Capítulo 26: Nuevo comienzo

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Otro detalle que logró captar mi atención fue la colección de recortes periodísticos, enmarcados y colgados sobre un viejo aparador, que relataban las hazañas de Rex con su banda en el mundo de la música, lo que me llevó a pensar que Brad realmente estaba muy orgulloso de él. Entre las noticias enmarcadas también estaban colgadas las medallas de honor que había obtenido Scott.

Brad se encargó de enganchar nuestros abrigos en el perchero y de invitarnos a pasar. Luego de internarnos en la casa pudimos apreciar al instante un olor penetrante de comida casera, de estofado para ser más precisa. Delicioso.

—Huele bien —aprobé, y le sonreí a Brad.

—Espero que te guste, Rex me comentó que te gusta mucho cocinar y que eres algo exigente —me respondió, acompañando sus palabras con unas risas, las cuales correspondí de la misma manera.

Brad no era malo, pero noté su simpatía algo compelida, era como si se estuviera esforzando muchísimo por agradarme, por no hacer nada que a Rex pudiera disgustarle. No podía culparlo, dadas las circunstancias, sabía que estaba tratando de reconstruir su relación con el único hijo que le quedaba.

La cena estuvo realmente deliciosa, reparé en todas las ocasiones en las que Rex se puso nervioso, porque se ponía a jugar distraídamente con el dobladillo de mi vestido por debajo de la mesa.

Las típicas preguntas por supuesto aparecieron, que cuánto llevábamos juntos, a qué me dedicaba, dónde vivíamos actualmente y cosas por el estilo.

—¿Y ya tienen planes de boda? —indagó inocentemente su padre.

No pude evitar atragantarme con la comida, de forma penosa. Las bodas eran algo que no me agradaba, era increíble la cantidad de parejas que se terminaban separando después del matrimonio, pero claro, aquel era un tema que jamás había tocado con Rex hasta la fecha.

Mi novio me miró divertido mientras el color de mis mejillas se asemejaba al de un camión de bomberos: potente y rojo.

—Aún es muy pronto para pensar en eso —levanté mis manos frente a mí y negué con la cabeza repetidas veces.

—Alma tiene razón —corroboró Rex, haciéndome supirar aliviada—. Más no sería una mala idea.

Acarició mi pierna por debajo de la mesa y supe que lo estaba haciendo para molestarme.

—Sería bueno para ti que sientes cabeza, Rex —divagó Brad—. No quiero llegar a viejo sin tener ningún nieto.

¿Hijos? Después de eso casi me da un paro cardíaco. La mano de Rex subió más arriba por mi muslo. Oh buen señor, ¿había llegado mi hora? Porque me sentía a punto de desfallecer.

Mi expresión debió ser muy buena, porque ambos, padre e hijo, explotaron en risas. Ya sabía de donde Rex había heredado su gen malvado.


Cuando volvíamos de regreso a la mansión de Rex, caminando tranquilamente bajo la tenue luz de las farolas, le comenté al baterista:

—No es tan malo —acoté refiriéndome a Brad—. No es malo en absoluto.

—Sí, supongo que tienes razón —asintió el chico de ojos verdes cansados.

—No te odia.

Ante eso por fin levantó su cabeza y dirigió su mirada a la mía. En sus ojos se extendía una expresión satisfecha, contenta. Fue entonces cuando inclinó su cabeza hacía la mía, y tomándome por la cintura me besó.

—No te agrada demasiado la idea del matrimonio, ¿cierto? —me preguntó entre besos.

Disfruté un largo rato de su labio inferior antes de contestar.

La redención de los adictos ©Where stories live. Discover now