—¡Meredith, debemos apurarnos! —me recuerda Laia al llegar a la puerta del conductor del coche.

Bajo las escaleras del porche lo más rápido que puedo, para luego rodear el auto y meterme dentro, deslizándome en el asiento del copiloto soy libre de soltar un suspiro hondo. Me saco el bolso desde detrás de mi espalda y lo acomodo en mi regazo.

—¿Qué hora es?

Laia chequea el reloj de su muñeca.

—Son las ocho de la mañana, Mer.

«Dios, tengo diez minutos para llegar», pienso.

Hoy por ser el primer día de clases nos han permitido llegar a las 8:10 de la mañana, ya los demás días el horario será mucho más rígido, por ende debo estar en el instituto a las 6.

Laia enciende el motor y maniobra un poco para salir del pequeño aparcamiento que tenemos en casa. Conduce en silencio sin desviar ni un solo segundo su vista de la carretera. Cuando toma el desvío que nos introduce a la calle que antecede a la nuestra me quedo embelesada con el caserón que pertenece a la familia Steiner. Es la casa más grande de todo el pueblo, es tan lujosa que hay un portero vigilando la entrada, el jardín delantero es tan exotico que con los años no han hecho más que ampliar su terreno, aun y cuando está rodeado por altas muros el jardín sigue destacando junto a la vivienda que parece ser de cuatro pisos, digo "parece" porque nunca he entrado a esa casa, una vez, siendo muy niña pude llegar hasta el jardín delantero, pero nada más. Tres coches de alta gama se hallan aparcados en la entrada de la casa y uno que otro trabajador se encargan de regar los tantas plantas que tienen. Estoy tan metida en lo que veo que giro la cabeza para no romper el contacto visual con la propiedad, solo regreso a mirar al frente cuando ya se me es imposible volverme más.

—Es hermosa —comenta Laia.

Asiento.

—Creo que la palabra hermosa le queda pequeña.

No es raro que esa sea la casa más lujosa del pueblo, ya que pertenece a la familia que toma cualquier tipo de decisión aquí. Así ha sido por más de tres décadas y eso no ha cambiado, creo que eso ha sido porque a pesar de todo han sabido llevar la estabilidad de cada persona que aquí reside (aunque claro, también se han aprovechado de eso). Ellos son una familia bastante numerosa, sin embargo, hay uno que destaca entre todos, ese es Darek, destaca por una razón, el misterio que hay en torno a sus padres y el porqué fue criado por sus abuelos. Nadie en el pueblo lo sabe y pocos preguntan por eso, a los que lo han hecho no les ha ido nada bien.

Sin ganas de seguir pensando en Darek sacudo la cabeza y otra persona se apodera de mis pensamientos: Adán. Adán ha sido mi amor platónico por más de tres años, desde los catorce me he dedicado a admirarlo desde lejos, sin tener la valentía de hablarle sobre mis sentimientos hacia él, eso va a cambiar este años, por fin quiero confesarle cuánto me gusta y ver qué tiene él para decir. Este será el año que suelte mis miedos.

Mi hermana detiene el coche afuera de las instalaciones del instituto y la veo ladear su cabeza por encima de su hombro, sus ojos pronto se clavan en mi rostro.

—Suerte en tu primer día de clases, Meredith.

Aprisiono mis manos en el bolso, le echo una breve ojeada y planto un beso en su mejilla.

—Adiós, hermanita.

Me bajo del vehículo. En cuanto estoy afuera me arreglo las tiras del bolso en ambos hombros y me despido de Laila, está vez al mover mi mano en el espejo retrovisor, con esto ella entiende que estoy lista para enfrentar este día sola y comienza a conducir por la larga pista que debe tomar para retornar a casa. Mantengo mi mirada enfrascada en el vehículo hasta que desaparece de mi campo visual, estoy preparada para darme la vuelta y comenzar a caminar a la entrada de la preparatoria en el instante que siento que alguien me toca el hombro con el dedo; esa manera de saludar es solo de una persona.

No acercarse a DarekWhere stories live. Discover now