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La campana resonó fuertemente y eso solo indicaba buenas cosas para la mayoría de los estudiantes, la jornada académica había culminado esa tarde.

Danielle Marsh, o simplemente Danielle para todo su círculo social, salía sin prisa alguna de la gran aula con una mano en el bolsillo de su jean negro y la otra llevando su oscura cabellera hacia atrás. Totalmente tranquila y despreocupada como casi siempre.

—¡Unnie, Danielle Unnie! —una aguda y delicada voz la llamaba, haciendo que girara sobre sus talones y volteara a observar quién aclamaba por ella.

—Uh, hola Yeseo —esbozó una sonrisa de lado, haciendo que la pequeña chica se ruborizara.

—Ho-hola —acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja—. Yo... Uh, yo sólo la llamaba para decirle que aún nos falta terminar el proyecto de investigación.

Marsh evitó con todas sus fuerzas no rodar los ojos y sisear disgustado en el instante que escuchó eso.

—Por lo que debemos reunirnos —dijo algo apenada—. Es... Es para mañana.

—Lo había olvidado —fingió preocupación—. En verdad lo siento, pero no puedo hoy, tengo entrenamiento hasta muy tarde —chasqueó la lengua e hizo un pequeño puchero "inocente".

El rostro de la linda chica se tensó al instante. La mujer que estaba frente a ella, de la quien llevaba enamorada desde hace varios meses, se notaba muy mal, con la mirada preocupada y desanimada. Por lo que el corazón frágil de Yeseo no pudo permitir que Danielle se agobiara, quería lo mejor para ella.

—Oh, entiendo Danielle Unnie, no se preocupe, yo terminaré lo que falta —habló dulcemente.

—¿Segura? Yo, yo puedo faltar hoy y- —se detuvo así misma, amaba tener buenos dotes de actriz.

—No, de ninguna manera —negó rápidamente moviendo ambas manos. La mayor tan solo sonrió satisfecha—. Usted vaya y disfrute de su entrenamiento, podré hacer todo lo que falta.

—¡Oh, gracias Yeseo! ¡Eres la mejor! —y para culminar con aquel teatro, fue ágilmente a abrazarla y darle un casto beso en la mejilla.

—N-no es nada —su rostro estaba aún más colorado—. Eres un ángel. Gracias —la tomó del mentón y acomodó aquel mechón de cabello sobresalido de su rostro.

Le guiñó con coquetería, dio media vuelta para por fin salir y dirigirse a su casa.

Sí, así eran mayormente los días de la pelinegra. No es que sea una total despistada en cuanto a los cursos se trataba, sino que no le importaba lo suficiente como para tomar al mando todos sus deberes. Después de todo, Danielle provenía de una familia de gran estatus social y la universidad en la que asistía era una exclusivamente privada, así que su padre, el dueño de una extensa cadena de restaurantes, podía consentirla en todo lo que esta quería.

Fue por eso también que decidió estudiar Administración de Empresas, para que de alguna u otra forma pudiera ayudar a su papá, él siempre le concedería todo lo que pidiera.

Aspiró el fresco viento de aquella tarde y antes de ir al estacionamiento a sacar su motocicleta, pudo divisar a lo lejos a su mejor amiga. Sonrió por inercia y fue acercándose a ella.

—¡Hey, hola Hanni!

La vietnamita dejó a medias su conversación con un pequeño grupo, dio media vuelta y con una gran sonrisa la abrazó abruptamente.

—No te vi por el campus. ¿Dónde andabas? —cuestionó Dani.

—Ya sabes, ser popular acá es difícil —bromeó y la contraria negó divertida—. Estuve hablando con los de otra facultad. ¡Harán una fiesta esta noche! —dijo con la voz cargada de emoción—. Mi cuerpo ya lo necesitaba, la semana de exámenes me ha tenido estresada —hizo un pequeño mohín—. ¿Irás, verdad?

—La pregunta me ofende.

Ambas rieron levemente y volvieron a retomar la conversación con los demás del grupo. Entre bromas y risas estruendosas fueron acordando la dirección y la hora exacta.

Danielle decidió que estaba demorando demasiado, así que se despidió cortamente y fue a desencadenar su motocicleta Ducati 959 Panigale, pulcramente roja y brillante. Se colocó el casco y en unos cuantos segundos arrancó a una velocidad considerable.

Si bien Danielle adoraba muchas cosas, una de sus favoritas era el manejar en su preciada motocicleta. Sentir como la adrenalina segregaba y recorría por sus venas, las veces en la que el gélido y frío viento golpeaba su rostro y aquel típico sonido de todo moviéndose a su alrededor, llegando a sus oídos. Le encantaba poder estar al mando de su propio camino, le fascinaba sentirse libre.

El semáforo cambió a la luz roja y se detuvo antes de tocar las líneas blancas peatonales, no, no era por respeto a las señales de tránsito, sino porque en la acera donde estaban un par de personas, pudo ver a una chica, una muy linda en realidad.

Sonrió ladina e intentó llamarla.

—¡Hey tú! Cariño. ¡Tú la de cabello café y lentes grandes! —le pareció tan tierno como aquella chica fruncía su nariz mientras sus rosados labios hacían un pequeño puchero mientras leía algo en su celular.

—¡Hey, linda! —quería que al menos la viera, tenía curiosidad.

Al parecer iba o venía de viaje porque tenía dos maletas en cada lado de sus pies.

La castaña sintió una insistente voz llamando a alguien y sentía verdaderamente que se dirigían a ella. No era una tonta para no darse cuenta, ya que a su lado solo había unos cuantos chicos y una pareja de ancianos. Resopló y siguió leyendo el mapa de su móvil, prefería eso a soportar comentarios estúpidos de una chica estúpida como de seguro era esa que quería llamar su atención.

Marsh sintió sus manos picar por la leve ansiedad, quería bajar de la motocicleta e ir a jugar un rato con aquella adorable muchacha de anteojos, mas al solo pensarlo fue interrumpida por las bocinas de los automóviles detrás suyo. Maldijo internamente, la luz pasó a verde indicando su avance.

Rodó los ojos y encendió el motor, fue una lástima no haber podido aprovechar aquella oportunidad, sin embargo, se encogió de hombros y volvió a emprender su camino.

No iba a morirse por no coquetear con alguien más de su larga lista, después de todo asistiría a una fiesta y la pasaría demasiado bien, música fuerte y nuevas personas.

Eso era lo que en verdad necesitaba.

Eso era lo que en verdad necesitaba

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