Capítulo IV - Visita a la Villa

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Miércoles 22 de julio del año 2020.

Era un día extraño, el sol brillaba con intensidad y el cielo estaba azul profundo pero, igual nada parecía tener color; a no ser por las mejillas de Kai.

El calor sofocante le taladraba la cabeza, le baja la presión y lo hacía convertirse en un hombre hostil. Él que era encantador por naturaleza, simpático y chispeante quedaba sumido ante la brisa caliente, que era como un vapor tóxico que por alguna extraña razón le dejaba un sabor a metal en la boca.

Se dirigió al centro de la ciudad en la búsqueda de su nueva empleada. Llegó, el auto disminuyó la velocidad, posicionándose cercano a la joven. Kai se quedó ahí, sin bajar del auto por unos minutos... La miró de arriba a abajo, ella estaba de pie en una esquina esperándolo. Llevaba una camisa azul con pequeños corazones blancos, un pantalón jean color negro combinado con unos zapatos Vans negros también. Él se carcajeo mientras don George negó con la cabeza, tenía los labios fruncidos.

—Mi madre deseara sacarse los ojos cuando la vea —dijo. Y mantuvo una amplia sonrisa dibujada en su rostro.

La chica subió al auto y emprendieron el viaje a la Villa Gandas, el lugar donde Kai vivía. Durante parte del recorrido permanecieron contemplando estúpidamente el paisaje. En silencio, cada uno pensó en sus asuntos. Kai imaginaba que castigo implementaría con el Anónimo cuando descubrieran su identidad. Debía ser algo ejemplar, y para eso; él era un experto.

Por otro lado, la muchacha hacía cuentas mentales de las ganancias que percibiría ese mes de: "La mano". A su vez, ella leía un libro dorado que Kai le obsequió, era uno con lo básico del protocolo Real y su dinastía.

A esas alturas algunos podrán creer, unos pocos claro está; que esto se trata de una historia de amor, de cómo el bien vence al mal y chalala, pero no es así.

Muy alejado de la realidad.

Aunque volviendo al punto, ella leía como si la impulsara el pánico, dándose apenas cuenta de lo que ocurría a su alrededor, leyó a una velocidad asombrosa y entendió todo aquello. Pero lo curioso era que mientras lo hacía, don George, que iba a un lado de Julia, y Kai que iba del otro, la observaban anonadados. Miraban como sus ojos se paseaban por cada línea de la hoja con rapidez.
Pero eso no era nada, la boca se les quedaría abierta al descubrir que después de leer el libro lo aprendido por completo, sin que se le escapara un detalle.

A Su Alteza, esa inteligencia de Julia le parecía fascinante (y eso que no había visto nada) de igual forma, sintió una intranquilidad particular cada vez que la joven lo miraba a los ojos. Cómo un mal presagio.

No era para menos, estaba frente a un ser impresionante y majestuoso que a pensar de tomar ansiolíticos, era una eminencia.

El vello de la nuca se le erizó cuando ella apartó la vista de las hojas y clavó sus ojos verdes en él, como puñales filosos que desgarran la carne, y un baño de realidad llegó a su mente.

Por primera vez, Kai comprendió la magnitud de lo que se proponía hacer:

Presentarle a sus padres a una desconocida solo para mantener una mentira tonta que dijo meses atrás, mientras estaba ebrio.

¿Se había vuelto loco, acaso?

No, actuaba por orgullo; necesitaba callarle la boca a su madre. Presentarle una mujer, no cualquiera. Una que era odiosa, con estudios impresionantes, rara y con cero sentido del humor.

A él le chispearon los ojos de excitación al imaginar la cara que pondría su madre cuando conociera a Julia. Viera a esa joven delgada, blanca, de zapatos deportivos y franelas de The Ramones, cuando supiera que Julia era arquitecto, graduada con honores y chef profesional.

MALO HASTA LOS HUESOS Where stories live. Discover now