sentía atraída por aquella chica. Pero estaba bien que no le resultase desagradable su contacto.

-Seré un buena esposa -la voz le salió más ronca de lo que pretendía y tuvo que aclararse la garganta-. Te garantizo que quedarás satisfecha.

Ella abrió mucho los ojos.

-¿Está diciendo que dormiríamos juntas?

-Dormir... no sé. A mí me gusta tener mi espacio. Tengo un estudio que podríamos convertir en un dormitorio para ti, así tendrás toda la intimidad que quieras. Pero, de cara a los demás, el nuestro debe parecer un matrimonio normal.

-Pero esperaría... sexo -insistió ella.

No parecía gustarle nada la idea y eso lo picó. Ella era muy buena en la cama. Había estado perfeccionando su técnica desde los dieciséis años. Y nunca había dejado a una mujer insatisfecha.

-Definitivamente. Estaríamos juntas dos años y eso es mucho tiempo para ser célibe. Y de ser infiel todo el mundo pensaría que no soy una persona de confianza.

Ella apartó la mano de golpe.

-No, no puedo.

¿La estaba rechazando? ¿Cuándo la había rechazado una mujer? ¿Cuándo había tenido que ser ella quien diera el primer paso? Normalmente levantaba una ceja y su elegida hacía lo que le pidiera. Todo lo que le pidiera.

Tenía que hacerle cambiar de opinión. Camila era la mujer más adecuada para ser su esposa... una persona que no era de su círculo y no le contaría sus secretos a todo el mundo. Además, no tenía tiempo de buscar otra candidata. La terna final de nominados sería propuesta en seis meses y eso significaba que tenía poco tiempo para demostrar que era una mujer estable y madura.

-Di la cantidad que quieres, Camila.

-No es eso... creo que será mejor que me vaya.

-Te llamaré mañana.

-No, señora Jauregui. No me llame. Si quiere volver a hablar de este asunto, no me llame.

Aquello no iba nada bien.

-Además del dinero habría otras ventajas...

-¿Dinero por vender mi cuerpo?

-Perteneciendo a los Jauregui de Miami se te abrirían muchas puertas.

Ella emitió un sonido estrangulado.

-Me da igual estar en la lista de VIPS de todos los clubs de esta ciudad. Ni siquiera estoy despierta cuando abren.

Tenía la piel de color porcelana, no morena como la mayoría de las chicas en Miami. ¿Estaría tan pálida por todas partes?

-Supongo que, como es rica, cree que puede comprarlo todo. Incluso una esposa. O la presidencia de la Cámara de Comercio.

-Camila...

-No, déjelo. Antes de que esto se convierta en una demanda por acoso sexual. Supongo que su abogada le habrá advertido sobre eso, ¿no?

Oh, sí, Dinah había insistido en ello en cuanto le dijo que Camila era la candidata idónea. Y esa advertencia era la razón por la que no la besaba para demostrarle que podía complacerla en la cama. Pero no la convencería tan rápidamente y lo mejor sería una retirada. Por el momento.

-Permíteme recordarte la cláusula de confidencial de tu contrato. Cualquier cosa que tenga que ver con mis negocios, y eso incluye esta proposición o mi deseo de convertirme en Presidenta de la Cámara de Comercio, no puede salir de este despacho.

-Nadie me creería si les dijera que Lauren Jauregui está intentando comprar una esposa. Pero no se preocupe, no diré nada... a menos que usted me obligue a hacerlo.

Después de decir eso salió del despacho y cerró la puerta tras ella.

Dejando escapar un suspiro, Lauren se dejó caer en el sillón. Ella estaba acostumbrada a que las mujeres la persiguieran, no a que salieran corriendo como si tuviera la gripe aviar.

Como una de las herederas de la fortuna Jauregui, que consistía en hoteles y locales de entretenimiento, era un partidazo. Las columnas de sociedad y su declaración de Hacienda lo dejaban bien claro. Su familia estaba forrada y sus propias inversiones habían aumentado de valor con los años. Además, recientemente había heredado el quince por ciento del imperio familiar y decir que era una mujer acomodado sería decir poco.

Y se había mirado en un espejo. No era fea precisamente.

Entonces, ¿por qué Camila no mordía el anzuelo?

Debía haber algo... algo que pudiera usar para convencerla.

Lo único que tenía que hacer era encontrarlo.

The ProposalWhere stories live. Discover now