—Frederick es un consejero, pero eso no significa que vamos a casarnos.

—¿Entonces?

—Es para hacerte compañía.

—¿Y no puedo tener a una persona común y corriente?

—No.

—Es demasiado.

—Apenas es el inicio.

—No vas a hacerme cambiar de opinión, ¿verdad?

—Puedes intentar persuadirme —dice divertido.

—Ajá, al final dirás que no. Te conozco.

—Sé que es nuevo para ti, pero dale una oportunidad. No todo es malo y agobiante.

—¿Qué hay de bueno en tener personas siguiéndote?

—Lo bueno de todo esto soy yo.

—Qué humilde.

—¿Has terminado de desayunar?

—Casi me trago la cuchara cuando conocí a Frederick.

—Tienes la libertad de hacer lo que quieras para sentirte cómoda, nadie puede detenerte.

—Todos dicen que el protocolo aquí, el protocolo allá, el protocolo por todas partes. Es ridículo.

—Estas personas se han criado para seguir un sinfín de reglas, y no puedes cambiar su estilo de vida de la noche a la mañana. Llevan años siguiendo las tradiciones, y si les pides que las abandonen, no lo harán porque ya es parte de ellos. Claro, existe la posibilidad de que con el tiempo y poco a poco vayan soltando algunas cosas.

—¿Por qué siento que tú tampoco quieres que ellos dejen el protocolo?

—Eres superior, deben tratarte como tal.

—Me siento incómoda.

—Haz lo que quieras para sentirte en casa. Cambia algunas decoraciones, despide a quien te plazca, pinta un cuadro y cuélgalo en el gran salón. Realiza cualquier acción que te haga sentir plena. Pero... —volteo los ojos— te seguirán tratando y viendo como lo que eres: un ser superior. Eso es lo único que no puedes cambiar, todos lo saben y ya los he sentenciado. No les pidas que te traten como una igual, porque primero, no lo eres, y segundo, no voy a permitirlo.

—¿Puedo hacer lo que quiera?

—Acabo de decirlo.

—Si quiero pintar el palacio de verde, ¿nadie me detendrá?

—Bueno, creo que eso podríamos conversarlo antes —pincha mi frente con su dedo índice y medio, con una sonrisa en su rostro.

—No voy a decir que esto me fascina, me incomoda y lo sabes, pero no voy a cerrarme a las posibilidades.

—Eso es suficiente.

—¿Comerás conmigo? —asiente.

Ambos compartimos la mesa, disfrutando de una agradable conversación mientras saboreamos los alimentos que han preparado. Durante este momento, me atrevo a cuestionarlo y comparte detalles de su día a día, revelando las múltiples responsabilidades que recaen sobre sus hombros. Me doy cuenta de que ser rey es un trabajo realmente agotador.

Escucho atentamente mientras describe las complejidades de gobernar su reino, las decisiones difíciles que debe tomar, los desafíos políticos y diplomáticos que enfrenta constantemente. Es evidente que estar al frente de una nación requiere una dedicación incansable y un compromiso absoluto.

Mientras él se retira para continuar con sus obligaciones, me quedo reflexionando sobre la enorme carga que lleva sobre sí mismo. Aunque la posición de rey puede estar rodeada de lujos y privilegios, también implica una constante presión y la necesidad de tomar decisiones cruciales que afectan a su pueblo.

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