Sin mirar atrás y con pasos rápidos me encomiendo a llegar hacia mi departamento, saludando con un gesto vago al Señor York, parpadeando para evitar las lágrimas que se acumulan en mis ojos mientras subo por el ascensor.

El calor me recibe una vez que estoy en la seguridad de mi hogar, mordiendo mi labio inferior para reprimir el sollozo que sube por mi garganta, me despojo de la bufanda de lana y los guantes nuevos que Alexandro me compró. La nieve se derritió sobre mi abrigo por lo que me lo quito con cuidado dejándolo en el respaldo de la silla para que seque. Las deportivas siguen, poniendo en mi anotador mental que debo empezar a usar las botas de invierno si quiero evitar congelarme los pies. Miro hacia abajo moviendo los dedos entumecidos, apreciando el diseño de unos bigotes de gatos estampados. Me gustan bastante las medias con dibujos divertidos, en parte la culpa de eso se la adjudico a una rubia inquieta y ruidosa, quien comenzó dándome un par muy pintoresco el año pasado.

Suspiro por el cansancio y aturdida voy a la cocina para preparar una taza de café, cuestionándome si realmente eso ha sido todo.

¿Se acabó? ¿Así sin más? ninguno mencionó nada. Supongo que estamos en una cuerda floja y apuesto todo a que la primera en caer seré yo.

Recargo mi cadera sobre el mueble de mármol cruzando los brazos por delante, echando la cabeza hacia atrás con una exhalación. ¿Por qué diablos tuvo que pasar? ¿En qué preciso momento creí que tendríamos alguna especie de futuro juntos? ¿Cuando fue que cambió el sentido de lo nuestro para mi?

El aroma a café inunda la habitación.

Me enderezo con el borde de la mesada presionando en mi espalda baja.

Quizás estuve condenada a sus encantos desde que lo ví cruzar por la puerta del Golden Drinks aquella noche,  indudablemente apuesto y misterioso, caballero y seductor, ligeramente atrevido.

Puede que haya estado jodida desde un inicio solo que fui muy ciega para notarlo.

Sacudo la cabeza, soltando un suspiro largo y pesado, sirviéndome una buena cantidad de café dándole un sorbo sin molestarme en endulzarlo. El trago amargo y fuerte corrompe mis labios en una mueca. Le lanzo una mirada de disgusto a la taza. ¿Cómo puede el italiano beberlo así? bufo, poniendo los ojos en blanco y apoyando el pocillo sobre la superficie de mármol.

Al mismo tiempo que me pongo en puntitas de pies para alcanzar el tarro de azúcar escucho unos golpes en la puerta. Me quedo quieta, pensando en quien se podría tratar.

Es demasiado temprano para que Katherine esté en casa y además tiene su propia copia de la llave. Con la curiosidad a flor de piel me encamino por la sala de estar hasta la puerta, levantándome nuevamente sobre mis pies para llegar a la mirilla. Me congelo en mi lugar al visualizar a Alexandro con las manos en los bolsillos de su abrigo, la postura erguida y una expresión ilegible plasmada en el rostro. Su ropa está mojada y el cabello se ve húmedo, lo que hace cuestionarme dónde es que tuvo que aparcar el coche y cuántas calles debió recorrer para llegar hasta aquí.

Aprieto los labios en una delgada línea preocupada de que le dé un resfrío por culpa de haber caminado bajo el tormentoso y helado clima. Permanezco en silencio por unos largos segundos barajando las opciones.

¿Por qué no me estoy moviendo?

—¿Estás ahí, bella bruna?—Su voz no tambalea pero el tinte tenso que guarda al final me pone la piel de gallina. Paso saliva, mordiendo el interior de mi mejilla.

¿Qué se supone que le diga una vez que lo vea?

Tengo miedo de que verlo a los ojos sea el detonador de aquellos sentimientos que con tanto esfuerzo me estoy conteniendo por no decir, ahora que estoy algo susceptible e inestable, es una posibilidad. No quiero mostrarle lo asustada que estoy de estas intensas emociones que se hicieron de mi pecho, entrañas y corazón. Que todo lo que me pasa con él termine saliendo en una especie incontrolable de marea de palabras atropelladas y ruidosas.

Esclava del PecadoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt