―¿Sabes? No voy a poder llamarte Calle mucho más tiempo. ―Su voz transmitía un toque de felicidad. Todavía no había hablado con él de la noticia. Había ocurrido la noche
anterior, así que en realidad no había tenido oportunidad de hablar con nadie del tema.

―Puedes llamarme Daniela. ―No tenía pensado cambiarme el apellido, pero sería raro que mi suegro se refiriera a mí por mi nombre de soltera.

―Es un nombre precioso.

―Gracias.

Hizo una pausa a través de la línea, prolongando el silencio como haría si estuviéramos sentados en mi despacho. María José debía de haber adoptado aquella costumbre de su padre sin darse cuenta siquiera.

―Mi hija no podría haber elegido a una mujer mejor con quien pasar su vida. Mi mujer estaría entusiasmada y yo también estoy muy ilusionado.

No había esperado una conversación emotiva, pero cada vez que se mencionaba a su difunta esposa, me embargaba la emoción. Yo nunca había conocido a mi madre. ¿Alguna
vez se había arrepentido de lo que había hecho? ¿Estaría orgullosa de mí? Si la madre de María José siguiera viva ¿habría sido la madre que yo nunca había tenido? Al parecer, había
sido maravillosa.

―Gracias, Juan Carlos, pero soy yo la afortunada. Tu hija es una mujer increíble y sé que pasará la vida haciéndome feliz.

―Yo tampoco lo dudo. No puedo apuntarme todo el mérito por su carácter, pero aun así estoy orgulloso de cómo es y también de su buen gusto. Cuando digo que no podría haber elegido a nadie mejor, lo digo de verdad.

Juan Carlos había ido abriéndose paso poco a poco en mi corazón y ya no lo veía sólo como el padre de María José. Me parecía mucho más, una sombra de mi padre. Me hacía sentir como
mi propio padre: especial y amada. Hacía mucho tiempo que no me sentía así.

―Gracias…

―Te veo esta noche. Jax tiene muchas ganas de conocerte.

―Yo también tengo ganas.

―¿Daniela?

―¿Sí?

―Ese anillo te queda muy bien.

* * *

Entré en mi ático y asalté mi armario de inmediato. El vestido negro que llevaba era bonito, pero era demasiado serio para una noche de diversión. Saqué un ceñido vestido
morado, unos zapatos a juego y un collar de diamantes. Me cambié rápidamente y me retoqué el maquillaje en el baño. Cada vez que me miraba en el espejo, el brillo del anillo siempre me distraía.

Había podido permitirme comprar mis propias joyas durante casi una década. Cada vez que quería algo bonito, podía comprármelo yo misma. Jamás había necesitado a nadie para nada y me enorgullecía de ello. Pero el diamante de María José significaba más para mí que cualquier otra cosa que pudiera comprar… porque no tenía precio.

Estaba a punto de salir por la puerta cuando me llamó Juliana.

―Hola. Estoy a punto de salir ―dije mientras cogía el bolso de la cómoda.

―¿Quieres que te recoja?

―Tengo al chófer en la puerta. Además, de todas formas yo estoy más cerca.

―Vale. Ahora nos vemos.

―Adiós.

Colgué y entré en el ascensor. Después de pulsar el botón, descendió lentamente hasta la planta baja. El anillo me pesaba en la mano izquierda; tenía un peso considerable en mi dedo esbelto. Siempre me decoraba el cuello y la muñeca con diamantes, pero casi nunca
llevaba anillos porque no me resultaba cómodo. El peso me distraía al teclear y cuando sujetaba un bolígrafo, la alianza siempre chocaba contra el metal.

Las Jefas- (Adaptación Cache) Terminada.Where stories live. Discover now