Sí, le gustaban los alfas, no habían dejado de gustarle.

Olson y Thar aparecieron también, y en ese caso, el que se puso nervioso fue Zec, Milo lo notó en su olfato.

Los miró a los tres y no supo qué pensar, pero en ese momento, Elsa les pidió que entrara a su despacho.

Milo ya conocía a la beta, pero Zec extendió su mano cuando la mujer la adelantó.

—Por favor, contadme ¿qué puedo hacer por vosotros?

Ω

Tras casi una hora salieron del despacho de la beta.

Zec miró a Milo, ya sabía que no le conocía lo más mínimo, cuando uno trata de ocultarse también dejaba de conocer a los demás.

En una semana sería su aniversario, un año de casados, y él ni siquiera lo recordaba. No era como si importara mucho ya, pero el omega lo tenía meridianamente claro.

También que quería separarse de él.

Pero la beta les había puesto por delante todas las opciones y todas eran malas para Milo. Podría no conocerlo tanto, pero sí sabía que había entrado lleno de ilusión y había salido deshinchado.

Zec vivía en el lado privilegiado, era un alfa, de buena posición, a él no le supondría mucho más que un leve comentario de la sociedad. Su omega era defectuoso, dirían todos.

Salvo que Milo no tenía nada de malo, era un omega perfecto. Y la anulación de esa unión le dejaría en una situación realmente mala, no al punto de un omega usado. Eso no había ocurrido, ni tampoco tenía un cachorro a su cargo. Quizás, como había dicho la beta, pondría enlazarse con otro alfa de una posición más baja.

Milo había suspirado.

—¿Y ser un omega libre? —preguntó con esa vocecita suya.

—Milo, legalmente nunca más podrás serlo, lo siento —dijo la beta con pesar— su marca irá desapareciendo, pero ante la ley y ante la sociedad, serás un omega rechazado.

—Pero yo no le rechazo, es un mutuo acuerdo —dijo Zec, harto de esa situación, harto de ser el que le había destrozado la vida a Milo.

—Hay algunas propuestas para modificar esas leyes, y puede que lleguen antes de que la sociedad realmente lo acepte —aclaró la beta con pesar.

Esa era la misma mierda de siempre, pensó Zec, la sociedad, un grupo de personas que decían lo que estaba bien, lo que no y a quién machacar.

Imposible salir, imposible ser otra cosa.

Y sin embargo, la imagen de Olson y Thar juntos le decía que eso no era del todo cierto, solo que tendrían que vivir en el borde de esa sociedad, peleando por cada espacio de libertad.

Una vez fuera tomó el hombro de Milo, parecía de verdad abatido, y notó como el omega se apretaba contra él. Él lo había llevado a ese punto, era culpa suya, pero más allá de la culpa, aquello no estaba bien, Milo no se merecía que la sociedad lo señalara, que le hicieran la vida difícil.

—No vamos a pedir la anulación —le dijo Zec.

Los ojos azules le miraron sin entender, pero queriendo separarse de él. Zec le soltó, pero se separó.

—No te voy a dejar en esa situación, no te lo mereces, Milo.

—¿Quieres seguir viviendo una farsa? —preguntó Milo, sí, era una farsa, ellos no eran una pareja.

—¿Quieres vivir de ese modo? ¿Cuántos omegas rechazados conoces, Milo?

Ninguno, si los omegas usados eran mal vistos, los rechazados eran casi nulos. Como el cuento del coco que los padres omegas que les contaban a sus hijos para que nunca hicieran enfadar a sus alfas, para que fueran buenos esposos, para que aguantaran cualquier cosa.

OmegaWhere stories live. Discover now