Prólogo

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Si esto fuera una película, empezaría con una música muy suave y mostrando a personas decorando por aquí y por allá, llenando toda la iglesia de flores. Eso duraría unos tres minutos porque pondrían todos los créditos con nombres que nadie lee, pero que son demasiado importantes como para dejarlos al final donde definitivamente quedarán ignorados.

La cosa es que esta historia empieza así: una hermosa iglesia, bella música, asombrosos invitados y preciosísimos novios.

Si se le quisiera poner algo de drama a la situación, imaginen que cuando el padre le pregunta a la novia que si acepta casarse... ¡ella se opone! Ahí es donde ustedes podrían pensar que yo encajo. Un narrador omnisciente que en realidad es la novia contando su historia muchos años después, sentada en su porche con la vista clavada en el horizonte frente a ella.

O tal vez podría ser una mujer embutida en su vestido de novia que se imagina todo lo que podría salir mal antes de dar el .

Si me preguntan, creo que soy un personaje mucho más interesante para una película. ¿Por qué? Bueno, dejaré que ustedes tomen esa decisión al contarles lo que va a pasar, pero para que tengan una pista les diré que soy la mujer que grita «¡Yo me opongo!».

Ahora, quédense e imaginen soy la voz de fondo cuando la película inicia.

Saltémonos la marcha nupcial, los votos y todo lo inservible y vamos directo a mi debut.

Dejaré que un narrador omnisciente continúe con esto, ya vengo.

«—¿Qué se necesita para que una persona tome una decisión importante? ¿Para que elija mantener su vida unida a la de alguien más? ¿Qué se necesita para arrepentirse de esa decisión? Tal vez, si se lo preguntas a las personas correctas, podrías...»

—Ay, ya, quítate.

Lo lamento, olviden la plétora, yo misma les contaré la historia.

Entonces, las cosas son así:

Está a punto de ocurrir la boda del año, pero como no confío en que el narrador les vaya a contar lo importante, lo haré yo, así que atención a esto porque seré rápida y no quiero que se pierdan.

Hollywood es la casa de las estrellas, y si bien los directores de cine no son perseguidos día sí y día también por las calles, Dereck Hartwell es alguien que no pasa desapercibido; tiene a todo el mundo atento a sus movimientos, y el próximo parece ser dar el «sí, acepto» a la mujer que se encuentra a su lado, una súper modelo austríaca que se ha robado las cámaras.

Los novios ya están en el altar, y la siguiente voz que se escucha es la del sacerdote.

—Queridos hermanos, si hay alguien que se oponga a esta unión, que hable ahora o calle para siempre.

Las puertas se abren, y desde el fondo del pasillo, aparece lo que ninguna novia quiere ver el día de su boda: otra mujer, en especial una que va a decir las tres palabras más ansiadas por escuchar en una boda, pero que, a la hora de ser pronunciadas, detienen corazones y dejan a todo el mundo en vilo.

—¡Yo me opongo! —grita la mujer.

Y, sí, la mujer soy yo.

Si esto fuera una película, entonces la cámara se enfocaría en el rostro desencajado de la novia. Rayos, ojalá alguien le tome una fotografía.

—¿Quién se supone que es usted? —pregunta el sacerdote.

«Oh, Dios, practiqué tanto para esta pregunta».

—¿Que quién soy yo? ¡Soy su esposa! —grito furiosa señalando al novio.

La música se detiene, todo el público jadea, y el novio, el guapísimo hombre que está en el altar, me mira impresionado, como si pensara que estoy cometiendo una locura.


Oh, oh, ¿acaso es un gran drama lo que se avecina? ¿Qué creen ustedes?

¡Yo me opongo!Where stories live. Discover now