Capítulo III "Tiempo de Despertar"

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Martha abrió sus ojos con gesto de sorpresa al ver la sortija de compromiso que le ofrecía José María, después de siete meses de novios el hombre le proponía matrimonio, ella lo abrazó y acercó su rostro al de su prometido. Él la besó como nunca lo había hecho antes, ella se percató de inmediato, sin embargo sólo le dio la importancia del momento, sin imaginar que ese beso encerraba mucho más que una simple demostración afectiva, cargaba un amor divino, llevaba esperanza y vida.

El auto se detuvo en una callejuela del centro, en uno de los barrios antiguos de la ciudad. El motor se apagó y la puerta del chofer se abrió para permitir que José María saliera del coche, dio la vuelta a aquel Plymouth gris plata y abrió la puerta del copiloto ayudando a Martha a bajar. La luz de la sala se encendió justo en ese momento: era la señal de que Aurora, la madre de Martha ya la estaba esperando. La pareja conocía bien la señal así que sólo se miraron para después despedirse con un abrazo y un pequeño beso.

-El fin de semana vendré a pedirte- dijo José María desde el cancel de la puerta.

-Le diré a mis padres- respondió Martha casi cerrando la puerta de la casa.

-Hasta mañana- dijo José María sonriendo.

-Hasta mañana- respondió Martha cerrando la puerta.

José María regresó al Plymouth gris plata encendiendo el motor, para salir de la callejuela ubicada en uno de los barrios antiguos de la ciudad.

El auto avanzó por la calzada, tomando dirección con rumbo al norte de la ciudad, eran las 8:30 p.m. y la ciudad se veía un tanto vacía, algo completamente normal en el año de 1958. La zona urbana iba haciéndose más escasa conforme el auto avanzaba, salía de los límites de la ciudad con rumbo al mirador de la barranca que dividía un pequeño poblado de la ciudad.

José María detuvo el Plymouth gris plata en el estacionamiento que lucía completamente vacío, apagó las luces y el motor para después bajar y caminar hacia el barandal amarillo que servía de protección en el mirador.

Era una noche despejada de cielo abierto y ambiente cálido, como esas que solían haber en Mayo; arriba la bóveda celeste resplandecía gloriosa, abajo, lejos de la mirada de José María, la ciudad intentaba imitar las luces del cielo, en un remedo casi infantil.

-Buenas noches- habló una voz desde la oscuridad.

José María desvió su mirada hacia el lugar donde provenía la voz, observó un instante a su interlocutor, para después girarse por completo recargándose en el barandal amarillo.

-Buenas noches Tariel- respondió José María.


El hombre era de complexión robusta, piel blanca y cabellos rojos. Sus ojos eran verdes y su estatura alcanzaba el metro noventa. Vestía un traje color azul marino que hacía juego con la corbata ancha, una camisa blanca y una gabardina también en azul.

-¿Entregaste la semilla?- preguntó Tariel llevándose las manos dentro de las bolsas de la gabardina.

-Está hecho- respondió José María asintiendo con la cabeza.

Ambos hombres encontraron sus miradas y durante algunos minutos permanecieron sin decir palabra, parecía que en ese silencio sus ojos mantenían una conversación conocida sólo para ellos.

-No hiciste que viniera hasta acá sólo para preguntarme por la semilla Tariel. ¿Dime qué ocurre?- rompió el silencio José María.

-¿De dónde sacas que yo te hice venir?- preguntó Tariel haciendo cara de sorprendido.

-Sentí el llamado la necesidad de venir hacia aquí, sabes tan bien como yo que las casualidades no existen, son causalidades. Sentí el llamado y aquí estas. Por favor dime ¿Qué pasa?- dijo José María.

«Ángeles Encarnados»  "De luz y Oscuridad"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora